Medraut el Bastardo.

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El final de su viaje estaba cerca. Miraba con desprecio los finos portones que poseía el vaticano. Le repugnaba la enorme riqueza que querían aparentar con los ornamentos y las estatuas doradas que se veían sin siquiera haber entrado todavía al pequeño reino. En ningún momento ocultó su desdén por dicho lugar y sabía que allí se encontraría con una parte de su pasado que había dejado atrás hacía mucho tiempo... Kinich no podía evitar pensar en su pasado, en su historia, en quién era...

...

Recordaba correr por los enormes pasillos y jardines del lugar en el que vivía.
Recordaba jugar, entrenar y luchar con Vianne, hija adoptiva de su tío.
Recordaba ser entrenado por su tío, quien era un virtuoso caballero del reino. Recordaba competir con su madre disparando a los blancos con sus arcos, exhibiendo el enorme talento que le había heredado. Lo que nunca podía recordar era el pasar tiempo con su padre biológico, porque nunca sucedió, nunca lo reconoció como su hijo.

Fue criado, educado y entrenado por su tío y su madre, quienes velaban porque no les faltara nada tanto a él como a Vianne, más el vacío permanente que sentía no podía ser llenado por nada que ellos pudieran hacer.

Nada lo reconfortaba más que pasar tiempo con aquella chiquilla que le entendía, pues él sentía que no tenía padre por su ausencia, más ella no tenía en realidad. Tenían la misma figura materna, pero Kinich nunca vio a su tío como una figura paterna, por lo tanto, nunca vio a Vianne como su hermana. Era una prima, más o menos, pero no los unía la sangre. Entre tantas cosas Kinich no podía más que detestar su procedencia noble, más no entendía realmente qué tan profundo calaría ese sentimiento.

El apego que Vianne desarrolló por su mentor transmutó inevitablemente en un gran talento para luchar, mientras que Kinich desarrolló más habilidades para el arco, como era de esperarse. Varias circunstancias les arrebató todo el tiempo que pasaban juntos, aunque vivían en el mismo lugar, y el alejarse se tornó inevitable con el pasar de los años, pero dentro de ambos nunca se extinguió ese sentimiento que habían desarrollado el uno por el otro.

A medida que iba creciendo se daba por enterado de cosas que ocurrían en la ciudad. Siempre que iba a haber una ejecución en público asistía tan sólo para mirar asqueado a la calaña que iba a ser ejecutada. Era muy común que personas ajenas a la ciudad se escabulleran entre sus callejuelas para robar. Creció con cierta xenofobia y, naturalmente, se unió más temprano que tarde a la milicia, recomendado por su tío quien siempre había ostentado un rango bastante alto dentro de la misma. Afortunadamente su reino nunca se veía inmiscuido en guerras, más los conflictos internos en su ciudad por tantos crímenes cometidos por los forasteros eran cada vez más comunes.

Entre algunas de sus guardias nocturnas logró atrapar a uno que otro malhechor, ganando así poco a poco reconocimiento y rango. No pasó demasiado tiempo hasta que, gracias a sus hazañas, fue escogido entre un selecto grupo para escoltar a una caravana que transportaría importantes recursos desde Celtia hasta Norse. Era la primera vez que Kinich abandonaría las abundantes riquezas de la capital, para descubrir así aquello que cambiaría su vida para siempre.

Poco después de salir de Britania fueron emboscados por un grupo de ladrones, a quienes repelieron y ejecutaron sin mucho esfuerzo, más en su rostro no había más que desesperación, y las profundas cuencas de sus ojos y la extrema delgadez de sus cuerpos llamó la atención del chico. Eran demasiado débiles, endebles y carecían de cualquier tipo de entrenamiento en combate.

Continuaron el viaje sin muchos más inconvenientes, pero con esto en mente, hasta que la caravana fue interceptada por otro grupo. Era bastante más numeroso, más la condición de sus integrantes era la misma. Envueltos en la trifulca Kinich logró vislumbrar difícilmente como uno de los tipos agarró uno de los bolsos que llevaban en la carroza destinada a transportar las provisiones para el viaje. Sin pensarlo ni un segundo Kinich corrió detrás del hombre, quien se escabulló entre la espesura del bosque ganando así una ventaja importante. Con su arco en las manos ya preparado con una flecha corría en la dirección en que había escapado el hombre, pues ya no lograba verle. Pasaron varios minutos, media hora, quizá, hasta que el rastro que Kinich seguía le llevó hasta una pequeña aldea que yacía oculta en medio de la espesura. Con el arco preparado se escabulló cauteloso, escondido entre los arbustos, y lo que vio le sorprendió más que nada en su vida... El bolso por el cual había perseguido al tipo no tenía nada más que panes, simples, desabridos y casi tan duros como una piedra. Tanto él como sus compañeros no paraban de quejarse de que tan insípidos panes formara parte de sus provisiones, más el rostro de todos aquellos niños desbordaba una felicidad inmensa difícil de describir. El hombre había repartido los panes entre los chiquillos que se agolpaban en las puertas de dicha aldea, y entre ellos una chica rubia abrazó al hombre calurosamente y partió el pan que le había dado en dos, compartiendo la otra mitad con él. El chico salió de su escondite profundamente conmovido y atando cabos en su cabeza.

Corazón De PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora