Capítulo 22 (Editado)

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Capítulo 22



Esa mañana se había despertado muy inquieta, con un extraño presentimiento. Habían pasado muchos días sin tener noticias de él. Lo último había sido esa nota y aún le costaba trabajo descifrar su verdadero significado. Recordaba sus palabras inevitablemente, recordaba sus ojos, su olor. No quería sentirse así, no quería seguir con esos sentimientos que tanto se había esforzado por desaparecer. Sin embargo, dejar de amar a alguien costaba demasiado, a pesar del tiempo y de las acciones. Ella sí lo había amado, Maya había dado todo de ella por ese hombre, por verlo feliz, por hacerlo feliz. La mujer claro que lo había querido, tanto que el pecho le dolía sólo de pensarlo y ahora por una simple nota, sentía que volvían a ella esos sentimientos con mucha más fuerza que antes. Estaba aterrada, se negaba a pasar por lo mismo, por el mismo dolor, el mismo sufrimiento. Sin embargo, había algo que había aprendido muy bien durante todo ese tiempo; el saber aceptar los sentimientos. Porque sí, había que aceptarlos para poder dejar de tenerlos, y eso era lo que más deseaba.

Por otra parte, Steve le había enviado unas hermosas margaritas a su escritorio. Los hermosos pétalos blancos iluminaban el lugar, mostraban vida y demandaban atención. Eran sus flores favoritas y había sido un lindo detalle, pero a pesar de ello, no les había dado demasiada importancia ya que su vista viajó a él en el momento que las puertas del ascensor se abrieron: Dimitri. El hombre permanecía de pie en la entrada del piso, muy impaciente y al verla la había hecho pasar a la oficina sin esperar nada de tiempo. Mucho menos se había aguantado las ganas de envolverla en un abrazo que duró lo que le pareció un suspiro.

Eso no había sido lo que más la había dejado desencajada. Claro que no, muy en su interior se esperó ese gesto de su parte, sin embargo, lo que no sé esperaba fue lo que observó en su rostro, su porte, y en como todo de él se encontraba tan diferente a la última vez que lo había visto. Dimitri Petrova estaba frente a ella molido a golpes y su rostro parecía estar hundido en la desesperación.

—Lo siento. —dijo separándose de ella y tomando asiento en su escritorio con rapidez.

Maya soltó un pequeño suspiro al sentirlo lejos.

—Estaba un poco preocupada. —confesó con sinceridad mientras se negaba a tomar asiento cuando él se lo propuso. Tenía mucho trabajo acumulado y poco tiempo para terminarlo. —Pero últimamente lo haces muy seguido, tus negocios me imaginé. —dijo bajando la voz al decir lo último.

Tenía la cara hinchada y uno que otro corte en las mejillas, pero sus ojos era lo que más la habían atormentado al verlo. Se veían muy abandonados, muy tristes. El azul se perdía para dejarle el paso a un gris frío y carente de cariño, era demasiado deprimente verlo fijamente, no podía.

—Los negocios de mi padre. —dijo mientras se masajeaba un lado de la cabeza sin dejar de verla. —Mis negocios están aquí, en la empresa. Recuerda que yo sí me gradué. —Se negó a malinterpretar sus palabras, así que prefirió no pensar demasiado lo que decía. —No había venido porque casi muero. Carmelo me traicionó. —sonó muy normal al decirlo, con el entrecejo fruncido y su mirada llena de oscuridad. Algo que aparentemente él ya lo sabía. —Lo hizo porque lo eché, y ahora está escondido.

—¿Por miedo? —preguntó ella dudosa, sin entender porque el hombre le estaba contando todas esas cosas.

Él no comprendió sus palabras, así que sólo esperó paciente a que dijera algo más. Al ver qué no decía nada, preguntó:

—¿De que tendría miedo? —la mirada de ella se oscureció levemente al escuchar lo que decía. Para Maya la respuesta era muy obvio, claramente para él no. Sólo un segundo había pasado para que Dimitri entendiera lo que quería decirle. Observándola con mucha atención lo notó; era cuestión de lógica. —De mí. —no fue una pregunta.

Punto débil © (Versión Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora