Ser Ateo

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Ser ateo significa no creer en lo divino. Cuando alguien se hace llamar a sí mismo ateo significa que no cree en lo sobrenatural, no cree en ángeles ni en demonios. No cree que exista alguna fuerza más allá de lo físicamente posible.

Yo soy ateo.

Crecí en una familia religiosa y se me inculcó la fe católica desde nacimiento, pero con el pasar de los años y al madurar como persona me di cuenta de que no comprendía la religión, y que en lo personal no creía en ningún tipo de las deidades en las cuales se basan las corrientes religiosas que todos hemos escuchado. A mis padres no les agradó la idea de tener un hijo que no compartiera las mismas creencias que ellos. Se rompió una tradición.

A pesar de generar un descontento en el círculo familiar de mi hogar, yo estaba convencido de que era ilógico creer que podían existir seres que rompen los parámetros de lo natural y que vienen de un lugar que la compleja mente humana no puede comprender. Creía que los fantasmas y demonios eran producto de la imaginación y una especie de broma del subconsciente. Maldito el día en el que mis creencias fueron puestas a prueba.

Ya había pasado la media noche, y como de costumbre yo me encontraba jugando algún videojuego portátil en la oscuridad de mi cuarto, recostado en mi cama. No recuerdo la hora exacta en la que escuché alguna especie de rasguños en el pasillo que daba hacia las escaleras, las cuales, a su vez, conducían al piso de abajo. Al principio pensé que se trataba de algún ratón que se había escabullido por la oscuridad hacia el baño que quedaba a mitad del pasillo. Me levanté, caminé en dirección al ruido alumbrando con la tenue luz que tenía la pantalla de mi celular y busqué en silencio la fuente del ruido, pero no encontré nada. Supuse que lo que fuera que había producido ese ruido había escapado hacia su madriguera o algo por el estilo, debido a que en el momento que puse un pie fuera de mi cuarto el ruido se detuvo. Sin más problemas regresé a mi cama y dormí tranquilamente.

Pasaron dos días sin percances, dos días en los cuales no escuché nada durante la noche. Entonces llegó la noche del tercer día. Ya era bastante tarde cuando escuché el ruido de nuevo. Era como si algo rasguñara la puerta del cuarto adyacente. Al igual que hace dos días, tomé mi celular y fui en busca de la fuente del ruido esperando ver alguna clase de roedor. Y también en esta ocasión el ruido se detuvo cuando puse un pie fuera de mi cuarto, pero de igual manera fui en busca de la fuente del ruido y no encontré nada. Regresé a mi cuarto y me recosté en la cama. Al cabo de algunos minutos volví a escuchar el ruido; parecía que lo que fuera que lo ocasionaba tenía la intención de fastidiarme. Después de algunos minutos el ruido se detuvo y yo dormí, aunque algo intranquilo.

Este fenómeno se repitió sin ningún patrón, algunas noches se escuchaba, algunas noches no. Pero lo inquietante del asunto es que los rasguños eran cada vez más fuertes y en ocasiones me parecía escuchar algún tipo de sonido gutural muy bajo, era alguna especie de gemido que expresaba dolor y odio. Lo que me pareció más lógico es que sólo fuera parte de mi imaginación. Sin embargo, esto me producía miedo, pero no un miedo normal, no era un miedo como el que se siente cuando algún ser querido se encuentra en un estado de salud delicado, o como el miedo que se siente cuando en un asalto te apuntan con un arma de fuego. No era ese tipo de miedo. Por primera vez me pregunté si en realidad no creía en seres que vienen del más allá.

Son las dos de la mañana y estoy en mi cuarto. La puerta está cerrada y yo estoy frente al monitor de mi computadora. Cada vez está más cerca. Aún no sé qué es ese ser, pero estoy seguro de que no es un ratón, ni una rata, ni ningún roedor, ni ningún animal. Sea lo que sea tampoco es humano. Escucho los rasguños, pero esta vez rasguña la puerta de mi habitación. Roe en la oscuridad, gime de dolor y de odio. Es un sonido que hace que la sangre se torne fría, es un sonido que poco a poco corrompe mi salud mental. El horror me hace perder el juicio y la cordura. Se quiebra mi razón y hago lo único que en este momento tiene sentido, escribir lo que pasa.

Qué momento tan jodido para ser ateo.


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