34. NUNCA HE SENTIDO ALGO ASÍ

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DANIEL

La llené de  besos.  Coloqué su almohada y su cabello.

Una enfermera me avisó de que la hora de visita se había acabado.

—Deja de mirarme así. Me pondré bien —me advirtió.

—Más te vale. No quiero vivir sin ti.

—El amor a veces duele.

—Te quiero nena. Mañana a primera hora estaré aquí —prometí.

—Descansa, corazón.

Había dicho una frase no deja de repetirse en mi cabeza.

«Alguien que no me quiere aquí»

Esperaba equivocarme. Pero tenía que comprobarlo. Ya no era un colgado. Era capaz de averiguar por mi mismo si ellos habían tenido algo que ver en esto. Si era así, los pasaría por encima. Tenía suficientes acciones y herramientas legales para dejarles sin nada por muy padres míos que fueran. Había hablado con Nora. Iba a cederme el control de su parte del negocio. Al vivir en Madrid, creía que era lo más sensato. Tendría el poder  lo  emplearía a fondo para saber la verdad.

Mi padre estaba en su despacho. Míriam hablaba por teléfono y al verme se levantó para seguirme a mi oficina. Supuse que tendría que hacer varias llamadas. Pero directamente me dirigí al despacho de mi padre. Le tomé de las solapas de su traje y se asustó. Me miró ojiplático y lleno de miedo.

—Dime que tú no has tenido nada que ver —grité.

— ¿Qué estás haciendo Daniel?

—Violeta. Está en la Uci, ha podido morir.

— ¿Y qué crees que he hecho yo?

—La ha embestido un coche esta mañana.

— ¿De verdad supones que yo iría tan lejos?

—¿Tanto como para querer matar a tu nieta no nacida? Por supuesto. La semana pasada la insinuaste que el bebé que espera Míriam es mío. Quiero que te alejes de nosotros.

— ¡Suéltame!

A mi espalda escuché a Míriam y en un tono autoritario me dijo:

—Daniel por favor. Yo hablaré con Violeta, pero suelta a tu padre ahora mismo.

Mi padre pareció empequeñecer de puro miedo. Traspasé el límite. Le había faltado al respeto y le hubiera dado un puñetazo si mi sospecha se hubiera hecho realidad.

Aun así no me calmé. Me volví hacia él desde la puerta, le señalé con el dedo.

—Acostúmbrate. Violeta va a ser mi mujer y Jasmine es mi hija. No te interpongas o no respondo. Acabas de verlo.

—Cuando compruebes que no he tenido nada que ver, espero que te disculpes.

—Lo haré si de verdad estoy equivocado. Yo si sé pedir perdón. El que tú no  le has solicitado de a ellas.

—Sal de mi despacho.

—Tengo mejores cosas que hacer que quedarme aquí contigo.

Míriam entró detrás de mí. Cerró la puerta y se cruzó de brazos.

— ¿Se puede saber de qué iba esa escena?

—Casi se muere Míriam. Han intentado matarla.

—Dani. No creo que haya sido él.

—De verdad, eso espero. Porque Violeta es ahora mismo mi prioridad número uno.

—¿Le dijo que mi bebé es tuyo?

—Sí. Y no sabes lo que me costó convencerla de lo contrario. Ya le fallé una vez. Dejé de ser su amigo protector y me acosté con ella. Era su primera vez y yo años mayor. No sé cómo pude hacerle aquello.

—¿La forzaste?

— ¡No! —Joder Míriam, era un puto niñato, pero he querido a Leta toda mi vida. Los niños pueden ser muy crueles entre sí. Se metían con su pelo naranja. Sus hermanos le hacían bromas estúpidas. Eran bastante brutos y ella era frágil, tímida y un cerebro en clase. Cuando yo le defendía de sus chorradas, acababan metiéndose con los dos, hasta que yo los zurraba.

— ¿Y? ¿Cómo llegasteis a... Eso ?

—Si la hubieras conocido entonces... Tan delgada, tan desgarbada. Yo entré en la universidad y conocí a otras personas. Ella creció y, sus miradas cuando le hablaba o trataba de acercarme a ella como antes, eran preciosas, llenas de ilusión. Me miraba diferente y me volvía loco. Yo sabía que tenía que casarme con Marina. No quería que Violeta sufriera, sabía que estaba enamorada de mí porque se leía en su mirada. Pero aquella noche, ella había cumplido su mayoría de edad. Había estrenado unas lentillas que dejaban esos ojazos color naranja a la vista de todo el mundo. Se había vestido con ropa de su talla. Tenía curvas, pecho.

»Nos quedamos solos en casa de sus padres. Yo había ido a buscar a sus hermanos y ellos ya estaban en la fiesta de celebración del final de la vendimia. Me sonrío al piropearla. La besé, me besó...y pasó. No pude pararlo y no quise.

—¿Lo lamentas?

—En absoluto. Pero sí las consecuencias de aquello. Leta hubiera podido quedarse aquí, desarrollarse normalmente, no sé... creo que ser madre tan joven, la dejó sin juventud.

—Bueno amigo, creo que es hora de dejar el pasado a un lado. Ahora contesta estas llamadas y vete a casa. En ese estado no vas a ser útil aquí.

—Tienes razón.

—Siempre tengo razón, ya lo sabes. Cuando Violeta esté bien hablaré con ella. No tienes por qué seguir callando.

Pasé la noche en vela. Viendo la tele. Estaba  deseando que amaneciera para volver al hospital.

 Nunca había sentido esto. Era tener a mi alcance un amor de verdad. Aunque la casa de los Peña era como mi casa, y los hermanos de Leta mis socios y amigos, creí que se completaría el círculo si ella y yo por fin fuésemos pareja. Con esa idea se me cerraron los ojos cuando ya casi estaba amaneciendo.

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