UNO

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HOGAR

 nombre masculino

                        1.Domicilio habitual de una persona y en el que desarrolla su vida privada o familiar.

                         2. Ambiente familiar que se desarrolla en la vivienda habitual.

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Temblaba de pies a cabeza, no por los nervios o el cansancio (que los tenia pero no en tan grandes cantidades) si no porque continuaba apoyada contra la ventanilla del autobús, que a esas alturas del viaje estaba casi vació.

Le faltaba poco para llegar, gracias a Dios, la estancia en ese tipo de vehículos durante tantas horas siempre se le hacia horriblemente pesado.  Por el olor, las personas, las piernas que a las 3 horas parecían olvidar como caminar y sobre todo los Mareos. Una maldición que pocos tenían y que desgraciadamente ella había adquirido muy joven, forzándola a sentarse en las primeras filas con la vista fija al frente hasta que aprendió que con una buena conversación y la edad las ganas de vomitar desaparecen.

Una pena que en esos instantes nadie se encontrase a su lado ya que sus sienes empezaban a sufrir un leve dolor, primera señal de que no se encontraba o se encontraría bien.

Dormir durante unos minutos la ayudaría y eso es lo que estaba intentando.

El autobús ralentizó su marcha al acercarse a una parada solitaria de la carretera.
Abigail pensaba que no había nadie. Se equivocaba, al las puertas de cristal abrirse algo entró, alto, negro, siniestro, el autobús entero pareció enmudecer.

Abigail movió sus ojos hacia la criatura, hacia la sombra que ahora entraba, al mismo tiempo que el conductor cambiaba las luces a un color morado para que la sombra no sufriese con las luces normales, dañinas para su especie.

Aún por el gesto Abigail podía sentir como el conductor no estaba muy de acuerdo con cambiar las luces y que si no fuese porque era la ley le hubiese dejado sufriendo.

El Sombra, con el color de la luz reflejando-le en los ojos blancos dando la ilusión de que se mezclaban con su cuerpo, dejo en una pequeña bandeja de metal cinco monedas, las suficientes para pagar el camino hacia su destino y seguido por las miradas atentas de los humanos que claramente no confiaban en el se sentó en los asientos finales.

Abigail, lo único que había movido eran sus ojos, no se quería arriesgar a que cualquier accidente ocurriese. De todos modos, ya había visto Sombras antes, en la ciudad vivían algunas cuantas y para ella no eran ninguna novedad. No una muy grande al menos, Sobre el todo en los últimos años, ya que el estigma dejaba de ser tan grande y mas estudios específicos se instalaban a lo largo del país.

Cerro sus párpados y dejó de observar para volver a centrarse en descansar.

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Despertó como muchas veces, sin darse cuenta de que se había dormido, a unos cuantos minutos de la villa de su infancia y su adolescencia.

Las luces moradas continuaban puestas e Abigail no se molestó en comprobar si continuaba allí.

Agarró su mochila, que continuaba entre sus pies desde que se sentó por primera vez y la apoyó en el asiento vacío a su lado.

Una vez la señal estrecha con la palabra Azeila inscrita en ella apareció por el horizonte supo que ya estaba allí y todas las dudas que habían desaparecido a las 12:00 de la noche volvieron a su cabeza con más fuerza que antes, en parte porque ya eran las 3 de la mañana y en parte por lo que implicaba regresar a su pasado cuando todos sus recuerdos eran una mezcla agridulce de lágrimas y risas de la cual hace años huyó.

Lo único que esperaba es que todo para entonces hubiese cambiado o que si no lo hubiese hecho, que no tuviese en valor de molestarla.

Pasaron de largo del cartel y finalmente se encontraban en Azelia.
Abigail se frotó los ojos y agarrando su mochila por un asa sacó la única maleta que se llevó con ella de los compartimentos superiores.

La espera de pie hasta la primera estación fue mucho más corta de lo que ella hubiese deseado y bajó, al fresco aire de verano poniendo pie de nuevo en su ahora hogar.

El vehículo continúo su camino y Abigail lo observó perderse en las calles hasta que abandonó su campo de visión.

Por un momento pensó en volver por donde había venido pero ya era demasiado tarde y debía afrontar la realidad.

Ella comenzó a caminar con solo el sonido de las ruedas de la maleta y de sus pies contra el suelo de piedra como fiel acompañante.
Todo estaba desierto, pero peculiarmente igual, en las pocas calles que recorrió esa noche hacia su casa.
No el piso que se alquiló en las afueras, si no la casa estrecha de tres pisos en la plaza, la casa de su niñez, la casa que perteneció a su familia de la cual aún guardaba la llave.

Le hacía gracia que después de todo esa pequeña llave le fuese a servir de algo.
Pero quién iba a saber en sus tiempos que volvería por una razón tan pequeña como para cuidar de la casa de los Castillo.

Mientras la llave giraba en el cerrojo se preguntó si alguien se encontraba al otro lado, esperando su llegada pacientemente en el salón.

Nadie quedaba dentro, como era de esperar y eso en el fondo, muy en el fondo, la entristeció.

Al inspeccionar el lugar por dentro lo único que quedaba intacto era lo qué fue su habitación hasta los 16. Así que con un nudo en la garganta y tumbandose en la anterior cama de sus padres volvió a conciliar el sueño, está vez hasta la salida del sol.

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2020 ⏰

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