✢IV.- Engáñame dos veces✢

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12:09 a.m.

Los tragos pasaron por la manos de Zayn tan rápido como las horas, no supo en qué momento se había dormido recargado en la barra, ni mucho menos se enteró de cuándo quedó solo en aquel lugar. Su pesado sueño fue interrumpido por el bartender, quien justo ahora estaba terminando de limpiar.

—Lamento tener que despertarte de ese eterno sueño, pero ya voy a cerrar —informó, echándose sobre el hombro el sucio trapo con el que estaba limpiando la barra—. ¿Quieres que te llame un taxi? —añadió, al ver los desorbitados ojos ámbar y recordar por supuesto que el moreno había pasado horas bebiendo.

—N-no... No —respondió con voz perezosa, bajándose del banquillo de un salto torpe, que de no ser porqué el hombre lo estabilizó por los brazos, habría caído de rodillas al suelo—. Gracias —Hipó, llevándose una mano a la cabeza por el punzante dolor—. ¿Cuánto te debo?

El barista sacó un pequeño cuaderno del bolsillo en su mandil para ver la cantidad de tragos que le sirvió e hizo la cuenta de forma mental.

Al azabache no le sorprendió ni un poco la cantidad, era justa.
—¿Aceptas tarjeta de crédito?

—Por supuesto.

Después de haber saldado su cuenta y de volverse a negar a la amable oferta del hombre sobre pedirle un taxi, Zayn salió del local. Una ola de viento helado lo golpeó, pero gracias al calor que su cuerpo tomó con el alcohol, ni se inmutó, y comenzó con su torpe andar. Estaba ebrio, pero aún así podía mantenerse en pie y pensar un par de cosas con claridad, tal vez no la suficiente pero sí la necesaria. No llamaría a un taxi, no llamaría a ningún familiar para que fuera a buscarlo, él sabía a dónde quería ir.

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Liam no había esperado divertirse en su despedida de soltero, pero tampoco creyó que lo pasaría tan mal. Después de lo ocurrido con Zayn en su departamento, tomó una ducha para lavar las lágrimas y tratar de relajarse (lo cual no pasó).

Por más que su prima y las amigas de esta misma trataron de animarlo y hacerlo bailar, no lo lograron, todo lo que hizo fue estar sentado en aquel incómodo sofá de cuero rojo bebiendo un par de mojitos. El peso de sus –cada vez más– próximas nupcias lo aplastaron por completo, después de ver a Malik, todo en su vida se sentía el doble de mal, el doble de pesado, injusto e incorrecto.

No quería lo que tenía, quería, como todos, aquello que no podía tener. Decidió volver a su departamento mucho antes de lo que tenían planeado, y a poco más de las once, ya estaba con la pijama puesta bajo las sábanas de su cama, con todas las luces apagadas.

La noche, a pesar del viento, era tranquila y muy silenciosa, por lo que cuando el sonido chirriante de las bisagras se dejó oír, los ojos de Liam se abrieron de golpe. No pudo haber sido el aire abriendo la puerta de otra habitación, él dejó todo bien cerrado, lo cual solo dejaba la terrorífica posibilidad de que alguien hubiese logrado –de alguna forma– hacer que la cerradura cediera y estuviese entrando.

Con el corazón taladrando su pecho, Liam se bajó de la cama, abrió el cajón del buro al lado de la misma y sacó la pistola que su novio le compró y enseñó a usar. No tenía intención de asesinar a nadie, pero con ella podría asustar al intruso o usarla en caso de que fuera extremadamente necesario.
Tomó una profunda respiración y comenzó a avanzar hasta la puerta de su recamara, giró el picaporte y abrió tratando de hacer el mínimo ruido posible.

Continuó a pasos lentos y cuidadosos por el pasillo que daba directo a la sala, apretando el arma y manteniéndola en alto al frente. Estaba temblando, tenía mucho miedo.

Engáñame dos veces (mpreg) || ZiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora