CAPÍTULO XXXVII . El cráter revela su secreto

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   El ensordecedor zumbido de las turbinas del helicóptero llegó a un máximo y el aparato comenzó a levitarse lentamente.

Los patines dejaron de hacer contacto con el suelo, la aeronave se inclinó levemente hacia adelante, giró hacia la izquierda y comenzó a elevarse verticalmente.

Tras superar la altura del acantilado, giró noventa grados a la derecha y enfilándose hacia el Cofre de Perote se alejó con rapidez.

Fue entonces cuando Anna, Nancy, y Guillermo, salieron de la tienda en donde se habían confinado.

Amanda se quedó dentro con la consigna de salir hasta que escuchara el siguiente helicóptero.

Guillermo era el único que sabía que ese helicóptero no llegaría.

Amanda por su parte, en ningún momento ocultó su disgusto por la manera en que había sido separada del proyecto.

En cuanto salieron de la tienda Guillermo tomó la delantera mientras Nancy y Anna caminaban juntas a la zaga.

Cuando pasaron frente a la apagada parrilla de la cocina a cielo abierto, vieron que recargado a su costado estaba un rifle, Guillermo lo reconoció como el que había llevado al campamento desde la primera incursión.

"De lo perdido lo que aparezca", pensó, echó de menos la pistola que había dado a Nancy pero se conformó, tomó el rifle y al hacerlo reparó en que las dos cajas de municiones con que se había aprovisionado estaban sobre la apagada estufa.

- Amigas, les propongo que antes de sacar al FBI de la grieta exploremos lo que hay en el cráter, no nos tardaremos mucho y nos servirá para tomar mejores decisiones.

La idea fue aceptada de inmediato.

Al margen de las consideraciones estratégicas todos ardían en deseos de incursionar en la misteriosa bodega que había sido descubierta por mero accidente.

- Ésta es la entrada –dijo Guillermo mientras encuclillado removía la tapa que había disimulado tras su primera incursión-, la manera más fácil de bajar es deslizándose.

Antes voy a bajar este madero porque lo vamos a necesitar –Se refería al que le había dejado Gaudencio-, ¡ah!, pónganse las lámparas de minero –él se ciñó la suya-

Anna y Nancy estaban asombradas, la existencia de la trampilla inició una serie de sorpresas que no les daban un punto de reposo.

Se colocaron las lámparas en la cabeza como autómatas mientras miraban la extraña tranca que descansaba justo al lado de Guillermo, pero antes de que pudieran preguntar de ella, la trampilla se abrió y su atención fue atrapada por la pulimentada madera que cubría las cuatro paredes del hoyo.

Guillermo, sin hacer comentarios, ato su cuerda al madero y lo bajó con lentitud hasta el fondo.

Estaba por deslizarse cuando recapacitó en que podía resultar lastimado por el obstáculo que acababa de colocar en la rampa, y sin explicar sus razones a las expectantes chicas, buscó en donde fijar la cuerda para poder ayudarse durante el descenso.

No encontró nada adecuado, así que sacó de su mochila una alcayata que fijó entre dos enormes rocas volcánicas que emergían del vertical talud que delimitaba el cráter, después se deslizó hacia abajo controlando su velocidad con la cuerda, terminado el descenso arrastró el madero fuera del tobogán, y exclamó.

- ¡Ya pueden bajar deslizándose!, yo las recibo aquí, pero no griten porque pueden causar un derrumbe –Eso no era cierto pero le divirtió forzarlas a que callaran-

EN EL CERRO DE CUATRO CARASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora