IV

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Contuve la respiración hasta que la puerta volvió a cerrarse, y no pude verlos. Luego de una eternidad con aquella mirada sobre mí, Azael simplemente asintió, para luego marcharse con ella. En mi cabeza tenía pequeños fragmentos donde podía comprobar que él siempre era de pocas palabras, ese tipo de personas que era reservado, analizaba las situaciones en silencio, para después actuar con determinación. Sin embargo, estaba segura de que no podía ser capaz de imaginar lo que pasaba por mi cabeza, ya que él tampoco me recordaba, no tenía idea del respeto que le guardaba a pesar de que el único error que había cometido era insoportable. La tenía a su lado una vez más, aún cuando estaban fuera de ese infierno, mantenían esa relación tan espantosa que me provocaba escalofríos.

El problema que ocurrió en el instante en que desaparecieron, fue que mi di cuenta de mi situación; me aferraba firmemente al brazo de Race como si fuera un peluche. Podía sentir su respiración contra mi cabello, y por alguna razón no me soltaba. Borré de mi mente la sensación de satisfacción que me provocaba el estar a su lado. Recelosa, levanté la cabeza con lentitud para mirar su rostro; era más alto que yo, al menos veinte centímetros, por lo que cuando me moví, lo primero que vieron mis ojos fue su boca. Sus labios permanecían levemente separados, el oxígeno escapaba de ellos con lentitud; el inferior sobresalía un poco, un pequeño lunar permanecía en la comisura.

-¿Cuántos lunares crees que tienes?-susurré, mis manos se extendían por su pecho desnudo, mientras recorrían cada mínima mancha en su cuerpo. Sus manos, en cambio, jugaban con mi cabello atado en una desordenada coleta, insistió tanto hasta que lo desató, y luego comenzó a jugar con algunos mechones de forma perezosa.

-¿Cuántos árboles crees que hay allí afuera?-respondió con un tono burlón.

-Eres un tonto-mi rostro se arrugó en una mueca de falso enojo, lo miré con el ceño fruncido, pero él solo rio. Sin que lo advirtiera, bajé mis labios hasta uno de los lunares en el hombro; el contacto de estos que estaban fríos contra su calidez, lo estremeció. Movió sus manos hasta mis caderas, apretándolas, y me atrajo aún más, su boca tocó el punto sensible en mi cuello.

Asustadiza, y completamente avergonzada, solté su brazo rápidamente para apartarme de él. Antes de eso, por una fracción de segundo, logré ver que sus ojos habían estado fijos en la puerta que ahora estaba cerrada. Caí de golpe contra el colchón, quedando uno frente al otro. Me observó con detenimiento, sus manos ahora a cada lado de su cuerpo, y su mirada recorriendo mi rostro con lentitud, esa misma acción, pero generada por él, provocó que mi corazón latiera con potencia.

-¿Podemos ir afuera?-murmuré, devolviéndole la mirada. Aquel ceño en su rostro volvió a aparecer, incluso tenía pequeñas líneas en su frente por hacerlo tan seguido.

-Primero habla, ¿no era que querías hablar conmigo? Hazlo-demandó.

<<Sí, un carácter de mierda>>

-Pero...

-Solo dime qué hacías en esa habitación, apartada de todos.

-No lo sé-mentí-¿Cómo se supone que deba saberlo? –comprendí su acusación, pero no entendía lo que hacía aquí y porqué él y los demás habían despertado, después de todo, ellos parecían totalmente perdidos, como si no hubieran sabido qué hacían en ese Centro de Medicina. Nunca supe sus razones de ir, pero todos lo tenían, la mayoría iba por dinero; el mundo con el paso del tiempo se había hecho más materialista y frívolo, después de todo, los seres humanos se sentían superiores gracias a papeles de colores. No había conocido demasiados casos donde fuera lo contrario, y solo sabía de ellos por las veces en que me ponía a charlar con las jóvenes enfermeras que solían tener la lengua suelta. Ellas eran capaces de escurrirse a las oficinas de los doctores, puesto que se sentían frustradas porque sus contratos en ese lugar era de un año, y luego se quedaban sin nada. Conseguían los informes, pero nunca entendieron qué sucedía exactamente, y pensé que nadie lo sabía. El centro era un espacio solitario a pesar de que era gigante, por mi cabeza, mientras cerraba los ojos e intentaba concentrarme, sabía que no había demasiado personal allí, y se iba renovando constantemente. Luego de unos meses tuve mi ingreso al ala de Salud Mental, y todo se hizo aún más solitario, dejé de ver a esas enfermeras que desesperadas o curiosas por su trabajo, buscaban información por doquier, pero no encontraban la verdad. Y aunque yo sabía algo de esa "verdad" que tanto buscaban, nunca abrí mi boca, porque no me convenía, y porque no conocía la conocía en su totalidad

El infierno de Lilith| 2 | Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora