Cap. 1

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Un nuevo día comenzaba, la campana del patio central sonaba indicando la llegada de la mañana junto con una jornada más de trabajo en la sede de la Policía Militar.

Aún envuelta entre las sábanas blancas de la cama, interponía la mano para protegerme de los rayos del sol que comenzaron a iluminar la habitación poco a poco una vez que las cortinas se abrieron de golpe. Lanna, una chica de mediana estatura con bonitos cabellos ondulados de color café que compartía estancia conmigo, estaba de pie frente a la ventana dispuesta a abrirla de par en par.

— ¡Buenos días, Deka! Al fin ha amanecido — me saludó tan alegre como siempre.

Me froté los párpados con pereza devolviéndole el saludo antes de apartar las sábanas que me cubrían cálidamente. Lanna y yo éramos compañeras desde que ingresé en la Policía hacía un año; ella era una chica de mi misma edad risueña y entusiasta, con un gran afán de imponer justicia en las ciudades del muro Sina.

¿Y qué os puedo contar de mí? Mi nombre es Deka Azael, una sencilla chica nacida en un distrito ubicado al sur del muro Rose. Desde pequeña siempre mostré un interés por el orden social y la leyes justas, al igual que un amigo de la infancia llamado Marlo, convirtiéndome así en lo que en ese momento era: una policía militar.

Vestí con lentitud el uniforme que simbolizaba la rama para la que servía, y ordené mi alborotado cabello oscuro con las manos antes de salir de la habitación. Apenas había sonado la campana cuando vi que los pasillos volvían llenarse de soldados dirigiéndose en todas direcciones; ya fuera a la cafetería o a los campos de entrenamiento. Lanna acudió junto a sus amigos particulares mientras que yo me dirigí directamente a la sala-comedor. Un buen café era sinónimo del comienzo de una buena mañana.

La cafetería nunca dejaba de fascinarme; sus grandes lámparas de araña colgaban de un impoluto techo blanco atravesado por vigas de madera que le daban un aroma especial a la estancia, largas mesas cubiertas por manteles perfectamente estirados provistos de candelabros de bronce en el centro, los bancos eran cómodos acompañantes de las mesas y los mostradores en una zona apartada mostraban los dulces y variados alimentos que constituirían el desayuno de aquel día.

Busqué un asiento entre la multitud de gente que se agolpaba entre las mesas, y analicé con la mirada las variedades de galletas expuestas a unos metros de mí. Dos manos dieron un golpe sobre la mesa de madera, sobresaltándome por unos instantes, hasta darme cuenta de quién se trataba.

— ¡Deki, amiga mía! ¿Qué tal dormiste? — preguntó Hitch, una extrovertida chica que conocía desde hace tiempo.
— Bien, ¿está Marlo contigo? — comenté mirando a ambos lados.
— Fue un momento a cogernos el desayuno, no me des las gracias. Paso de meterme entre todos esos animales hambrientos.

Negué con la cabeza sabiendo que la peli castaña no tenía remedio, y esperé pacientemente junto a ella a que el chico volviese con las bandejas.

Aquella rubia de nuevo. La observé en la distancia sin que se percatase, no sabía mucho de ella, no hablaba con nadie, y para mí era una de las soldados más dedicadas que habitaban el elegante edificio de paredes blancas y techos dorados. Sólo Hitch había intentado incluirla aprovechando que era su compañera de habitación, pero la chica de nombre Annie no parecía interesada en otra cosa que no fuese el trabajo. Extraña pero admirable.

— Maldita sea, Hitch, es la última vez que te hago un favor — comentó una voz familiar acercándose —. Acababa de lavar el uniforme.

Al levantar la vista encontré al chico peli negro que me había acompañado desde la infancia, intentando limpiarse con molestia una mancha de mermelada pegada a su chaqueta. Tapé mi boca para ahogar una pequeña risa y le saludé alegre. Marlo dejó ambas bandejas sobre el mantel antes de sentarse, continuando su misión de librase de esa mancha.

— Oh, vamos, ¿ibas a dejarme a cargo de coger el desayuno? Creo que esos cafés iban a decorar el suelo más que las tazas — bromeó Hitch, robándole una galleta a su amigo.
— Cambiando de tema, ¿que hay de ti, Deka?
— Nuestro comandante no tardará en llamarnos para una nueva misión, casi paso la noche en vela releyendo la lista de pendientes — contesté con fastidio sujetando la taza de café para aspirar su aroma.
— No me jodas — intervino Hitch llevándose las manos a la cabeza con dramatismo —, ayudadme a buscar un sitio donde esconderme, paso de ir a buscar drogatas.

La callada chica rubia dejó su bandeja a mi lado para sentarse en completo silencio, un silencio que irrumpió nuestra conversación.

— En pocos días voy a darme de baja — habló suave Annie —. Azael, tendrás que ayudarme con la última misión que nos han dejado: solo tengo dos días.

Y sin más, la chica se levantó y desapareció entre la multitud. Nunca debí de acceder.

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⏰ Última actualización: Aug 11, 2020 ⏰

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Más allá de la libertad (Marlo Freudenberg x lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora