Me había besado, Naruto me había besado. Y luego se metió allí dentro para sacar a Shizune. Y allí estaba yo, en una sala de espera, con un café asqueroso y frío en las manos, mirando el hollín en mis dedos mientras lo sostenía. Intentando comprender lo que pasaba por mi cabeza en aquel momento. Naruto me había besado, y cuando lo hizo, el resto del mundo dejó de existir. Tenía la cabeza hecha un lío, y a punto de estallar de un momento a otro. Él me había besado, lo que significaba que Kiba tenía razón. Pero Naruto nunca me dijo nada, o ni si quiera lo insinuó. Se había comportado como un chico recién llegado a la ciudad, ansioso de hacer amigos y dispuesto a ayudar cuando alguien lo necesitaba. Y yo, sin saber qué hacer o decir cuando volviese a verlo, porque tenía el corazón en un puño, por culpa de la mujer cuyas noticias esperaba en esa angustiosa sala de espera. No tenía que pensar en nada más que en Shizune, en su estado, eso era, ¡sí! Uf, tomé una profunda inspiración e intenté centrar mis pensamientos por millonésima vez.
―¿HInata? ―Alcé la cabeza y allí estaba Hanare, la sobrina de Shizune.
―Oh, Hanare.
―¿Se sabe algo?
―No, aún no.
La muchacha no debía de ser mucho mayor que yo, pero sus ojos tenían esa misma expresión de un niño perdido en un centro comercial. Grandes, asustados y al borde de las lágrimas. Le cogí las manos cuando se sentó a mi lado, intentando calmarla a ella y a mí al mismo tiempo. Permanecimos allí otros veinte minutos más, hasta que alguien entró en la sala de espera.
―¿Familiares de Shizune?
―Aquí. ―Hanare se levantó como un resorte, arrastrándome hacia arriba junto a ella.
―Shizune está despierta y estable. Tiene una fractura en la pierna izquierda, que hemos enyesado. Inhaló bastante humo por lo que pasará esta noche en observación.
―¿Podemos pasar a verla?
―Por supuesto, una enfermera les indicará el lugar.
Atravesamos las salas hasta llegar a la cama en la que descansaba Shizune. Bueno, descansar. Lo que podía hacer una mujer con una pierna enyesada desde el tobillo hasta casi la ingle, con una mascarilla enchufada a una ruidosa máquina de oxígeno, en el pequeño e incómodo colchón de una cama de hospital. No, descansar sería imposible.
―Tía Shizune, ¿cómo estás?
―En la gloria, ¿tú qué crees?
―Sí, lo sé, es obvio cómo te encuentras, tía Shizune.
―¿Y qué haces tú todavía aquí?
―Quería ver cómo te encontrabas antes de irme.
―Pues ya me has visto, estoy bien. Bueno, lo estaré en unos minutos, en cuanto el sedante que me han dado me mande a dormir durante 5 o 6 horas.
―Sí, estás bien. Si puedes protestar con esa energía, seguro que te mandan a casa pronto.
―Pues eso, Hanare, cariño, yo dormiré por unas horas, así que es tontería que te quedes conmigo esta noche. Pero puedes acercar a Hinata a su casa. Tiene cara de necesitar dormir tanto o más que yo.
―No te preocupes por mí, dormiré todo lo que necesite mañana, umm, bueno, según mi reloj, será hoy.
―¿Lo ves? Hana, llévatela ahora mismo y después te pasas a recogerme por la mañana.
―A sus órdenes, mi sargento.
Shizune comenzó a bostezar y Hanare aprovechó para besarle antes de dejarme hacerlo a mí.
―Bueno, bueno, dejaros de abrazos y besos, e iros a dormir.
Creo que antes de que saliéramos de la sala, Shizune ya estaba dormida.
―¿Podrías llevarme al centro social?, dejé el coche aparcado allí.
―Pues claro.
Cuando llegué a casa eran las 6 de la mañana. Di gracias por haber tenido la lucidez de haber cambiado el turno de noche por uno en la tarde ese día. A veces la cabeza me funcionaba. Aunque sabía que tendría que compensar a mi compañera con otro turno no me importaba. Después del incendio, no tenía cuerpo para ir a trabajar esa noche, aunque físicamente fuera apta para hacerlo.
La moto de Naruto no estaba en el garaje, algo normal, pues su turno terminaba a las 8 de la mañana. ¿Sería su trabajo siempre así? Seguramente. Uno no se para a pensar en lo peligroso que es el trabajo de un bombero, hasta que lo ve con sus propios ojos. Subí a mi habitación y me metí en la ducha. Tenía que quitarme aquel olor a humo que había penetrado en cada poro de mi piel. Cuando salí, estaba segura de que tenía la piel roja de tanto frotar y, aun así, seguía teniendo ese olor metido en mi nariz. Cogí la ropa y la bajé al cuarto de la lavadora. Tenía que ponerla a lavar antes de que fuese imposible recuperarla. Cuando salí de allí, vi una figura conocida apoyada en la isleta de la cocina. Llevaba tan solo unos pantalones de pijama, dejando una musculosa espalda a la vista. La había visto de infinitas maneras antes, pero aquella vez hizo que mi estómago flotara. ¿Qué iba a decirle? Había salvado a Shizune, era mi héroe, y me había besado. Pero, ¿por qué tenía la sensación de que Kiba nos estaba mirando? Podía escuchar su voz susurrando en mi oído, “te dije que lo sabía”.