Ámsterdam fue el lugar elegido. No porque tuvieran un interés particular por viajar a la capital holandesa. Tuvieron que retrasar el viaje todo el verano y parte del otoño, así que finalmente pudieron cuadrar agendas y subirse en el avión el último día de noviembre. Apenas iba a ser un fin de semana, pero para ambos fue un respiro después de haberse visto sumidos por cantidades inmensas de trabajo y poco tiempo para desconectar.
El tiempo no acompañó demasiado y la ciudad les recibió nevada. Con tan poca antelación, solo encontraron ese vuelo que no les arruinara antes de la época navideña y después de haber adelantado la fianza y un par de meses de alquiler de su casa.
Suya. Por fin.
Ambos anticipaban que la mudanza seguiría robándoles el aire en diciembre, así que agradecieron caminar por esas calles desconocidas sin pensar en ello.
A decir verdad, después de haber paseado por los canales y las calles principales de la ciudad, pasaron el resto del tiempo encerrados en la habitación del hotel. Invertir el día abrazados entre las sábanas parecía el mejor plan posible para recuperar la calma.
Aitana se lleva ver nevar mientras sus piernas se rozaban en el taxi que les llevó al hotel, el dulzor del chocolate caliente que merendaron el segundo día en los labios de Luis y el olor del gel que desperdiciaron en las duchas compartidas.
Luis recordará para siempre el dolor por las manos congeladas al pasear en bici entre los canales, perder la noción del tiempo contando los lunares en la piel de Aitana y el calor de su cuerpo junto al suyo haciéndole olvidar que fuera de esa cama, ya se avecinaba el invierno.
La calma de perderse en las vistas del pecho desnudo de Luis subiendo y bajando despacio dormido bajo su cabeza es la que echa de menos en esa primera cena familiar, preludio de las que vendrán los próximos días en esas improvisadas vacaciones de Navidad en casa.
Mientras ella pasa esas fechas en casa de sus padres, Luis y Alba deberían llegar a Galicia antes de las 10 para pasar allí la Navidad con la familia de Luis, ya que los últimos días del año Alba los pasa con Noelia.
Cosme no puede despegar la vista desde hace unos minutos de su hija, sentada en esa mesa enorme a su lado en una de las esquinas. Ya le ha dado sin querer más de tres patadas porque mueve las piernas nerviosa y no hace más que mirar cada vez menos disimuladamente sin que a su pantalla, que por mucho que quiera, no se ilumina. Hace ya un buen rato que ni come ni participa en la conversación y cada vez su respiración es más irregular.
Igual se está empezando a agobiar porque esas cenas familiares lo acaban siendo. Demasiada gente, demasiado ruidos, demasiadas preguntas, aparte de muchísimo cariño.
Pero no es solo eso.
Cuando el movimiento del pecho de Aitana empieza a ser más errático y el resto de la mesa ya ha empezado a pedir bebidas mientras termina el postre, Cosme le acaricia la mano y ella alza la mirada hacia su padre apretando los labios para reprimir las lágrimas.
- Cariño-murmura al darse cuenta-¿Quieres salir un rato a que te dé el aire?
Aitana asiente con la cabeza girando a tanta velocidad que tiene miedo de ponerse de pie y desplomarse. Su padre es consciente de ella y la guía hacia la terraza, donde apenas hay un par de personas fumando, un paso por detrás por si acaso.
A pesar de que agradece el aire fresco revolviendo su flequillo, aún le cuesta que ese mismo aire recorra con fluidez el camino desde su nariz hasta sus bronquios.
- ¿Es ansiedad?-Aitana asiente con la cabeza con una mano apoyada en el pecho- Vale, vamos a respirar juntos despacio, cariño. Venga, tú puedes. Despacio.
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Canción Desesperada (II)
RomanceSegunda parte de Canción Desesperada. 5 meses después. ¿Cuando lo has perdido casi todo, por qué merece la pena seguir?