»Rojo de la pasión«

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Cada fragmento en el aire era un trozo en su progreso que se iba desvaneciendo, no con prisa aunque el tiempo no estaba a su favor, sino con tanta calma que daba hasta miedo. Lentamente, para que presenciara el segundo donde Pegasus se iba desbaratando, que le diera por pensar en las miles de batallas las cuales ya no se repetirían.

Gingka no dejaba de ver cómo el metal de su bey volaba y se desprendía sin algún alto, con tal de dejarlo hecho polvo. A él y a su Pegasus. No importaba el avance actual que le tomó mucho conseguir, tampoco que su cara dejaba en claro la desesperación de ver a su compañero caer poco a poco, más interesaba dejarlo con heridas de la culpa, que recordara la peor parte de ser blader.

Las risotadas de Dareki y Jonathan acompañaban a la escena del combate, ordenando a sus beys continuar hasta dejar a un inexistente pegaso sin alas. Las risas dementes de ambos le ganaban al silencio del público, que solo expresaban asombro y miedo. En el fondo los espectadores agradecían por no estar en el lugar de Gingka.

El jefe no cambió su rostro aunque sus dos secuaces deformaron sus caras en pura locura al reír como desquiciados; así es como debían ser, unos totales dementes sin compasión. Eran unos chiflados desde que los conoció y agradeció que no requería adiestrarlos para momentos así.

Basta... —se escuchó entre dientes Gingka, en un estado de pánico tremendo— ¡Basta, esto no es así! ¡Las batallas beyblade deben ser divertidas! ¡No destructivas e injustas!

—Pero esto es divertido... Para nosotros —contestó Dareki en su acreciente gesto de maldad, recibiendo la aprobación de Jonathan—. ¿En dónde quedó tu maldito positivismo? ¿En dónde quedó tu espíritu blader? —la sonrisa no dejaba de acaparar su rostro, quería quedar plasmada en una expresión de crueldad absoluta para achicar cualquier esperanzas del blader de bufanda.

Esto... Esto no está bien —el pelirrojo se dio cuenta del problema en el que se hundió.

Con sus ojos impregnados de asombro y miedo, observó el cómo un aura carmesí bañaba a ambos chicos de pies a cabeza, no después, sino desde que comenzó la batalla y no quería llegar a la conclusión que pensaba. Aquel manto en rojo ondulaba tranquilamente a la par de las sonrisas maniacas, ¿qué clase de espíritu podía ser ese? Al momento de iniciar la pelea se sintió diferente, algo así como intimidado y acorralado ¿tenía que ver con la extraña aura que trasmitían ellos? No la podía ver, pero el experimentar una maldad retorcida llegando a cada sentido que existía en él, le decía algo.

Sabía que Dareki pudo empatizar con su bey anterior, porque de otro modo ella no estaría enojada aún, así que quiso imaginar que esos chicos no eran los mismos. Los bladers de verdad sabrían tratar a su rival, sin ser destructivos, sin ser unos tontos... Sin ser un muchacho llamado Gingka Hagane que rompió un pobre bey sin darse cuenta. Tal vez no tenía el derecho de hablar mal de ello, aunque prefería enfocarse en sus dos contrincantes antes de que le pasase lo mismo a Pegasus.

Arcoíris Sin ColorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora