La Hoja Milenaria

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Kayn, con aires de confianza, se encontraba rodeado de soldados muertos a la sombra de la noxtoraa y sonrió por lo irónico de la situación. Estos arcos de triunfo de piedra oscura se erigieron para rendir homenaje a la fortaleza de Noxus y su propósito era el de infundir miedo y demandar lealtad a todos aquellos que pasaban por debajo. Ahora, aquella se había convertido en una lápida, un monumento a la falsa fortaleza y la arrogancia, y un símbolo de cómo el miedo de los guerreros caídos se había vuelto en su contra.

Kayn se deleitaba con el miedo. Contaba con él. Era un arma: del mismo modo que sus hermanos de la Orden de la Sombra habían dominado el uso de la katana y el shuriken, Kayn había sido capaz de controlar el uso del miedo.

Sin embargo, cuando sintió el suelo noxiano bajo sus pies por primera vez en muchos años, entre soldados enemigos sin vida que pronto quedarían en el olvido, el desasosiego hizo acto de presencia. Flotaba en el aire como la presión que precede a una tormenta, esperando a liberarse.

Nakuri, compañero de Kayn como acólito de la Orden, invirtió el agarre de su espada y se preparó para un combate más personal. Cabe decir en su defensa, que casi consiguió enmascarar el temblor de su voz.

—Y bien, hermano, ¿ahora qué?

Kayn no dijo nada. Permaneció con las manos vacías apoyadas en sus costados. Sabía que tenía el control. Aun así, tuvo una fugaz sensación de déjà vu, como si se tratase de un sueño. Vino como un destello, e igual desapareció.

Una voz se elevó desde el espacio vacío que había entre ellos: una voz oscura y llena de odio que evocaba los gritos de dolor de un millar de campos de batalla y los incitaba a ambos para que actuaran.

—¿Quién demostrará ser digno?

Zed había convocado a su mejor discípulo.

Los espías de la Orden habían confirmado los desalentadores rumores. Esos malditos noxianos habían descubierto una antigua guadaña de los oscuros, tan poderosa como cualquier magia en Jonia. Un único ojo inyectado en odio carmesí miraba fijamente desde la base de la hoja, tentando a los hombres más fuertes a empuñarla en la batalla. Evidentemente, ninguno había demostrado ser digno de ello. Todo aquel que la tocaba era consumido rápida y dolorosamente por su malevolencia, de modo que había sido envuelta en cota de malla y arpillera y protegida por una caravana de guardias con rumbo al Bastión Inmortal.

Shieda Kayn sabía qué se esperaría de él. Esta sería su prueba definitiva.

Ya había alcanzado las afueras de la ciudad costera de Vindor cuando se detuvo a pensar por vez primera en la importancia de su viaje. Llevar la lucha a territorio enemigo era algo osado. Como también lo era Kayn. No había nadie que igualara sus talentos, ni nadie a quien Zed le confiara el destino de Jonia, por lo que no había lugar a duda: el destino de Kayn era la grandeza.

Tendió la trampa poco antes del anochecer. Se adivinaba ya a lo lejos cómo la caravana se aproximaba, como volutas de polvo alzándose en el cielo anaranjado, dejando tiempo más que suficiente para deshacerse de los tres guardias que se encontraban en la noxtoraa.

Se movió en silencio a lo largo de la creciente sombra del arco cuando el primer guardia se dispuso a patrullar. Kayn invocó su magia de sombras y entró en la pared de piedra negra como si se tratase de un pasaje abierto solo para él. Podía ver las siluetas de los guardias, que sujetaban firmemente sus picas con ambas manos.

Saltó desde la construcción envuelto en sombras y acabó con la vida del segundo guardia con sus propias manos. Antes de que el tercero pudiese siquiera reaccionar, Kayn se transformó en tirabuzones de pura oscuridad y se deslizó raudo por el camino adoquinado para volver a tomar forma frente a su víctima. En un abrir y cerrar de ojos, le torció la cabeza y le rompió el cuello con pasmosa facilidad.

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2020 ⏰

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