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DECISIONES

¿Y si no quiero?

¿Y si me muero?

¿Y si me quedo?

¿Y si lo veo?



Solo pasan un par de horas desde que he salido de la habitación de Félix. Después de nuestro beso imprevisto, extrañamente, logro conciliar el sueño, aunque sea durante dos míseras horas. Pero algo es algo y lo cierto es que nunca me había despertado de tan buen humor tras dormir tan poco.

De hecho, parece ese positivismo impregna todos los aspectos de mi vida porque hoy todo va sobre ruedas: mis madres ya se han ido cuando me he levantado, por lo que no pueden juzgar mi inusual cambio de humor; Félix también está entrenando con el batallón cuando estoy desayunando, así que me ahorro la charla incómoda después de los sucesos de la madrugada anterior; aunque, lo que definitivamente marca mi día es el seguido de halagos al que me somete mi profesora de Arte y Pintura por el cuadro de Félix, dado que lo califica de «original» e «imaginativo», entre muchas otras valoraciones.

Creo que piensa que ha surgido de mi imaginación, que se me ha ocurrido pintar a un hombre de la nada. Pero, naturalmente, no es así. Y, aunque muchas familias son conscientes de que soy la hija de la alcaldesa y que hemos acogido a un soldado en nuestra casa, dudo que mis compañeras de clase se imaginen que el hombre retratado sobre el lienzo sea real.

Excepto una, claro: mi amiga Ayla.

—Es él, ¿verdad? —cuestiona.

La desaprobación está presente en sus ojos marrones cuando salimos del aula para ir a la cafetería.

—Sí —afirmo—. Y su nombre es Félix, Ayla.

—Sé que se llama Félix —replica resoplando—, me lo dices tres veces cada día por lo menos.

—Eso no es cierto—objeto.

—Sí —me contradice con un asentimiento—, desde que ha llegado estás más distante y, no lo sé, Seven, me preocupa que rompas las reglas que nos han impuesto nuestras madres y nuestro sistema de más de cinco siglos. Debes tener más cuidado con ese chico, Seven.

Suspiro a la vez que tomamos asiento en nuestra mesa habitual.

—Dejemos de hablar de hombres —propongo, abatida—. No es lo nuestro.

—No —niega con la cabeza—, definitivamente no lo es.



Llego a casa tres horas más tarde con la alegría aún en el cuerpo. Como es habitual, el silencio es sepulcral en el interior del palacio gracias a la ausencia de todos los convivientes, aunque creo que Félix estará al caer porque sus entrenamientos con el batallón han reducido los horarios.

Atravesando el patio de arcos con zancadas enérgicas, abro la puerta de mi habitación. Sin embargo, percibo un elemento inusual en el suelo justo cuando estoy a punto de encaminarme hacia mi cama: un sobre blanco.

Sonrío ante la idea de que Félix sea el emisor. La verdad es que las cartas son algo tan antiguo que solo se lee en los libros y, es más, raramente he visto un folio de papel en mi vida; hoy en día solo hace falta encender nuestros relojes virtuales y dejar un mensaje de voz o vídeo. Es más rápido, instantáneo y ecológico.

Pero, viniendo de Félix, no me parece raro. De hecho, creo que es todo un detalle. Aunque desconozco cómo lo habrá hecho, dado que esta mañana él ha abandonado nuestro hogar antes que yo y todavía no ha llegado. Así que supongo que tendrá sus medios.

SevenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora