Capítulo 56.

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CASTIEL

Tenía miedo. Era la primera vez que me permitía decir eso en mi propia mente, pero joder, estaba aterrorizado. Desde que mi madre me dejó me había mentalizado de que nunca más volvería a sentirme de esa manera tan desagradable, me había impuesto mis propias reglas y estaba seguro de que no dejaría que nada ni nadie las rompiera.

Pero entonces ella apareció... Maddie. Apareció para joderlo todo, me hizo vulnerable y luchador a la misma vez. Porque ella me podía hundir en el momento en que quisiera e incluso sin percatarse de ello, pero era luchador porque, por favor, tenerla a ella era tener el mismísimo cielo en las manos de una bestia y eso era algo que no todo el mundo conseguía, pero yo sí.

Era consciente de mi gran problema de autocontrol y también era consciente de que cuando recibí esa llamada de Ingrid diciéndome que había salido a dar una jodida vuelta con Victoria al bosque y había empezado a tener contracciones enloquecí y me la sudó todo lo demás.

Victoria lo había sido todo para mí y por culpa de esa tía le podría haber pasado de todo en mitad de un lugar sin ayuda de nadie y...

—Es por ahí —dijo la enfermera señalándome con el dedo una puerta frente a nosotros mientras sus ojos me recorrían el cuerpo con deseo.

Estaba ahora mismo como para ponerme a lidiar con esas gilipolleces.

—Bien —dije sin más empezando a caminar hacia donde me había indicado, alargando un suspiro cansado.

Estaba nervioso, tenía el corazón a mil por hora y eso era algo que solo me pasaba con Maddie, pero claro que esta que era un sentimiento totalmente distinto.

Entré en la sala que estaba a oscuras y busqué con mis dedos el interruptor para encenderlo. En cuanto lo encontré y lo pulsé, las luces me cegaron haciéndome cerrar los ojos momentáneamente.

Sin perder más tiempo me adelanté y entré en esa sala cerrando a mis espaldas, dándome cuenta de que esa enfermera de pelo rojo como el fuego seguía ahí mirando fijamente en mi dirección casi con la baba colgando de su boca.

Era la ostia, las tías cada vez estaban más desesperadas.

Mientras me colocaba la tela de color verde por encima de la ropa, un gorro del mismo color cubriendo mi mata de pelo castaño y otras que eran para cubrir mis zapatos no podía dejar de pensar en cómo había tratado a Maddie, ella no se merecía todo lo que le había dicho y lo sentía en el alma, pero no era el momento ideal para pensar en eso.

Cerré los ojos con fuerza y cuando los abrí y me iba a dar la vuelta para salir de allí ya listo, mi mirada se clavó en un espejo encima de un lavabo, reflejándome.

Ese no era yo.

Había un chico reflejado, un chico débil y yo no era débil. Yo era fuerte; el mundo no podía conmigo, yo podía con el mundo. ¿En qué momento había dejado caer todas mis barreras? Lo peor de todo era saber cuándo fue...

Maldito, o bendito, sea el día en qué Maddie me arrancó la bestia de mi interior.

Las ganas de alzar el brazo y partir el cristal de un puñetazo no tardaron en aparecer, pero debía controlarme. Victoria me estaba esperando y me necesitaba fresco, no roto en mil pedazos como quería dejar ese espejo.

Abrí la puerta encontrándome de nuevo con esa enfermera y usé todo mi esfuerzo para no mostrarle mi desagrado con solo una mirada, mientras ella me comía con los ojos sin vergüenza alguna.

—¿Podré entrar ya? —pregunté intentando sonar lo más neutro posible.

Ella espabiló mirándome por unos segundos algo descolocada.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora