Pactum.

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Iuro ad Daemon, dominus omnium tenebris, animam meam.
Deus meus, domino obscuro, digna est vita mea dicata.

Y con la daga hizo un profundo corte en su antebrazo.

El líquido rojizo comenzó a brotar mismo ritmo que las palabras en latín salían por la boca de Violet, invocando un antiguo ritual.

Iuro service et submissio totalis nam illi.
Et probatur hoc testamentum in sanguine meo.

El río de sangre comenzaba cerca de la parte interior de su codo, pasaba por sus pálidos dedos, y daba a parar a un cuenco con un camafeo plateado, cubierto por un papel ardiendo.

Las llamas danzaban alegres; la sangre las animaba, les daba vida.

Violet esperó a que el papel se consumiese, encedió la luz, apagó las velas y se puso el colgante.

Abrió el camafeo y derramó en él una pequeña gota de sangre del cuenco metálico y, cuando ésta se hubo secado, se quitó la túnica y recogió todo.

Tras haber escondido todos sus extravagantes objetos bajo el entablillado del suelo se fue a dormir. Se sentía extraña, como si algo nuevo se estuviese creando dentro de sí, un sentimiento extraño la invadía, algo prarecido al amor, pero también al odio y al terror.

Porque ahora el Demonio estaba dentro de ella, ahora ella era el Demonio.

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