Capítulo XXVI

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Dada su experiencia previa, Momo estaba segura de que el asunto a tratar era tremendamente importante. A Shoto no le gustaba destacar ni atraer atención sobre sí mismo ni sobre ellos; por eso, si ahora se arriesgaba de nuevo a ser descubierto, fuera lo que fuera lo que le estuviese atormentando debía de estar oprimiendo su corazón con una fuerza terrible.

A medida que se iban alejando de la zona de la cafetería, el edificio estaba cada vez más desierto. Cuando ya solo el aire podía ser testigo, Momo trató una vez más de obtener una respuesta.

- Por favor, cuéntame qué ocurre.

Todoroki negó con la cabeza. No es que no quisiese contarle todo lo que había comprendido en aquella hora, sino que todavía se sentía demasiado torpe con las palabras como para transmitir la trascendencia de sus pensamientos. Estaba convencido de que, una vez los pronunciase en alto, perderían parte de la intensidad con la que ahora vivían dentro de sus entrañas. Si la infusión de vida era la única manera de mantener la pasión con la que su determinación ardía en el interior, dotaría a todos sus pensamientos de vida propia; es decir, demostraría con sus actos lo que no creía poder transmitir con palabras.

Allí estaba por fin. Perdida en uno de los pasillos inferiores, la puerta tras la que se escondía su deseado futuro. Se preguntó brevemente cómo era posible que se hubiera vuelto tan atrevido en unos escasos sesenta minutos; quizá siempre había tenido aquella cualidad, pero esta había permanecido oculta con otras características de su persona que empezaba a descubrir. Estaba ansioso por empezar de cero, escribir su propia historia en un pergamino virgen. Y allí era donde empezaba todo; en aquel prodigioso mediodía.

Shoto se aproximó con cautela a la entrada. Momo se detuvo casi automáticamente.

- No puedo entrar ahí, Todoroki – dijo -. Es el vestuario masculino.

- Entonces, hagámoslo al revés.

Dio la espalda a aquella entrada y se dirigió hacia la otra. Aquello no era lo que pretendía Momo, pero supuso que no quedaba otra salida. Le siguió al interior, movida por una curiosidad irrefrenable.

¡Si solo hubiese dispuesto de un poco más de tiempo! Entonces Shoto habría planeado aquello con más cuidado, definitivamente. Habría escogido un lugar más apropiado, más sugestivo. Maldijo su naturaleza, descendiente de aquellos primitivos seres andróginos que no podían permitirse estar separados de sus mitades bajo peligro de muerte; una muerte provocada por la ausencia del ser amado, parecida al sentimiento que ahora le cegaba. Las palabras vinieron a él de manera casi natural, inspiradas por aquella fuerza superior que había decidido unirlos para aliviar la repugnancia de la vida en la tierra.

- Te quiero.

El tono empleado resultó casual, sin apenas dramatismo añadido. Era una cosa tan simple y plana que Shoto no quiso empañar el mensaje con ninguna complicada retórica que ni siquiera él podría haber comprendido. Prefería manejarse con frases cortas y concisas, como aquella, que ya empezaba a causar efecto sobre Momo.

En un primer momento, Shoto temió – un sinsentido seguramente provocado por el nerviosismo – no haber sido lo suficientemente específico. Ella se había quedado petrificada frente a él, fiel réplica durante unos segundos de la misma Venus. La mezcla de emociones, unidas a la excitación del secretismo y la confesión inesperada, habían provocado que todo su rostro brillase con un rojo particular, una deliciosa luz que teñía la pureza de aquella tez habitualmente pálida.

- ¿No es esto muy repentino? – preguntó.

Shoto volvió a experimentar la necesidad de sonreír. Por supuesto que ella era infinitamente más cauta que un loco enamorado. Su hipótesis se confirmaba, su temblorosa voz era mucho menos convincente que la rigidez de sus actos. Debía demostrarle a Momo que aquel primer amor no era fruto de una confusión por el deseo, sino que se trataba de un sentimiento real y ardiente. Shoto solo pudo pensar en una manera de realizar semejante empresa:

Sus manos se tomaron la libertad de acomodarse sobre el rostro de la chica, los pulgares acariciando con suma delicadeza sus sonrosadas mejillas y aumentando el fulgor de estas. El contacto hizo que su corazón inmediatamente se desbocara. Ignorando sus insistencias, Shoto todavía permitió que sus dedos disfrutasen del preludio del contacto que estaba por llegar. Recogiendo todos los fragmentos de cordura que todavía se resistían al hechizo de su ninfa, Shoto trató con todas sus fuerzas de no mostrar su desesperación, su profunda histeria, el desequilibrio que pensar en ella le causaba. No quería asustarla ahora, en el momento en el que se fundía bajo su caricia sin oponer resistencia. Con toda la suavidad que su agitado espíritu pudo manifestar, Shoto acercó aquellos rasgos divinos, hechizantes, a su boca impaciente. Notó cómo los carnosos labios temblaban bajo los suyos propios, cediendo paulatinamente, abriéndole una entrada.

Las manos de Momo buscaron torpemente sujeción, primero en los hombros de Shoto y después en los laterales de su mandíbula. Se notaba patosa, inhábil en aquel terreno por su falta de experiencia. ¿Pensaría él que tan solo era una niña estúpida y soñadora?

La separación se vio sucedida por un silencio embrujado, casi mágico, que Shoto rompió con una fórmula igualmente cautivadora:

- ¿Lo ves ahora?

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