PRÓLOGO

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Dos niños estaban sentados en el borde de las escaleras de la Plaza Mayor. Tendrían alrededor de unos doce o trece años, y por la cara del chico se podría decir que hablaban sobre algo importante. Él la miraba serio mientras la rodeaba con su brazo. Ella miraba al suelo con las mejillas rojas como un tomate.

- Sabes que siempre me tendrás a tu lado aunque no esté contigo.

- ¿Y qué haré cuando te vayas? ¿A dónde te irás? ¿Con quién pasaré las tardes a partir de ahora?

- No te preocupes Cristi. No sé a dónde ni cuándo me iré, pero  sí sé que eres capaz de hacer muchos amigos y que puede que al final ni te acuerdes de mí. Yo siempre me acordaré de ti. Has sido y eres como  mi hermana, y aunque pasen muchos años una amistad como la nuestra nunca se rompe.

La chica se puso a llorar y su amigo le dio un cálido abrazo que la reconfortó. Las chicas de su clase nunca habían querido ser su amiga porque llevaba gafas y únicamente se juntaba con  el chaval ese con el que quedaba todas las tardes. El chico, por el contrario, era delgadito, rubio y con unos ojos azules que muchas personas querrían tener.

-  No llores más compi, te quiero mucho. – Le secó una lágrima a ella. – Me tengo que ir a casa, me esperan para cenar. Mañana nos volvemos a ver, ¿verdad?

-  Claro, mañana nos vemos- dijo ella mientras le daba un beso en la mejilla.

Y desde lo lejos, cuando cada uno se iba en una dirección distinta ella le llamó:

- ¡Dani! – Él se giró y elevó los hombros preguntándose qué querría. - ¡Te quiero!- Daniel sonrió y prosiguió su camino.

Lo que Cristina no sabía era que su mejor amigo ya se había percatado de que a ella le gustaba él. Pero sobre todo, lo que ninguno de los dos sabía, era que ese abrazo que se habían dado había sido su abrazo de despedida.

Mi querido amigo DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora