Amarte fue,
al menos,
un frenesí.
Una palabra dulce y un beso de madrugada.
Un suspiro sosegado en la punta de la cama.
Amarte fue,
al menos,
un lamento desesperado.
Un encierro exhumado.
Tu mano marcada en mi piel.
Amarte fue,
al menos,
un grito y un portazo,
y verte venir sollozando,
nuevamente mendigando
una prórroga de perdón.
Amarte fue esa noche
que me sentía fundirme.
Que la garganta se atrofiaba,
y ni a violentas bocanadas
podía respirar.
Amarte también fue
querer dejarte y no poder.
Sentirme inútil en tus brazos,
tan fuertemente apretados,
y esos versos de vocablo
tan "de libro" de Lacan.
Amarte fue,
cuanto menos,
un incesante zozobrar,
disfrazado de extasiar,
y seis meses de diván.