Nunca le había gustado usar el pelo corto porque le aterraba la idea de parecerse a su padre. Desde que tenía memoria, la simple idea de imaginar que alguien le dijese "eres como tu padre", había sido uno de los horrores que más le preocupaban. No obstante, a medida que su actitud adolescente volvía difícil todo trato con él, se percató de que, por el contrario, lo que comúnmente señalaban era su diferencia, y le aconsejaban ser como él.
¿Exactamente por qué no quería parecerse?
Siendo un adulto, tenía una perspectiva diferente que aquella que se había formado en su juventud. Ya no creía que lo que le molestaba era la opulencia y el protocolo de la aristocracia. Estaba convencido de que el motivo era que su padre tenía un carácter tibio que no le servía ni para hacerse cargo de sus obligaciones como caballero de la corona, ni para mantener sus asuntos personales. Había pasado toda su vida cuidando de lo que no debía de hacer, que había apartado por completo lo que quería, aunque Terry se preguntaba si había abandonado sus sueños al no tener el valor para luchar por ellos, o nunca los había tenido.
Al pensar en eso, descubrió que lo que sentía por él no era odio a su figura de autoridad, sino miedo a convertirse en esa silueta triste que pasaba sus días en el salón leyendo (o fingiendo leer), ignorando todo a su alrededor.
Debía de reconocer que, uno de los motivos por los que tras romper con Candy se vio tan afectado, fue porque estaba totalmente seguro de que había hecho exactamente lo mismo que él. Había estado seguro de que sus sentimientos por Susana eran los que llevaban el matiz de "lo correcto". Pero luego de que Albert le plantara los pies en el suelo, y se viera obligado a reconsiderar el rumbo que estaba tomando su vida, comprendió algunas cosas.
—Te queda bien— dijo Albert sacándolo de sus pensamientos.
Terry le miró en el reflejo del gran espejo del salón, sentado en el sillón junto a la chimenea, con las piernas cruzadas y el mentón recargado en la mano, vestido como debía de ser el cabeza de familia de los Ardley y no el trabajador de un zoológico.
Por instinto se pasó la mano por el pelo. Un barbero había arreglado los cortes disparejos, aunque para hacerlo debió de cortarle más de lo que ya había hecho.
¿Qué harás con lo de Eliza? — preguntó girándose hacia él.
Albert desvió la mirada.
—¿Qué debería de hacer?
Terry suspiró, se cruzó de brazos y lo miró con tranquilidad.
—Hace un tiempo me dijiste que debía de aceptarlo y seguir, pero no quiero devolverte el consejo, arregla un buen matrimonio para ella con un empresario al otro lado del país y que sea problema de alguien más.
Albert prorrumpió en sonoras carcajadas.
—Jamás he roto una promesa— dijo Albert—, y no pienso hacerlo ahora.
—No es justo.
Terry se sentó a su lado, en el otro sillón, permaneciendo en silencio mientras Albert miraba hacia el techo.
—Yo siempre estuve celoso ¿sabes?
—¿Celoso?
—De los chicos. Ellos podían andar por ahí, correteando de un lado a otro. Desde el ala privada que me fue asignada, podía escucharlos reír mientras que yo debía de concentrarme en mis estudios.
Se quedaron en silencio un rato, Terry miraba sus zapatos, con los codos recargados en sus piernas mientras que Albert se sumía cada vez más en sus recuerdos. Le era difícil imaginarlo encerrado, mirando desde la ventana, como el niño triste clásico de las novelas. Siempre había tenido la idea de que era el máximo ejemplo de libertad, y con vergüenza, tenía que admitir que le tenía envidia. Mientras que las personas rehuían de él y le encontraban, por lo general, insoportable, todos los que conocían a Albert, corrían a él cuando necesitaban ayuda, incluso los sobrinos que no le conocían ¿cuántas veces no escuchó decir "el tío abuelo William puede arreglarlo"?
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El fantasma de la ópera
Fanfic¿Cuándo el amor se gana el derecho a llamarse así? Susana y Terry empiezan una vida juntos, pero una sombra entre ambos se desliza en los pensamientos del joven actor, mientras lucha por demostrar la clase de hombre que es.