31. GRATITUD

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Tengo un breve respiro para poder actualizar, lo siento se están pasado con los trabajos de clases, intentaré subir otros dos capítulos esta semana, espero disponer del tiempo.

Gracias por continuar leyendo la impredecible historia, desde ahora prepararos porque se establecerá la relación de ambos, pero nada es lo que parece y todavía quedan situaciones, como describirlas inesperadas, os aseguro que nadie se lo imagina.

Muchas gracias que lo disfrutéis.

Desde a distancia observe a los lujosos carruajes perderse por el horizonte una vez pasadas las altas verjas impenetrables

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Desde a distancia observe a los lujosos carruajes perderse por el horizonte una vez pasadas las altas verjas impenetrables. Reconocí a tres de los hombres de Deacon, el rubio que me brindo ayuda anoche, Jezziel y al pelirrojo pervertido. Lo vi como los dioses lo trajeron al mundo y no resulto ser muy agradable, me ahorró el bochorno de intercambiar palabras ignorándome. No era hasta hora que conocía la relación entre ambos, los dioses los crían y ellos se agrupan, un cuarteto muy peculiar según mi criterio.

Entre la multitud armada faltaba él, ese imbécil que estaba rondando en mi cabeza por la gratitud, estaría loca si fuera atracción.

Sin las víboras se respiraba paz, Ava se marchó a servir a la capital junto a Arlime y a Teodoro el fiel jefe mayordomo del Duque. Sin las altas esferas de la servidumbre Merna reinaba en este sueño, ser la de más antigua tenía sus ventajas.

Seguí a la anciana hasta la residencia de los criados, ella se paró abriendo la puerta de una patada, entre sus manos sostenía un cubo de agua hirviendo y unos trapos, me pidió ayuda hace unos minutos, seguramente era para limpiar su habitación, por lo visto mi limpieza anterior no la satisfago.

—Ya sabéis que hacer —me extendió el pesado cubo.

—Por supuesto, le sacaré brillo al suelo —incrusté mis dedos alrededor de los suyos sin presionar, esperé unos segundos a que reaccionará.

—¿Dónde vivís vos? Nunca os enteráis de lo que os rodea —. La mirada de Merna era seria e incriminatoria. Ojalá no supiera nada, todo sería mucho más sencillo.

—He estado exiliada en vuestra habitación—me excusé vagamente.

—Las heridas de Deacon se han abierto —. El simple hecho de escuchar su nombre me desencajo el corazón. La miré confusa esperando una explicación. —Se supone que no deberías saberlo, prometí guardar silencio.

—Lo descubriré por mi cuenta, descuidé —obtuve la posesión del cubo y las telas por fin.

Sumergida en un mar de suspiro deje atrás a Merna adentrándome a la confusión. Temblé dudosa ante su puerta, por mucho que tocará la respuesta obtenida seguía siendo la misma, silencio.

Una vez depositado el cubo en el suelo giré el pomo con lentitud, tan despacio que no generaba ruido alguno. Con la puerta entornada lo suficiente para lograr pasar recogí el agua, el vapor me nublaba la vista no fue hasta que lo coloqué en la mesita de noche que contemplé el estado de Deacon.

Mil y unas emociones me invadieron, algunas nuevas, otras que me negaba aceptar. Tendido en la cama boca abajo con solo unos pantalones se encontraba sudado con la espalda llena de latigazos, Deacon dormía apretando los puños con tanta intensidad que sus nudillos se volvían blancos.

No fue una pesadilla, debí de suponerlo fue demasiado real. Si la confusión me reinaba antes ahora me dominaba. Me salvó, si tanto ansiaba mi atención veo absurdo ocultar semejante echo. ¿Por qué ocultaba la noble hazaña cuando puede llevarte la gloria y la dama? Claro está que Deacon se traía unas intenciones turbias desconocidas.

Por otro lado, la gratitud era un reciente descubrimiento, ¿qué se suponía que debía hacer? Ya le agradecí, además estaba bastante raro, su comportamiento usual había sido sustituido por una distancia impropia.

Verlo de este modo me oprimía el pecho, mejor dicho, impotencia. Siempre sentía esto cuando alguien sufría, me apenaba sin motivo alguno, daba igual que me tratarán como a escoria, el sufrimiento ajeno me llegaba haciéndome recordar sucesos abominables.

Este caso era diferente, la culpa de que se encontrará en semejante estado era absolutamente mía y ni siquiera me percate de ello. Haciendo lo único que estaba a mi alcance, le limpie las heridas retirándole toda la sangre. Alarmada traje un cubo de agua helada, con cada roce podía notar su temperatura, digna de un volcán en erupción.

Con un trapo frío como el hielo le retiré el sudor de los brazos. Al llegar al cuello me detuve. Tragué saliva separándole los cabellos de la cara.

Podía contemplar su perfecto rostro libre de cicatrices, hasta en sus pestañas habían gotas de sudor y las ojeras pronunciadas bajo sus parpados eran tan oscuras como la noche.

—No, no —pronunciaba el bello durmiente —. No puedes hacerme eso.

Paralizada me contuve las ganas de respirar, cualquiera que ingresara a escena pensaría que me estaba aprovechando de él. Negué con la cabeza antes de escuchar unas palabras que me taladraron el alma.

—No me dejéis os lo imploró, hare lo que sea.

Esa frase me caló, el día en el que Ilda me convenció para suicidarme. Si no hubiera aparecido hubieran conseguido lo que tanto ansiaban, mi muerte.

Sentada junto a él me incliné a su oído derecho. Dude unos segundos antes de comprobar que mi respiración se cortaba y mi voz se esfumaba. Nerviosa a no poder más por la cercanía, otras veces hemos estado peligrosamente cerca y he salido bien parada. En cambio, todo ha dado un giro de 360º, la faceta indefensa de Deacon me hacía consolidar mi gran temor, me gusta el imbécil, ¿desde cuándo era una mujer fácil?

Retrocedí levantándome, que consuelo puedo darle, sufría como un condenado por mí. Al dar un paso su mano jalo mi falda y con brutalidad me atrajo haciéndome chocar contra la cama, perdí el equilibrio arrodillándome, a escasos centímetros se encontraba su cara. Seguía con los ojos cerrados sujetándome el delantal blanco como si la vida le dependiera de ello.

—¿Nadie os enseño que una dama no debe ingresar a los aposentos de los hombres completamente sola? —. Al terminar la frase abrió los ojos capturando los míos, por un instante me perdí en el marrón donde nace su iris.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora