Una antigua enemistad

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La lince recorrió un bosque que le era familiar. Había pasado algún tiempo, pero seguía siendo el mismo bosque que atravesara años atrás.

–Así que sigue vivo– se dijo para sí.

Estaba frente a un árbol con la corteza desgarrada, del que se desprendía un olor que no había olvidado. Uno que no le traía buenos recuerdos. En aquel entonces, la felina apenas llegaba al nivel 50, y había estado cerca de morir.

Sus sentimientos se desbordaban. Creía que lo había superado, pero aún conservaba odio en su interior, aunque no miedo. Ya no era la misma lince inexperta y orgullosa de aquel entonces. Ni estaba sola. Aunque a aquello debía enfrentarlo por sí misma.

Avanzó, llegando junto a un ancho río. Aquel por el que había escapado. Aquel que la había arrastrado. Aquel que acababa en una catarata por la que había caído, y casi muerto. Todo por culpa de él. Aunque tenía que agradecerle algo. De no ser por él, quizás no habría encontrado a sus hermanas.

–No estás mal. Me aparearé contigo– oyó un rugido tras de sí.

Ya había oído el sonido de las hojas al moverse. Sentido el olor que el viento le traía, pues se había colocado de espaldas al viento precisamente por ello. Sabía que era un lince macho. Ese lince macho.

–Ni siquiera me recuerdas– rugió ella con desdén–. Has subido de nivel desde entonces, pero sigues siendo la misma escoria. Incluso hablas igual.

–No sé que tonterías dices. Si lo haces difícil, sufrirás. No tengo paciencia con las que no son obedientes. Ya no– rugió de nuevo.

–¿Oh?– lo miró ella alzando una ceja.

Él se acercó un paso. Amenazante. Ella no se movió.

–He estado años recuperándome. Me emboscaron por buscar a una estúpida demasiado rebelde que había caído por la cascada. No estoy de humor para tonterías. Así que, acepta tu destino. O te forzaré a hacerlo– rugió él.

–Vaya. Una agradable sorpresa. Que te emboscaran gracias a mí...– se burló la lince.

El macho tardó algunos segundos en entender que es lo que ella estaba dando por sentado. Que su sufrimiento había sido culpa de ella. Sin dudar, furioso, se lanzó sobre ella.

La felina estaba preparada. Saltó hacia un lado mientras el fuego la cubría, esquivándolo. Y, antes de que éste pudiera reaccionar, fue ella quien Saltó hacia él.

No tuvo tiempo de apartarse. Así que se revolvió, recibiéndola con sus propias garras y colmillos. Ambos buscaban atravesar la piel del otro. Encontrar el cuello del adversario. Apartando el suyo. Intentando evitar las garras del contrario y acertar con las suyas.

Años atrás, la felina no había tenido ninguna oportunidad, ni por experiencia ni por nivel, pero ahora era lo contrario. Con sus hermanas, había experimentado multitud de batallas en lo que para Goldmi era el juego, y sus habilidades estaban más refinadas, además de ser su nivel mayor.

El lince podía notar como las garras reforzadas con Desgarrar conseguían penetrar a través de su piel. Como el fuego, algo excepcional en un lince, lo quemaba continuamente. Y como él era incapaz de atravesar las defensas de su oponente, reforzadas con Piel de Acero.

Se separaron un instante. Como había hecho la lince en el pasado, él tenía la posibilidad de saltar al río e intentar escapar. Pero era demasiado orgulloso para reconocer su derrota. Estaba demasiado furioso para dejar escapar su venganza. Aunque no fuera él el único que quería vengarse.

Usando Cortes Múltiples, saltó de nuevo sobre la lince, pero ésta simplemente esquivó. No era la primera vez que se enfrentaba a aquella habilidad, la habían usado contra ella varios de sus enemigos, y lo más fácil era simplemente evitarla.

Él lo intentó unas cuantas veces más, agotando su energía. Y, en cuanto se detuvo para recuperar la respiración, ella atacó. Con ferocidad. Apuntando a los puntos en los que ya lo había herido. Desgarrando las heridas previas. Quemando las zonas chamuscadas.

Intentó defenderse desesperadamente, pero la lince atacaba sin piedad ni descanso. Las garras de ella se incrustaban en la carne. Sus colmillos se acercaban a su cuello. Sin dar síntomas de flaqueza mientras él se debilitaba.

La lince no venció cuando logró cerrar sus mandíbulas sobre el cuello de su antiguo enemigo. Ya lo había hecho antes. Aquel sólo fue el punto y final. La conclusión de una antigua enemistad.

Giró la cabeza para lanzarlo al agua, dejando que el río arrastrara el cadáver y cayera por la cascada. Luego se dio media vuelta y se dirigió en la dirección de su hermana. Estaba herida, pero no de gravedad. Cansada, pero no exhausta. Y tenía hambre.



Aunque aún preocupada, Maldoa estaba ahora más tranquila. Su amiga estaba a salvo, al menos de momento, y sólo podía reprimir sus ansias de ir a buscarla.

Estaba de pie sobre un humedal, sus piernas habiendo echado raíces, absorbiendo la energía de la tierra acumulada durante años. Ese era el lugar que le había sido asignado en el pasado, pero hacía mucho que no iba allí.

Había estado ocupada viajando, luchando o con otras tareas o aficiones. No había sentido la necesidad de hacerse más fuerte, de absorber la energía acumulada para ella. Hasta ahora.

Su amiga se estaba haciendo más fuerte día a día, a una velocidad vertiginosa. Y no quería quedarse detrás. Quería poder estar a su lado cuanto volviera. Y no sólo por la comida.

Nunca se había sentido tan cercana a nadie que no fuera de su familia. Nunca había tenido una amiga tan íntima. Y que cocinara tan bien. Quizás era porque, como ella, tenía sangre élfica, era afín a la naturaleza y se sentía de alguna forma inadaptada a aquel mundo.

Miró de reojo a Pikshbxgra, quien la observaba con curiosidad. Le había cogido cariño a aquella hada, y ésta a la semidríada, mientras las dos esperaban la vuelta de la elfa. Y con mucha curiosidad por ver a la azor blanca.

Evidentemente, las sociables y algo cotillas dríadas habían hablado sobre la hermana alada, como no podría de ser de otra forma, y Maldoa había escuchado con atención. No siempre lo hacía, pero, ansiosa por noticias, se había últimamente unido al vínculo colectivo mucho más de lo habitual.

Y, sin darse cuenta, se había sentido más cómoda que de costumbre. Normalmente, se sentía algo marginada, en lo que era una impresión personal. Al fin y al cabo, sólo ella le daba importancia el ser sólo mitad dríada.

Pero, al centrarse en las noticias de su hermana y olvidarse de sí misma, se había dejado llevar, sintiéndose plenamente unida a sus hermanas, quienes, sonriendo para sí, le daban más que felices la bienvenida.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora