†5.- Problems per doctorem†

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Sonidos de cuchillas en colisión resonaban en el patio de espada cubierto. Los pasos de Isaac Natsume Reddoma retumbaban en toda la superficie cuadrada y adoquinada. Las columnas que daban a los pasillos del interior de la catedral de la Órden temblaban, sirviendo de puntos de apoyo y ataque para el híbrido.

Una buena dosis de lecciones de espada era lo que necesitaba tras aquel encuentro tan impactante de hacía días atrás. No podía sacarse de la cabeza aquellos ojos fríos y llameantes del nephilim fijados sobre los suyos. Pareciera que de un solo gesto, aquél ser pudiese derribar la ciudad entera.
Sacudió por enésima vez la cabeza para enfocarse en el combate con su maestro. La cabellera rubia y desordenada de éste sobresalía ligeramente de la capucha que cubría completamente su rostro.
Frenó su estocada en seco. El instructor había lanzado su espada al suelo. Los ojos azul glacial finos como cuchillas bajo las sombras que le conferían su atuendo.

—No estás aquí, Isaac. Se suspende la lección de hoy —El muchacho abrió la boca para protestar—. No es negociable. Ni puedo, ni quiero darte clase con esa actitud. Cuando te enfoques en lo que debes, hágalo saber.

Y se quedó ahí, plantado en medio de las baldosas de piedra, mirando la capa ondeando a espaldas de su maestro de espada mientras se alejaba con su dignidad habitual. El deno agrió su expresión.

Un hilo de luz corría desde el borde de la ventana hasta atravesar como una lanza el lagrimal de uno de los ojos de Astheret

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Un hilo de luz corría desde el borde de la ventana hasta atravesar como una lanza el lagrimal de uno de los ojos de Astheret. La piel bronceada de su cara se arrugó con disgusto, molesta.
Enterró su rostro contra la almohada profiriendo sonidos de queja y sopor, y a posteriori hizo el esfuerzo de asomar sus ojos dorados de entre las sábanas calientes de la posada en la que permanecía alojada.

Salió de la cama con parsimonia, como si su cuerpo entero hubiese sido arrollado por un carro de caballos. Decidió asearse con agua fría, y una vez despierta se vistió las mayas de lycra y amarró su media túnica a la cintura. Volvió a sentarse al borde de la cama para agarrar un pequeño objeto que colgaba de un retazo de cuero castaño. El colgante, ámbar como sus ojos, pendía en forma de lágrima, brillando con el sol que asomaba desde la ventana que la había hecho despertarse. Astheret suspiró con pesadez, y terminó por colgárselo al cuello, al igual que colocarse los numerosos pendientes y salir a la calle, traspasando como un militar la posada y el comedor hasta llegar a la catedral de la Órden de Reddoma.

Las paredes de piedra eran increíblemente altas, el suelo brillante, y la escalinata doble que daba a la entrada era extensa y de pasamanos metálico delicadamente trabajado. Sobre ambas una enorme pintura presidía toda la estancia, en la que un hombre de aspecto entre enclenque y militar ayudaba a una mujer exuberante a sostener en brazos a una criatura paliducha y de ojos grandes.

—¿No es increíble cómo pasa el tiempo, querida?

La morena se volvió en redondo, encontrándose con la mujer de la pintura, aunque más delgada. La misma mujer que estaba sentada el día anterior al lado del supuesto Reddoma. Permanecía observándola en silencio, analizándola, alerta por si la súcubo se atrevía en cualquier momento a avalanzarse sobre ella y morderle como una hiena. En cierto modo, se preguntaba si esa reacción era causada por los cuernos claros y retorcidos que sobresalían del cráneo de la mujer.

Nepharikuma: Todos hemos estado en la luz alguna vez ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora