"A quien encuentre esto; debe saber que uno de los líderes estaba muy interesado en ocultarlo. Lo descubrimos justo cuando trataba de enterrarlo mientras sus compañeros morían a pocos metros. Decidimos respetar su deseo porque no es lo que vinimos a buscar. Le permitimos volver a sellarlo antes de matarlo igual que al resto. Por lo tanto, si llegaste a este libro es porque ya es momento de que la verdad salga a la luz y se deshaga de las sombras de la ignorancia y la falsedad. Ríos de sangre bañarán estas tierras hasta que el ciclo sea completado y el último de los culpables reciba su castigo. Alea Iacta Est".
–¡No! ¡No es cierto! ¡No es verdad!
Kurapika arrojó el libro, se levantó y salió corriendo. Killua fue tras él, lo atrapó y trató de calmarlo, pero el muchacho se zafó, tropezó y cayó. Se sentó con la espalda contra el tronco de un árbol, se cubrió la cara con las manos y se largó a llorar. Gon también se acercó para consolarlo.
–¿Pero qué les pasa? –se preguntó Hisoka mientras se agachaba para recoger el libro.
Alisó las páginas que se arrugaron al caer. Éstas en particular contenían imágenes detalladas y coloridas que representaban escenas de muerte y aniquilación. Los personajes que eran perseguidos elevaban los brazos para pedir piedad, mientras otros los clavaban con sus lanzas, los cortaban con espadas y hachas y los despedazaban. La sangre derramada formaba ríos que se juntaban en mares subterráneos al pie de la página.
Hisoka dio vuelta la hoja. Estos mares de sangre se conectaban con las ilustraciones de la página, donde las escenas de tortura y aniquilación continuaban con más detalle.
Hizo una mueca. Avanzó a las páginas siguientes. En todas se repetían escenas parecidas, aunque sin el ensañamiento de las primeras. Invasiones y matanzas que se extendían a muchos otros pueblos. Sus cejas se levantaron con asombro. Miró hacia adelante, los muchachos seguían al lado de Kurapika. Tomó el libro y caminó hacia ellos.
–¿Qué es esto? –preguntó Hisoka; sostuvo el libro abierto frente a Kurapika.
El muchacho cerró los ojos y meneó la cabeza.
–Le hace mal eso, dejalo –dijo Gon.
–¿Por qué le haría mal? Dale Kurta, contame, ¿qué es esto?
–No, no, ¡salí! –dijo Kurapika, y cerró los ojos con más fuerza.
–No lo molestes, idiota, ¿no ves que no quiere? –encaró Killua.
–¿Por qué no? ¿Ustedes lo vieron bien? –Hisoka buscó las páginas y volvió a enfrentar el libro a los chicos– Eh, Kurta, decinos. ¿Éstos que masacraron a tanta gente fueron ustedes?
–¡No! ¡Eso no es verdad! –gritó Kurapika
–¿Cómo qué no? Si está en tu libro. Mirá. Acá ves, ¿no tienen los ojos rojos? y Acá, acá también. Hasta los pintaron todos de rojo ¿bañados en sangre o me parece? Y acá como que bailan y festejan...
–No, basta, ¡basta!
–Idiota, ¡dejalo en paz! –Killua se lanzó e intentó arrebatarle el libro pero Hisoka lo esquivó.
–Soltá eso –agregó Gon, quien también trató de quitárselo.
Hisoka pasó el libro pesado a su mano debilitada. Al mismo tiempo Killua lo golpeó con fuerza en el brazo. Hisoka gritó por el dolor agudo, el libro cayó a sus pies.
–Malditos... –gruñó entre dientes. Distinguió a Killua que intentaba agarrar el libro. Hisoka lo pisó y lanzó su goma Bungee hacia los chicos. En un instante los tres quedaron atados contra los troncos de los árboles.
–Maldito seas, ¿estás loco? ¡Soltanos ahora!
Todos estallaron en gritos e insultos. Hisoka se tambaleó y trató de retomar el control. El dolor le dificultaba la respiración, las palpitaciones retumbaban en su pecho y su cabeza. Todo le daba vueltas y por momentos le costaba enfocar. Los chillidos de los jóvenes atrapados sólo empeoraban la situación.
–¡Ya cállense! Cállense o los mato. ¡Hablo en serio!
Los chicos guardaron silencio. Hisoka cayó de rodillas. Se cubrió los ojos para tratar de calmarse. Estaba mareado por las palpitaciones y sintió deseos de arrancarse el brazo. Quitó el Nen que lo cubría. Estaba completamente negro e hinchado, pequeñas espirales y nubes de energía oscura se elevaron como si ardiera, sobre todo salían, como si se escaparan, de la cicatriz que unía su brazo al hombro.
–Machi... ¿qué hiciste? –murmuró.
Escuchó lejanas las exclamaciones de los muchachos, miró hacia ellos pero los vio borrosos. Tuvo que bajar la cabeza para evitar marearse más. Ante sus ojos el libro desplegaba las escenas terribles de las masacres y el baño de sangre. El dolor comenzó a extenderse desde su hombro hacia el resto del cuerpo. Cada vez era más intenso y la opresión en el pecho le hacía difícil respirar.
Las volutas de humo negro fueron hacia el libro, lo envolvieron. Hisoka extendió su mano y buscó en las páginas anteriores. Justo antes de las matanzas. Un pueblo de cabello rubio, su reino rodeado por murallas que lo separaban del reino vecino. El pueblo rubio moría por enfermedades y hambruna; en una esquina encontraban unas minas, fabricaban muchas armas. Avanzó a la siguiente escena. El pueblo de cabellos dorados derribaba las murallas y atacaba al reino de cabellos oscuros. Lo masacraban. El exterminio continuaba en las páginas que ya había visto.
El dolor, el dolor era cada vez más fuerte. Vio espirales de energía oscura que subían por su otro brazo y ya casi cubrían su cuerpo por completo; lo ahogaban con una sensación de angustia que le daban ganas de llorar. O quizás ya estaba llorando, no lo sabía. Oía su nombre, pero las voces de los chicos le llegaban lejanas y distorsionadas. Se sentía mareado, pero lo urgía la necesidad de continuar. Volvió al libro y giró las páginas hacia atrás, casi al inicio.
Imágenes hermosas y pacíficas. Dos reinos que vivían en armonía. Una ilustración exquisita a doble página que mostraba en detalle la vida del pueblo de los cabellos dorados como el sol. Eran hermosos y elegantes. Con tierras ricas en cultivos y frutos. Excelentes orfebres y herreros. Abundaban las imágenes de damas y caballeros que lucían joyas elaboradas y espadas magníficas. Hisoka dio vuelta la hoja. En la ilustración siguiente, también a doble página, se presentaba la vida del pueblo del cabello negro como la noche.
Casi en ese mismo instante el dolor ya era insoportable, sentía que el pecho le iba a estallar de angustia. El joven que tenía enfrente parecía que gritaba. Sonaba lejos pero sabía que si se estiraba un poco podría tocarlo. Esa voz lloraba.
–¿Por qué lloras?
Fue lo último que alcanzó a decir antes de hundirse en las imágenes del libro que ocupaban toda su visión. La descripción de un pueblo que estudiaba los astros y las estrellas, que escribía largos pergaminos llenos de conocimientos. Los pergaminos se acumulaban como columnas, las personas con largos cabellos negros parecían astrónomos, místicos, matemáticos. Incluso había barcos, eran hábiles navegantes y ricos comerciantes. Por encima y en el centro presidía la escena la imagen del rey y de la reina. Juntos tomados de la mano, sentados en sus tronos.
Se acercó más y miró en detalle. Jadeaba como un animal en agonía. Las lágrimas le dificultaban la visión, pero finalmente lo vio. El símbolo en la pechera del rey. El mismo que se repetía en su cetro y en el escudo sobre el trono.
La misma cruz que Chrollo llevaba en la frente. El mismo tatuaje que el rey y la reina lucían en la suya.
Le pareció que de su boca salía un grito, pero no pudo oír nada. Levantó la cabeza y vio los ojos escarlata que lo miraban fulgurantes. Después todo se volvió negro.
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Ojos de Sangre || Hisokuro (En Edición)
FanfictionHisoka y Chrollo se aman, pero se traicionaron y fueron crueles. 2da parte de Ojos de Hielo y Fuego. +18. Violencia explícita. Angst. Tragedia. Gore. BL. Advertencia: Angustia y dolor emocional. Para entender mejor esta historia te recomiendo...