Capítulo 5-Amor y muerte van de la mano

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Los recuerdos después de la muerte de Mijail eran vagos y difusos

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Los recuerdos después de la muerte de Mijail eran vagos y difusos. La guardia imperial llegó pocos segundos después de Nicolás (que se limitó a mirarla sin decir ni hacer nada) y ésta misma se ocupó del cadáver de su esposo mientras que a ella la escoltaron de nuevo hacia el Palacio de invierno. Al llegar al palacio se deshizo de cualquier protocolo y corrió a su alcoba donde se encerró junto a Natasha.

—Alteza —musitó Nastaha, acercándose con las manos temblorosas a su señora.

 Anastasia estaba aferrada al pestillo de la puerta. Llevaba aproximadamente quince minutos pegada a él, con fuerza, como si de un momento a otro fuera a entrar alguien y ella debiera impedirlo. Todavía llevaba el traje de boda empapado de sangre y el pelo revuelto en una maraña caótica. 

—Alteza... —repitió la doncella, que tenía conocimiento de lo ocurrido en la celebración por lo que otros miembros del servicio le habían contado. 

Una cruda matanza había acabado con prácticamente todos los asistentes de la boda, incluido el esposo. Y Anastasia estuvo a punto de morir, pero se las ingenió para escapar como lo hicieron su padre y sus hermanos. Habían muerto muchos nobles, la mayoría nacionales y de bajos rangos. Los más importantes, casualmente, se habían salvado. Al parecer, había sido un ataque por parte de los revolucionarios que no estaban de acuerdo con que su líder desposara a la princesa. 

—Mueve la cómoda hasta aquí, frente a la puerta —ordenó Anastasia, señalando el mueble sin soltar el pestillo. 

—Pero Alteza...

—¡Obedece! —gritó con un golpe de voz fuerte y contundente que obligó a la sirvienta a mover la cómoda atrancando de ese modo la entrada. 

Cuando la princesa se aseguró de que nadie podría entrar fácilmente, anduvo hasta el espejo de pie en el que se había mirado antes de la boda. El reflejo había cambiado íntegramente. Más allá de la indumentaria enrojecida y del pelo alborotado, ya no se reconocía en ese espejo. Las ilusiones y las esperanzas inscritas en su rostro se habían evaporado. Ya no había campos de campánulas ni manantiales en los que nadar. Sus ojos eran dos bloques de hielo en los que ni ella misma podía acceder. 

Se observó durante minutos, quizás horas. No lo supo a ciencia cierta porque perdió la noción del tiempo. Oyó como tocaban la puerta en varias ocasiones. La primera fue su hermana Tatiana, la segunda su padre y por último, Sergey. A todos les negó la entrada con excusas y evasivas. 

Ellos eran sus enemigos y no debía mostrarles ni su debilidad ni su enfado. Eso la haría vulnerable...

Tus enemigos jamás tienen que saber lo que sientes o lo que piensas. 

—Cubre el espejo —dijo al fin, cuando el sol ya se estaba poniendo—. Y trae agua. 

Natasha apartó la cómoda y la doncella salió presurosa para cumplir las órdenes de la princesa, dejándola sola. 

El nacimiento de la emperatriz. Dinastía Románov I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora