Una vez tomé café frio por la mañana y me gustó. Mi mamá siempre me dijo que era una loca por hacer aquello, por esperar a que el café se enfriara en vez de tomármelo caliente, como debía de ser, como a ella le gustaba… como a todo mundo le gustaba. Menos a mí.
Las cosas rápidas no siempre funcionan para mí, y si las cosas rápidas no funcionan entonces tampoco lo hace el café recién salido de la máquina.
Él me decía que era un poco extraña, café frio, comida fría, ¿Cuál es el hecho de comer, tomar, lo que sea, algo frio si no te va a mantener tibio? Yo siempre le contestaba que no necesitaba de esas cosas para mantenerme tibia durante el día. Que no necesitaba quemarme la boca para saber que estoy despierta. Siempre estoy despierta.
Por las noches me gusta mirar al techo hasta sentir como me va dominando el hecho de que no tengo nada más que hacer y decido dormir, pero al despertar sé que debo abrir los ojos y comenzar mi rutina.
A veces me dicen que siempre hago lo opuesto a lo que me dicen o a lo que debo de hacer… siempre les digo que es mentira.
¿Ven el punto?
Me dicen salta, yo me acuesto. Me dicen corre, yo camino. Siempre fue asi hasta que se cansaron de lidiar con las formas inútiles de mantenerme apegada a las tradiciones humanas. Hasta que conocía a alguien nuevo y también se terminaba hartando de pelear contra mía, así que solo me dejaban ser.
Joseph… José o Joe siempre peleo por mantenerse de mi lado. Si nos decían corre, nosotros caminábamos… ¿ven el punto de nuevo? La cosa es que me enamore. No puedo decirles que no porque mentiría… pero, me enamore. Profundamente, como lo haría una colegiala… y que quede claro que no he dicho mi edad pero no soy una colegiala… tampoco una anciana, pero por ahí vamos.
Me levantaba con café frio por la mañana, me despertaba con agua fría en la regadera y con una buena cucharada de helado de vainilla. Frio.
Me levantaba de una monera peculiar, pero ¿adivinen qué? A él le gustaba.