Todo lo que pido de ti

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Justamente a las siete en punto la campanilla de la entrada sonó. Terry, arreglado con impecable traje negro, solo se acomodaba una bufanda alrededor del cuello y acomodaba un poco su cabello. Dando por terminado su arreglo se apresuró para abrir.

—Hijo, tienes un semblante terrible —dijo el hombre apenas vio al joven actor aparecer al otro lado de la puerta.

—Buenas noches —dijo Terry como única respuesta ante tal comentario, pese a todos sus esfuerzos por intentar dar una imagen mejor.

—Vamos, no quiero perder la reservación.

El director de la compañía era un hombre enorme, llegaba a los dos metros sin contar el sombrero. Ancho de hombros, con una levemente pronunciada barriga asomándose por entre el saco. Siempre caminaba con la espalda muy derecha y su andar era firme, por lo que sabía que el bastón no era más que un accesorio, que, junto con la barba, constituían los puntos principales para darle un toque de "solemnidad", ya que en realidad no era un anciano con toda una gran trayectoria detrás. Había sido actor, ciertamente, pero había debutado sin ser tan joven y había heredado demasiado pronto la compañía de un tío. Sus actuaciones se contaban con los dedos de una mano, pero a nadie le importaba porque su trabajo de gestión y administración era impecable, de manera que la compañía veía su mejor periodo en los últimos veinte años, así que mientras los actores tuvieran oportunidades de presentarse en todos los teatros más prestigiados del país sin retraso en los pagos, no había motivos para quejarse porque el director nunca había tenido un protagónico, después de todo, un pésimo vino también podía llegar a ser un buen vinagre.

Fueron en el auto del director, Terry no podía dar fe de en dónde estaba el suyo. Se condujeron a un restaurante en el centro de la ciudad con un servicio más que bueno y un menú por demás variado y de buen sabor.

—Come bien, hijo — apuntó el hombre luego de haberle impedido pedir por su cuenta algo ligero y optar por algo que le parecía más como la comida para cinco personas.

— ¿Y a qué se debe este cambio de opinión? Si se puede saber.

—Tengo que hacer algo, o me volveré loco ahí encerrado en la casa.

— ¿Qué es lo que dice el médico?

—A decir verdad, él aún no lo sabe, pero yo me siento perfectamente, además, no es como si debiera cargarle a usted sobre mis hombros durante alguna escena ¿O si?

El hombre emitió una sonora carcajada, pero no llamó la atención de nadie en realidad porque el ambiente era ruidoso, no era un restaurante de pretensiones doradas, más bien de encuentros casuales y amenos.

— ¡Ese papel ya está ocupado!

Terry sonrió, hacía mucho tiempo que no tenía una imagen tan divertida como la de alguien que siquiera intentara levantar un centímetro a aquél hombre.

—Me alegra saber que volverás. No tenemos una crisis, todavía, pero sí hemos recibido mucha correspondencia preguntando si volverás solo hasta que Susana aparezca.

— ¿Y qué les han respondido?

—Que respetábamos tu intimidad, por lo que no deseábamos presionar tu regreso.

—Supongo que les dará gusto anunciar mi decisión.

—Tendremos que hacer una campaña, inevitablemente. Ya sé lo mucho que te molestan las sesiones fotográficas, pero lo amerita.

—No me molestan.

—La aborreces.

El joven abrió la boca pero no pudo decir nada.

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora