Capítulo 1: Hogar, dulce hogar

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No era un barco de gran tamaño, lo justo y necesario para salir al mar todas las mañanas, ya hiciera sol o diluviara y llevarse el pan de cada día a la boca. La embarcación, que no superaba los 15 metros de longitud, llevaba a bordo a una tripulación de tres personas. La familia Tolsan era la propietaria del "Marina", el instrumento que el patriarca, Jasón, dejaría a sus dos hijos y ayudantes, Tomás y Pedro, en herencia.

El día se había tornado tenso y amenazador. Unas nubes de tormenta presagiaban que dentro de unas horas éstas descargarían toda la furia de Poseidón sobre el Marina si no se iban de inmediato. No había sido una jornada muy productiva, y la recolecta de peces no se podía decir que fuera abundante.

—Papá —dijo Pedro, el hijo menor de Jasón y Teresa, de 16 años de edad—, deberíamos empezar a recoger si no queremos que nos caiga encima una buena.

Jasón lo miró serio e imponente. Pedro reculó, tanto que casi se cae por babor. Comenzó a deslizarse por la húmeda barandilla que lo separaban del diminuto navío y del ancho mar. Sabía que su hijo estaba en lo cierto, y que lo mejor sería marchar ya hacia la costa antes de que el día fuera a peor. Pero el orgullo le impedía irse con las manos casi vacías. Porque, como él decía: "Un día sin peces es un día perdido".

—¿A caso he criado yo a un cobarde? —preguntó Jasón, todavía con la mirada clavada en los ojos del pequeño.

Tomás, que estaba en cubierta, vio que la conversación estaba tomando un rumbo que no iba a terminar bien para ninguno de los tres. Ni para su padre, que a veces se pasaba de exigente y de duro con ellos, ni para su hermano, que no sabía cómo era capaz de formular tal frase conociendo la enrevesada mente de su progenitor

Pedro apartó la visa, y soltó un tímido no que salió de su boca, casi, como aquel que dice, por equivocación. Jasón asintió. Le hubiera podido haber colgado del ancla y dejarlo morir agónicamente entre peces, pero si hacía eso, ¿qué historia le iba a contar a su esposa?

—Papá, creo que está en lo cierto. Además, el radar no muestra ningún banco de peces en kilómetros. Puede que mañana la cosa vaya a mej... 

Antes de que le dejara acabar la frase, Jasón cogió un arpón y lo lanzó contra la chapa del barco, retumbando aquel sonido hueco en los tímpanos de los allí presentes.

—¿¡No acabas de escuchar lo que le he dicho a tu hermano?! —cogió a Tomás por el hombro, empujándolo contra una de las redes de pescar, lo que le hizo caer—. ¿¡Es que no lo has escuchado?!

—¡Claro que lo he escuchado, pero si no salimos de aquí este barco será nuestro ataúd submarino. Por el amor de Dios!, ¿es que no ves las jodidas nubes?

Las nubes. El secreto estaba en las nubes, pensó el capitán. 

—Allí donde veis vosotros monstruos imaginarios, veo yo peces con los que llevar dinero a casa. 

Pero fue el relámpago lo que les hizo retroceder y taparse los ojos. Un haz de luz centelleante los cegó por varios segundos. En esa oscuridad chispas variocolor iluminaban el manto negro 

—¡Lo ves, tenemos que salir de aquí! —Tomás entró corriendo a la sala de mando. Una ola agitó el barco, tambaleándolo de izquierda a derecha un par de veces. Pedro estaba asustado. En todo el tiempo que su padre lo había llevado a faenar, nunca había pasado algo así. Acompañó en la carrera a su hermano, mientras Jasón se quedó mirándolos perpérrito.

El menor se asomó al radar mientras Tomás miraba por una de las ventanillas de la sala. Una bola de fuego en medio del mar, como si de un meteorito en llamas que hubiera caido desde el espacio se tratase,  ocupaba un lugar importante en lo ancho del mar.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2015 ⏰

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