31. MALASANGRE

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VIOLETA

Volvimos a casa. Estaba bastante cansada, así que, pasé por el hospital a ver a Jas y a Martin. Volverían al día siguiente   a casa y haría reposo absoluto hasta comprobar cómo avanzaba su estado. Daniel me llevó a casa y mi madre casi le obligó a sentarse a cenar.

Le acompañé a su coche y le di las gracias por todo.

—Estoy a tu disposición para lo que necesites: una cena, que haga de guardaespaldas que te despierte de tus pesadillas...—ofreció con una sonrisa preciosa.

—Gracias. Te avisaré.

—¿Podemos cenar otra noche? —sugirió.

—¿Me estás pidiendo una cita? —bromeé.

—Sí — dijo muy seguro.

—Me apetece —confirmé.

—Igual esta vez podemos hacer las cosas a un ritmo normal. ¿Puedes venir mañana a recogerme a la bodega?

—No sé si debería —declaré—. La bodega... Tu padre estará allí.

—Por favor —insistió.

—A las 8 —decidí—. Te recojo y nos vamos. —

—Hasta mañana preciosa. —dijo con una sonrisa en sus ojos.

Se acercó, me tomó por la cintura, me apartó un mechón de pelo que tapaba un poco mi cara y me dio un beso largo con sabor a esperanza. 

«Igual lo nuestro es posible, ¿o no?» pensé.


DANIEL

Dormir fue  complicado. No había dejado de imaginármela tal y como dormía la otra noche, sobre mi pecho. El día había sido de locos. Las previsiones seguramente nos llevarían a adelantar la vendimia de un tipo de uva. Si llovía, se podía malograr la cosecha. La gente tenía que estar preparada. Mi tío y mi padre no dejaban de molestarme. Me preguntaban las cosas mil veces y se creían que sabían llevar este negocio mejor que yo. Después de esa vendimia, iba  a tomar algunas decisiones. Los tres juntos no podíamos llevar el mando. Ellos, hace tiempo que deberían estar en casa, o ir a un centro de jubilados a jugar al dominó. Pero no allí.  Sobraban. Molestaban. Entorpecían. Menos mal que el personal tenía claro que las órdenes que se seguían eran las mías.

El vino que saldría en octubre era de la uva que vendimiamos hacía tres años. Me encantaba. Estaba negociando con unos importadores alemanes exportarles parte del producto. Pero ellos querían exprimir a tope los precios y yo no estaba dispuesto. Eran muchas horas de trabajo, muchos costes y esfuerzos, no solo mío, de todo el equipo. Tendrían que ceder. Esperaba que aceptasen porque sería un buen trato. Justo cuando mi secretaria me pasó otra vez al intermediario de los alemanes, vi que Leta entraba radiante por la puerta y que mi padre salía de su despacho a saludarla. 

«Problemas a la vista».

«Problemas a la vista»

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