Capítulo 1: Rabia

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El viento gélido quemaba su rostro, sus pantalones estaban húmedos y con cada paso que daba sus piernas se hundían más en la nieve, su pecho ardía cada vez que intentaba tomar aire, sus dientes chocaban unos con otros sin control, no sentía la mitad de su cuerpo y toda la ropa que llevaba encima resultaba inservible para semejante tormenta que la recibía y aún así, ella continuaba caminando impávida, como si todo lo recién descrito lo sufriera alguien más. Ella seguía avanzando, apretando los dientes para dejar de tiritar y maldiciendo de vez en cuando cada vez que el viento arreciaba. El clima era extremo, eso lo sabía bien desde que optó por llegar aquí, pero ahora mismo empezaba a cuestionar sus propias decisiones, sobre todo la tomada hacía escasos minutos, pues llevar a una jovencita a cuestas con este clima endemoniado no había sido la mejor. 

—¡Está allí!— oyó apenas al hombre que los guiaba, alzó la vista y divisó lo que su dedo apuntaba, una cabaña.

Apretó el paso, ya casi no sentía las piernas y era posible que dentro de poco no le respondieran más. Abrió la puerta de una patada, la calidez que emanó de ese lugar fue realmente placentera, aunque no habría gesto alguno para demostrarlo, contrario a aquella chica que suspiró aliviada al sentirse segura. Se dejó caer de rodillas para que la chica pudiera bajar, su cuerpo estaba rígido, no había otra forma para hacerlo. —Gracias…— le dijo la menuda joven apenas con un hilo de voz, pero no hubo respuesta. 

  El resto del grupo empezó a entrar, y para entonces ella ya se había reincorporado, estaba sentada en una silla, alejada del tumulto y cerca de un calefactor, observando de lejos el fuego de la chimenea. —Emily Wilkins— el silencio al no haber respuesta de nadie la hizo quitar la vista del fuego —Emily Wilkins, ¿Está aquí?— se puso de pie, había olvidado que ahora ese era su nombre, pero volvió a lo suyo en cuanto vió al hombre marcar algo en su libreta. Varios minutos pasaron y ella escuchaba atenta, aunque sus ojos se mantenían fijos en las llamas —Sean bienvenidos a Longyearbyen, el lugar habitado más cercano al polo norte como ya pudieron comprobar. Esta señoras y señores, es la tierra de los osos polares y por ello y únicamente por seguridad,está permitido el uso de rifles...— eso último sí que llamó su atención, saberse armada en todo momento, le hacía sentir confiada.

  Para cuando llegó al lugar que desde ahora la resguardará del frío ya estaba lo suficientemente malhumorada como para casi cerrarle la puerta en la cara al hombre que la llevó hasta allí, así que una vez sola, no perdió más el tiempo y desenterró una botella de vodka que llevaba escondida entre la ropa en una mochila simplona que formaba parte de lo que ella llamaba equipaje, tomó un vaso de la cocina a la que afortunadamente no le faltaba nada al igual que al resto de la pequeña casa y se sirvió medio vaso que bebió de un solo trago, la sensación de ardor en la garganta y el calor que recorría su cuerpo la hicieron sentir un poco de alivio, esa herida en el abdomen aún no cedía y apoyarse en la barra se lo recordó. Dejó el vaso a lado de la botella, luego continuaría con eso, ahora debía revisarse y asearse un poco.

  Mordía una toalla ahogando los gruñidos mientras retiraba las suturas que ella misma se había hecho, lo hacía rápido y sin dudar, sabía bien lo que hacía aunque el dolor era algo a lo que nunca se ha podido acostumbrar, pero no era nada nuevo. Revisó la herida con cuidado, había indicios de infección y era más profunda de lo que esperaba —Mierda— murmuró rabiosa y continuo maldiciendo entre dientes, no era raro que tuviera que lidiar con heridas de este tipo, lo que la frustraba ahora era que no tenía el equipo ni material de curación que tendría normalmente a la mano. 

Se levantó del inodoro y buscó cualquier cosa con lo que pudiera hacer algo decente para curarse mientras conseguía lo que necesitaba, y cuando lo encontró, volvió a sentarse y apretó de nuevo la toalla entre sus dientes, eso iba a doler.

  La botella estaba casi vacía sobre una mesita al lado del sofá, el televisor estaba encendido pero su cabeza estaba perdida en otro lugar, estaba ebria sí, pero no lo suficiente. Aún no olvidaba el rostro de aquel pequeño ser que la hizo flaquear, que la bloqueó por unos segundos y que le dió a alguien más la oportunidad de herirla y además darles el tiempo suficiente de huír. 

La rabia que le provocó su propia reacción fue descomunal, tanto que incluso se atrevió a encarar a ese aberrante ser de quién sólo podrá librarse el día que muera. Pero, independientemente de eso, esa niña, esa pequeña con facciones extrañamente familiares que la veía aterrada mientras amagaba a su madre con un cuchillo en el cuello la había hecho recordar, y mucho.

—¿Y a tí desde cuándo te interesa saber quiénes son tus objetivos?— la voz de aquel hombre también resonaba en su cabeza, el cólera la invadía de nuevo al sentir otra vez la burla en su voz. 

—¡Desde que casi termino con la vida de una madre frente a su pequeña!–— apretó el vaso con fuerza al recordar la respuesta de aquel imbécil. —¡Ah! No me digas, todavía no superas haber perdido a la tuya—  la hiel en sus palabras, el cinismo en su voz y la sonrisa socarrona seguían vívidas en su mente. Arrojó el vaso contra el suelo y gritó, gritó con tanta furia que casi se queda sin voz. La rabia la carcomía igual que en ese momento, y volvería a clavarle el cuchillo como ese día, pero está vez lo hubiera hecho directo en el corazón y hubiera terminado con él de una vez por todas.

  Terminó lánguida sobre el sofá, con la botella vacía a un lado y con la garganta hecha pedazos. Se levantó a duras penas y fue al baño, se mojó la cara y se miró al espejo, al verse allí, patética y atrapada en una casa cubierta de nieve en medio de la nada, sonrío, era como si de una broma se tratara. Estaba allí por su imprudencia, por orgullo y porque desde hacía mucho deseaba explotar y mandar todo al demonio, pero sobre todo mandarlo al demonio a él. No se arrepentía ni un poco de lo que había hecho a pesar de ser plenamente consciente de las consecuencias que vendrían, no le temía, después de todo lo conocía. Ella es Andra Zabat, la misma que se encarga de llevar a cabo las represalias ante cualquiera que se atreva siquiera a hacerle frente, ella es su mejor elemento, su mejor creación y por ende, la única que podría enfrentar cualquier cosa que a Enzo se le pudiera ocurrir, sobretodo porque está segura de que la locura de ese hombre no tiene límites.

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⏰ Última actualización: Dec 25, 2021 ⏰

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