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C A P I T U L O      7

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Le practiqué sexo oral a Noah.

Nos habíamos cambiado al asiento de atrás. Estaba arrodillada con una pierna en el asiento y la otra flexionada al suelo, moviendo mi cadera cada vez que Noah me embestía sus dedos. Mi boca subía y bajaba al ritmo que mi mano lo masturbaba, él me jalaba el cabello para penetrarme hasta al fondo.

—Necesito follarte —jadeó—. Ven arriba.

Me acomodé encima suyo mientras él buscaba el preservativo. Se lo puso y se introdujo en mí, al sentirnos mutuamente gemimos. Sus penetraciones eran lentas y deliciosas, descontrolada. Me desnudó por completo y contempló mis pechos para luego meter uno a su boca y jugar con mi pezón. Jadeé hondo cerrando los ojos y disfrutando. Clavé mis manos en sus hombros para sostenerme y acelerar el movimiento de mi pelvis. Quería sentirlo más adentro, era muy placentero. De mis labios se escapó un grito, iba a correrme en cualquier momento.

—¡Carajos, Luz!

Llevó ambas manos a mis nalgas y las apretó ayudándome a moverme. Cerró sus ojos y abrió su boca para gemir. Él también iba a correrse. Me apoyé en él abrazándolo por el cuello y sus manos agarraron mi cadera. Yo ya no hacía nada, Noah nos movía a los dos rápidamente. Me faltaba poco. De nuevo grité y mis párpados cayeron cuando llegué al orgasmo. Mi cuerpo se desvaneció encima de él y nos quedamos así juntos por un rato hasta poder regular nuestras respiraciones. Minutos después, nos separamos y nos vestimos.

—Eso fue de locura —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Vamos, te acompaño hasta la puerta de tu casa.

Sinceramente, no quería salir del auto, quería dormir con Noah y repetirlo más tarde, pero todo tenía un fin. Salimos del auto y caminamos hasta la entrada de mi casa. Él venía a mi lado con un brazo rodeándome y esa era la razón de la sonrisa pegada en mi cara. No obstante, toda esa felicidad se desvaneció cuando un tipo encapuchado nos chocó y nos hizo separar. Parecía que fue a propósito, pero descarté esa idea tonta de mi cabeza.

—¡Cuidado, imbécil! —gruñó Noah.

El hombre no hizo caso y siguió su camino.

—Quizás está drogado, solo déjalo —murmuré.

—Seguramente. Vamos, entra a tu casa antes que ese loco vuelva.

Antes de ingresar a casa me despedí de Noah con un beso en sus labios y él me lo devolvió. Hasta llegó a apretarme el trasero mientras su lengua peleaba con la mía.

—Luz —dijo al despegarse de mí de una manera triste—, confieso que sigo con muchas ganas...

—¿Pero...? —Sabía bien que había un «pero».

—¿Recuerdas que antes te hablé de un código?

—Sí.

—Lo tiré a la basura ni bien te toqué. Te pido, por favor, que de esto no hables con nadie. Mucho menos con mi hermano.

Asentí con la cabeza con muchas dudas al respecto.

—¿Me dirás de qué trata ese código?

—No creo que sea posible ahora, tal vez más adelante. —Dio un paso hacia mí y besó mi mejilla—. Descansa, linda. Te veo pronto.

—Cuídate, gemelo sexi —bromeé y cerré la puerta.

Suspiré. Me apoyé en la puerta acomodando mis ideas, mi mente era un lío, la mitad recordaba todo lo que hice con Noah y la otra se preguntaba qué diablos era ese código que tanto nombraba, pero respeté su decisión de contármelo otro día.

El chico camaleónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora