Capítulo 4

1.2K 242 56
                                    

Sheyla no volvió a abrir su boca hasta que llegaron al bar, donde su actitud amable y cariñosa regresó. Ella se despidió de Dawson con una sonrisa antes de entrar por la puerta solo autorizada para empleados. Era temprano, pero de igual forma Dawson fue a su lugar de siempre.

Extendió el folleto que le había entregado el chico adorador de Los Seguidores, tenía colores opacos, azul, amarillo y marrón. Había un hombre con los brazos extendidos, Dawson no pudo reconocerlo, ante él tenía a varias personas arrodilladas con sus manos ofrecidas a él. El mensaje estaba escrito con letras grandes y negras, “¿Estás perdido? Yo te encontraré”, decía, “No caigas en las insinuaciones del mal, mi voz te guiará a la luz. No refutes ni reniegues de las palabras del salvador, porque aunque perdona, también castiga”.

Tenía una dirección, fecha y hora, habría una reunión con invitados especiales. Hombres de los cuales Dawson ya había escuchado antes, eran humanos que habían traído la peste de Zachcarías a la ciudad. Los primeros en caer en sus redes, o quizás en su verdad. Dawson no podía parar de pensar que aquellos quienes habían accedido tan fácil ante Zachcarías, fueron quienes comprendieron de que se trataba sus mentiras, y lo aceptaron solo por el poder que eso les daría.

Dawson quiso su teléfono para fotografiar el folleto y enviarlo a Drawgie, pero cuando alejó sus manos hacia sus pantalones, toda la mesa se inundó de líquido con olor penetrante.

—¡Oh, lo lamento tanto! —chilló la voz de Sheyla intentando limpiar inútilmente donde el folleto estaba, sus movimientos rústicos solo lograban estropearlo aún más, hasta que terminó por romperlo—. Maldición —nunca le había escuchado maldecir de esa forma—. Lo siento, cielo. De verdad, soy una tonta.

Él negó para detener sus balbuceos apenados, no importaba en lo absoluto ese trozo de papel, no quería que pensara…Se detuvo a sí mismo cuando observó su rostro, sus palabras eran bajitas, arrepentidas, pero sus ojos, nunca los había visto tan fríos y rabiosos. Dawson se percató entonces de más, sus movimientos, por ejemplo, querían hacerse pasar por cuidadosos, pero eran bruscos y determinados.

Ella lo había hecho a propósito, él lo sabía, lo confirmó cuando ni siquiera fue capaz de mirarlo a los ojos, pero, ¿por qué? ¿Acaso se debía a la forma tan extraña en la que había actuado en el autobús? ¿Cuándo no quiso tomar ella un folleto?

Dawson le tomó con suavidad las muñecas y cuando ella se sobresaltó, él la soltó. Él negó con la intención de que ella se detuviera y se tranquilizara, la mirada que le dio Dawson logró su cometido. Cuando ella lo miró a los ojos los tenía brillantes, pero no había pena o arrepentimiento.

Sheyla suspiró asintiendo, deteniéndose.

—De cualquier forma no te pierdes de nada, son fanáticos —le susurró solo a él—. Solo quieren atención.

Ella se retiró disculpándose nuevamente y prometiéndole traerle algo pronto.

Dawson se sentó y la observó de otra forma, la observó como hacía con las personas que investigaba. Lo que había dicho era acertado, ellos querían atención, no se sorprendía de que pudiera darse cuenta, lo que lo sorprendía era la dura certeza que había intentado disimular.

Sheyla volvió a él con un plato de galletas dulces y saladas junto con la bebida sin alcohol del día.

Sintió ganas –verdaderas ganas- de hablarle, de preguntarle, rogarle por un trozo de verdad. Pero no encontró las palabras dentro de sí, no encontró su voz, no supo usarla. Su promesa le quemó el cuerpo, aquella que le había hecho a la Ciudad Alada, su hogar.

Nacido bajo mis alas

Se las he dado para volar

Mi casa es su cielo

Mi aliento su verdad.

Y si alguna vez mi sangre me deja

Su canto me dará

Su voz será mi recompensa

Una promesa de que volverá.

Ningún alado estaba obligado a hacer la promesa, pero él, siendo niño, siendo un Oliam. Su tierra había significado todo para él, así se lo habían inculcado sus padres. Antes de llevarlo con los humanos, lo llevaron al templo en las montañas y Dawson hizo su promesa, una de que volvería.

Hasta entonces, él no diría palabra.

*****

Toda la tarde se fijó sin disimulo en Sheyla, cuando ella lo atrapaba mirándola se sonrojaba, estaba sorprendida de su comportamiento, pero contrario a lo que pensaba, Dawson no la estaba mirando por placer –aunque era inevitable-, él la miraba intentando descubrir lo que antes no había notado.

Pero no hubo nada.

Ella era deslumbrantemente ágil moviéndose en la barra y entre las mesas, era martes y no había juego, el bar estaba tranquilo. Dawson estaba revisando su teléfono, tenía varios correos de clientes que estaban esperando su respuesta, él sabía que tenía que responderles si quería tener dinero en su cuenta, pero no tenía ganas de sentarse en su laptop y trabajar. No por ahora.

La campanilla de la puerta sonó anunciando la llegada de alguien, Dawson no hubiese prestado atención si todos no hubiesen guardado silencio. Su banco chilló cuando él se giró, el sonido llenó el lugar de manera inusual. Observó a las personas orgullosamente paradas en la puerta.

Eran los adoradores.

No los del autobús, pero era fácil reconocerlos en general, tenían esos collares de cuencas largos y las cintas trenzadas alrededor de sus cabezas. Eran tres chicos.

—Buenas noches, gente buena —habló el más alto de ellos, estaba erguido y casi los miraba como si ellos estuvieran por debajo de él—. ¿No le parece irrespetuoso estar a altas horas de la noche fuera de casa? ¿No les parece peligroso?

Nadie se movió, todos estaban mudos por el arrebato de esos niños. Dawson solo estaba esperando…

—Si no van a consumir, no pueden permanecer aquí —les espetó Sheyla con una bandeja bajo su brazo.

Consumir —saboreó la palabra el que había estado hablando—, ¿Qué los hace sentir esa palabra? ¿Orgullo? —el chico miró a todos antes de detenerse en Sheyla—. Los vicios son un insulto para el salvador, su palabra es lo único que deberían consumir los mortales, su palabra no hace daño, nutre el cuerpo, lo llena de vida y paz, ¿no lo cree, señorita?

—No —respondió ella de inmediato, con esa mirada que tenía cuando había derramado la cerveza sobre la mesa—. Les pido que por favor se retiren.

Dawson se estaba conteniendo desde donde estaba, quería interponerse entre la mirada acusadora que ellos tenían dirigida a ella.

—Por supuesto, no esperaría nada de una mujer de la noche, tan perdida en los vicios que probablemente se convirtió en uno. Pero no debes tener miedo de tus errores, él te perdonará —Dawson se puso de pie en el mismo momento que el chico estiraba su mano e intentaba tocar la frente de Sheyla—, iluminará tu camin…

No terminó de hablar, no pudo. Sheyla había detenido su muñeca en un agarra brusco antes de que pudiera tocarla. El chico se quedó tan sorprendido que las palabras se le atoraron en la boca.

—Piénsalo bien la próxima vez antes de que quieras ponerme las manos encima —su voz era baja y brutal, como un latigazo en una espalda desnuda—. Ahora, retírense del negocio. No voy a volver a repetirlo.

En las alas del OliamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora