Sábado 23 de mayo
12:11 p.m.Tomó una pequeña palabra para que toda mi vida cambiara. Un instante, eso era lo único necesario para dictar el futuro de una persona. Mate. La palabra seguía resonando en mi cabeza. No podía entenderla. No quería entender como esto era posible.
La Diosa Luna tenía un sentido del humor rebuscado, decidí. Emparejarme con el Alfa de la manada a la que había jurado no volver, del territorio que me había causado tanto sufrimiento; el hijo del Alfa al que mi padre había servido; el hermano de mi única amiga en Maine. Había sospechado que el universo la traía contra mí, pero no creí que me odiara.
El olor de Alexander ingresaba a mis pulmones con cada inhalación que tomaba, era ligero y refrescante, como un soplo de aire fresco. Desee poder dejar de respirar. Su olor fue suficiente estímulo para espabilarme y apartar la mirada, pero moverme era una liga completamente distinta en estos momentos. No podía lograr más que un ligero temblor en mis manos.
Posé mi vista a mis pies y percibí de reojo que Dayana seguía sujetándome. La había olvidado por completo. Quería que me soltara, quería salir corriendo por las puertas de emergencia y no parar hasta llegar a Phoenix. No pude reunir suficiente movilidad para lograrlo y maldecí mentalmente.
Había apartado la vista de Alexander a la primera oportunidad, pero sentía sus ojos azules grabados a fuego en mi cabeza, su mirada aún en mí. Supe que había reconocido quien era, lo que era para él, cuando dejó de respirar. Pude oír como el shock lo abrazaba. Apostaba que él también se estaba preguntando cómo era posible esto.
No duró mucho su silencio. Cuando se recuperó lo suficiente soltó un gruñido por lo bajo que me puso la piel de gallina. No quería admitir que mi reacción no era por las razones correctas. No quería admitir que mi cuerpo me pedía cosas que mi cabeza no quería dar ante su olor.
Las demás personas del salón que habían permanecido quietos y expectantes de la situación se tensaron al oír esto. Los lobos que habían llegado junto con Alexander mostraron sus colmillos y garras, malentendido la situación.
Alexander no estaba gruñendo porque me considerara una amenaza. Oh no.
Estaba gruñendo porque todas y cada una de sus células de Alfa dominante se había activado al detectarme. Al descubrir a su pareja rodeada de otros lobos, lobos que no importara fueran sus súbditos y tuvieran su confianza, eso había quedado cegado por un instinto primitivo que le gritaba proteger, proteger, proteger.
Conocía ese instinto, lo había visto al menos una vez en mis padres.
—Mate —bufó con voz ronca, intentando despejar su cabeza de la voz que le decía que cada una de las personas en este gimnasio eran una amenaza. Las cosas no saldrían bien si se entregaba a ese instinto y empezaba a atacar a los otros. Tenía que salir de aquí.
Poco a poco su declaración llegó a los oídos de todos y entendieron la situación. El peligro en el que se encontraban.
Dayana soltó mi muñeca al percibir el gruñido que su hermano le dedicaba. Los chicos a mi alrededor retrocedieron un paso.
Alexander dio un paso al frente. Yo retrocedí uno.
Retrocedí y retrocedí hasta que me estampé con la pared del gimnasio. Hasta que mi cabeza golpeó el muro y el dolor que me provocó fue suficiente para traerme de nuevo al presente. Para despejarme la mente, y advertirme que si no escapaba en ese instante perdería la oportunidad por siempre. No lo pensé más. Eché a correr y salí por la puerta de emergencia que había visto cuando entré al salón.
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Brunswick
Lobisomem«Un estremecimiento me recorrió el cuerpo y solo pude pararme y ver cómo el lobo que me había absorbido y transportado a otro mundo me miraba. Sentía que flotaba y una balada sonaba en mi cabeza, me reconfortaba y relajaba. A lo lejos oía una voz ll...