Capítulo diez

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—Estás de buen humor, fratello —Feliciano se sorprendió de encontrarse con Lovino en la cocina despierto desde tan temprano.

Silbando por lo bajo mientras preparaba el café y cortaba algunas frutas para el desayuno Lovino se volteó un momento para verlo entrar.

—Claro que no —frunció el ceño pero no duró mucho con aquella expresión. Fue dejando las cosas en la mesa— ¿Quieres desayunar también? —le ofreció y Feliciano asintió con la cabeza todavía no habituado del todo a su nuevo hermano.

Había pasado casi un mes desde que Lovino había salido por primera vez con el florista y lo había estado espiando para saber lo que pasaba ya que él no se lo contaba. Había notado que se escapaba todas las tardes en el horario en el que la tienda cerraba por la "siesta" y había dejado de cenar con él en las noches. Sólo se quedaba en la casa si había algún compromiso urgente que tratar pero se había olvidado prácticamente del resto de los asuntos que los apremiaban.

Feliciano hubiese deseado poder conservar a su hermano en ese estado por más tiempo y no tener que ser él quien lo trajese a la realidad de una forma tan abrupta. Volvía a desear que su vida no hubiese estado marcada desde el nacimiento con un destino que no podían cambiar y que los obligaba a actuar en consecuencia a él sin demasiadas opciones.

—Anoche no volviste ¿Pasó algo? —lo sacó de sus pensamientos.

Le sonrió de una forma poco convincente. Acababa de llegar a la casa y era claro que no había dormido, tenía la vista cansada y nublada por las preocupaciones.

—Estuve trabajando, fratello... Tenemos mucho que...

—Se me olvidó que teníamos que reunirnos con la familia Carusso —se palmeó la frente— ¿Vienes de ahí? ¿Salió todo como lo planeamos? ¿Tendrán el cargamento o tenemos que meterles presión?

—Escucha, fratello —suspiró y apartó la vista—. Estamos en problemas graves.

—¿Qué? ¿Por qué? —en la visión de Lovino todo marchaba sobre ruedas y por una vez no había cosas de las que tuviera que preocuparse.

—Desde la noche que nos tendieron la trampa, los puercos nos tienen vigilados de cerca. Han atrapado ya a tres de nuestros hombres más cercanos. Sé que no van a romper la omertá pero estuve investigando sus movimientos... Nos han pinchado todas las líneas de teléfono y mandé a revisar los automóviles. La mitad tenían cámaras ocultas, el nuestro estaba limpio pero —lo miró a los ojos sintiéndose cada vez peor al ver la expresión desconcertada de su hermano—, no sé cuánta información han sacado sólo con nuestras llamadas.

—¿Desde cuándo sucede esto? ¿Por qué yo no sabía nada? —la ira y la frustración empezaban a dominarlo de nuevo— ¡Maldición! —se puso de pie caminando de un lado a otro mientras pensaba en las implicaciones de todo aquello.

—Estabas tan feliz, fratello, no quería que tuvieras que preocuparte por esto... Al menos mientras pudiera hacerme cargo de todo por mi cuenta, pero no sé cuánto más podremos mantener todo bajo control. Si han escuchado sobre lo del sábado... Creo que tendremos que suspender las negociaciones en la cena de caridad.

—No podemos hacer eso —se llevó la mano a la barbilla tratando de trazar un plan y organizar sus ideas. No podía perdonarse que todo se le hubiese escapado de las manos. Si era como Feliciano se lo planteaba no había demasiadas opciones—. Si no cerramos ese negocio entraremos de seguro en guerra interna. Hay demasiados implicados en ese evento. El lavado de dinero con la cena de beneficencia, el cargamento con las armas y los planes para la compra de las boletas electorales se van a discutir esa noche. Si nosotros no nos presentamos las otras dos familias creerán que tienen el control de la zona y no podemos permitírnoslo, tendrán una excusa fuerte para abrir fuego si rompemos los compromisos ¡Mierda! —le dio una patada a la silla haciéndola caer y guardó silencio pensando las pocas alternativas que tenían— No hablamos de esto por teléfono ¿verdad? No recuerdo haber mencionado esto más allá de las reuniones.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora