Seco

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El particular sonido de la música electrónica resulta tan fuerte que se le hace escandaloso desde el inicio, las vibraciones retumban en las plantas de sus pies y es capaz de oír la molesta melodía en el nacimiento de sus tímpanos, como si de un momento a otro amenazara con hacerlos reventar. Con franqueza puede confesar que de todos los lugares habidos y por haber, aquel sería el último que hubiese llegado a escoger; sin embargo, la vida podía ser, en ocasiones, una real mierda, y las circunstancias lo habían llevado a ese momento específico de su existencia. Alguien, en algún lugar, debía estar riéndose de su desdicha a carcajada limpia, mientras en primera fila le ve sujetar entre sus dedos, como quien no quiere la cosa, un cristalino vaso de lacerante y repugnante alcohol.

Nunca fue precisamente de los que gozaban de ese tipo de bebidas, era un hecho ineludible.

Los sitios abarrotados de gente no se encontraban dentro de sus primeras opciones para pasar los viernes por la noche, mas en ese momento pocas cosas tenían sentido. Una y otra vez se repetía que debió haberse negado en cuanto pudo; o haber huido, en su defecto. Pero ya no había marcha atrás, las cartas habían sido jugadas por las peripecias del azar. Su oscura mirada barrió con cierto recelo, por enésima vez, el panorama que se hallaba frente a él: una de sus mejores amigas parecía querer hacerse una con la pista, o con el par de especímenes que bailaban demasiado cerca de ella; el otro par estaba en medio de algo importante con una botella de dudosa procedencia y un grupo de alcoholizados que, según sus sonrisas, encontraban diversión en lo que sea que estuviesen comentando.

No le faltaban ganas de escaparse de allí a la menor oportunidad, pero bien sabía que terminaría arrepintiéndose, o temiendo por su vida, cuando sus amigas lo notaran; aunque, a decir verdad, no sabía muy bien cómo distinguir entre ambas posibilidades.

El cuarto gruñido de la noche brotó de sus labios cuando una voluptuosa chica chocó contra él en un amago de acercarse a la barra; un mecánico movimiento hacia la derecha le alejó de la muchacha antes de que aquello terminara en una especie de catastrófico accidente, para él. Maldijo para sus adentros y no pudo evitar apretar con algo de fuerza el cristal entre su mano; no había bebido siquiera un trago en toda la noche. El hielo se derretía dentro del vaso, y no podía importarle menos de lo que ya lo hacía; su entrecejo se frunció y sus labios formaron una pequeña mueca de evidente disconformidad.

Quién sabe cómo demonios logró percibir algo más que ruido en medio de la estruendosa música, pero lo hizo. Una risa suave, quizá ligeramente melodiosa, se coló en sus oídos cuando el ritmo de la tonada descendió un ápice; sin duda alguna, llamó su atención, casi tanto como la desagradable pesadez en su nuca, la cual intentó ignorar a toda costa desde que llegó a aquel lugar. El origen de la misma, justo en ese instante, se manifestaba sin disimulo, mostrando la más perturbadora, intimidante, incómoda y encantadora sonrisa que hubiese visto en su jodida vida.

Y vaya que había visto cosas perturbadoras a sus veintidós años.

Entrecerró los ojos y su boca se volvió una fina línea recta. Le miró de soslayo y, sin embargo, pudo apreciar la perenne curva de sus labios. ¿Cuánto tiempo llevaba observándole de esa manera? No tenía ni la menor idea, pero era exasperante. Sin darse cuenta, tragó saliva, en seco, y volvió a observar el transparente líquido que yacía en el interior del cristal. Por esa razón no pasó desapercibido el vaivén del mismo cuando un leve roce de hombros le robó el equilibrio.

Camiseta color vino, pantalones ajustados y zapatos deportivos; cada centímetro de tela se ceñía a los lugares adecuados, y no podía negarlo, considerando lo crítico que solía ser. Paso tras paso, aquel individuo se fue alejando de su campo visual, mas no lo suficiente para que pudiese perderlo de vista. A él, y a la forma en que la musculatura de sus brazos y hombros se marcaba ante sus rítmicos movimientos.

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