Única Parte

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¿Sabes lo que es perder a un alma gemela?

No, no perderla con la muerte. Eso implicaría que no hubiese un culpable. Hablo de perderlo en vida, por culpa tuya y de las inseguridades que te han perseguido por años y con muchas otras personas. Oh, claro que sí.

Ver cómo, de repente, alguien llega y hace a tu alma gemela más feliz de lo que tú nunca pudiste hacerlo. Como, de repente, te borra y te olvida. Porque, de repente, Eris es más brillante y orbita alrededor del sol mejor de lo que Plutón nunca podrá hacer. Y, de repente, al sol le encanta que Eris sí pueda ser constante en su traslación. No como tú, que sueles estar en la oscuridad más de lo que te gustaría admitir.

Y entonces tomas todas tus certezas e inseguridades y huyes lejos. Ya no girarás nunca en torno al sol.

Por un momento lo desprecias y lo culpas de alimentar a tus demonios con esa dulce mirada sofocante. Olvidas como el sol te encontró en esta oscura galaxia e iluminó tu talento para el resto de los planetas que, envidiosos, quisieron acercarse a ti y preguntarte cómo es que tu opaca niebla logró impresionar al precioso sol. Tú no lo sabías. Peor, tú no tenías ni la más mínima idea de que el sol pudiese ser tan importante para los demás planetas. ¡Lo habías conocido hace apenas unos días!

Él estaba honestamente enamorado de tus pinturas, incluso si la primera vez que las vio se había acercado a tu montaje barato para criticarte sin piedad. Nunca en su vida había visto tantos sentimientos expresados en diminutas estrellas, o en el Plutón pequeño y solitario de la esquina del lienzo que admiraba a un radiante sol.

Entonces te dijo: —El sol no es el objeto principal que se debe admirar en esta pintura. Ni siquiera los otros planetas. Plutón, Plutón tiene más detalles que cualquiera de los otros. Es eso en lo que debes centrarte. ¿No es cierto?

Estabas sorprendido, nadie jamás se había dado cuenta de ello, se limitaban a elogiar el enorme sol que abarcaba más de la mitad del lino. Este desconocido sólo llegó y lo adivinó de inmediato. ¿Quién era y por qué pudo leer a través de tus brochazos?

—Soy Kim Taehyung, de segundo año —. Te hizo saber antes de una breve reverencia. Saboreaste su nombre en tu boca sin darte cuenta.

—Park Jimin —imitaste su acción, todavía intentando digerir lo que había dicho—, también de segundo año.

—¿En verdad? Sin embargo, es la primera vez que nos vemos. Ha sido como encontrar un diamante en medio de horribles rocas —. Te dedicó una sonrisa gentil y entonces ya no había escapatoria.

Porque nadie —en toda tu fracasada carrera en las artes visuales— había dicho que tus pinturas eran como hallar una joya preciosa en medio de piedras comunes. Y si resultaba que todo era una broma, puedes asegurar que tu corazón se habría roto en millones de pedazos y nunca más recomponerse de algo así.

No fue el caso.

Eran almas gemelas, lo supiste de inmediato, o cuando tomó tu muñeca para arrastrarte a la galaxia radiante y sin sombras, no estás muy seguro. Sólo pensaste en lo agradable que fue convertirte en un ser de luz y recibir todo el apoyo de personas que antes ni se hubieran molestado en mirar tus obras. No te paraste a pensar qué había de bueno con ser famoso, hasta que de pronto los elogios no te parecieron tan orgánicos.

Recordabas a la gente rodeándolos con sus sonrisas hipócritas, anhelando un poco de los rayos que te habían iluminado a ti primero. Ellos no estaban realmente halagando tus pinturas, ellos simplemente querían estar en tu lugar a la derecha de Taehyung y tú eras la prueba fehaciente de que incluso alguien tan irrelevante podía ser lanzado fuera de la multitud. Fue una de las cosas que te abrumaba en un principio, pero no con la fuerza suficiente para alejarte del radiante sol.

De chicos raros y galaxias sin nombre |v•min|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora