— ¿Duermes? — Ella rió cuando su jefe se removió escondiendo su rostro en su estomago.
No sabía como habían llegado a la posición, pero ella podía tocar su sedoso cabello. Le gustaba esa tranquila sensación. Parecía que nada podía arruinar ese momento, porque se sentía demasiado bien.
Para nada recordaba las deudas millonarias en ese momento, o que los colmillos de su ruso favorito estuvieran tan cerca de su piel, depositando besos escurridizos en su estómago.
— Creo que si. — Murmuró Kozlov, haciéndola reír.
— Pues yo creo que si nos quedamos aquí llegaremos tarde. — Él suspiró, hace décadas que no tenía una noche tan tranquila y pacifica.
— Dile a tu Jefe que tenías un par de cosas que hacer. — Ella carcajeó cuando Kozlov rápidamente se instaló entre sus piernas, acomodandolas alrededor de su torso.
— Si, como si esas cosas pasaran. Seguramente el Señor Kozlov va a darme alguna sanción. — Ella disfrutaba de sus besos en su rostro, y la forma en la que sus ojos azules la miraban tan intensamente.
— Déjame hablar con él un poco... — Ella rió entre sus labios, una mañana sin hacer nada sonaba muy bien. — Dice que puedes tomar todos los días que quieras si te quedas aquí... Conmigo. —
Las mejillas de Monique se incendiaron, disfrutaba de sus besos o su cercanía. Y aunque la oferta era demasiado tentadora apenas tenía 15 minutos para prepararse e irse pronto si querían llegar temprano.
— Ivan. Llegaremos tarde. — Lo detuvo. Por un momento Kozlov pensó en no trabajar ese día, en décadas realmente pensó tomar uno de sus días que parecían eternos para compartirlo con su hermosa humana.
— ¿Y si nos quedamos? — Kozlov beso su frente.
Ella no recordaba haber detallado su hermoso rostro tan cerca. Sus labios carnosos concebían una sonrisa que no le mentía, y sus maravillosos ojos azules transmitían aquel anhelo, uno sincero, que parecía ahogarla en sus olas tormentosas. No tenía dudas mirandolo a esos ojos azules como el océano, sabiendo que ahora se había metido en lo más profundo de su corazón.
Porque tenía una mirada melancólica, casi bohemía, una que no tenía la primera vez que lo vio, y ahora sabía que se había metido profundamente en su alma.
Se sentía peligrosamente hipnotizada por sus labios rojos, por su voz profunda, y por sus ojos cambiantes, su pálida piel blanca, tan pulcramente adornando toda su silueta. La quería sobre la suya.
— ¿Qué me has hecho? — Monique preguntó directamente, se sentía extrañamente hipnotizada, en paz, a gusto con solo ver sus ojos. Cómo si no quisiera ir a otro lugar más que estar a su lado.
— Nada. — Pero en su pecho, ella sabía que mentía. Algo había cambiado, lo sentía como un fuego ardiente en el pecho y en el resto de su cuerpo, un fuego que ahora ardía por él.
— Vamonos. Se hará tarde para las entrevista. — Ella escapó como pudo de sus brazos acogedores, sin siquiera esperar su respuesta.
— Cierto. — Él hizo una mueca imperceptible, y sonrió genuinamente al ver a su humana caminar a paso decidido fuera de su enorme habitación.
Cada vez era más innegable que se había convertido en su sello, uno que ahora debía no sólo proteger porque debía, sino porque lo quería y lo deseaba.
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¿De verdad se sentía todo de una manera tan intensa? Monique no recordaba si alguna vez se había enamorado, quizá lo más cercano a eso había la ciega admiración a una banda adolescente, cuando ella tenía cerca de 16 años. A pesar de que su vida había sido siempre una basura en donde apenas alcanzó a sobrevivir, recordaba que escuchar su música la había hecho sonreír. Y siempre pensó que eso era amor, un amor plátonico, idílico. No efímero.
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Más Dulce que la Muerte.
VampirMonique está pérdida, no encuentra salida alguna más que un horrible intento de suicidio, decide acabar con su vida para no tener que seguir soportando sus problemas como siempre. Un intento de familia que escapó dejándola con tantas deudas que su s...