3 AMO Y SUMISA

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Al final decidí aceptar su invitación y el domingo comimos juntos. Pasó a buscarme por casa a eso de la una, yo aún me estaba vistiendo, la verdad es que no me lo esperaba tan pronto. Llamó al timbre de abajo y fui a ver por el interfono. Estaba guapísimo, con unos tejanos estrechos que le quedaban como un guante y un jersey de lana blanco.

- Hola - le dije.

- Hola ¿puedo subir?

- Sí, sube - le dije apretando el botón de abrir la puerta.

Mientras subía, yo volví al baño, para terminar de peinarme, por lo que dejé la puerta entreabierta. Cuando llegó, oí su voz.

- ¡Gisela!

- ¡Estoy en el baño! - le dije.

Y le vi que asomaba por la puerta del baño.

- Vaya, vaya, ¿la señora aún no está lista? - dijo en un tono travieso que además de nerviosa, hizo que sintiera un calor especial en todo mi cuerpo.

- No, lo siento. Pero... No tengo excusa, la verdad - dije finalmente.

Yo estaba frente al espejo mirándome, colocándome bien los rizos. Y entonces el se puso tras de mí, besó mi cuello suavemente y luego acercando su boca a mi oído me dijo:

- Creo que tendré que castigarla Srta. Lilith.

- Pero...yo no he hecho nada, Lord Jordan.

- ¿Le parece nada, que yo llegue y usted aún no esté lista? - me preguntó travieso.

- Bueno, es que has llegado muy pronto y no pude arreglarme antes.

- Nada de excusas Srta. Quítese la falda y las braguitas y colóquese con el culo hacía fuera.

Obedecí, sintiendo como mi sexo se humedecía por la excitación que me producía pensar en lo que iba a suceder y el morbo que me provocaba su voz de mando.

- ¿Lista Srta Lilith? - preguntó.

- Sí, sr. - respondí.

Y ¡zas! sentí el primero de los golpes, que resonó en el baño. Me quejé, pues dolía, sentí otro golpe sobre mi nalga, me daba con la mano abierta y extrañamente, tras las tres o cuatro primeras zurras, empecé a sentirme excitada. No sólo sentía mi culo rojo, quemando, sino que también me sentía excitada y sentía como mi sexo se humedecía y como deseaba cada vez más, y más, de modo, que empece a gemir y removerme.

- Bien, creo que - dijo acercándose a mí, colocándose de nuevo tras de mí - ya te he calentado el culo lo suficiente.

Yo estaba a mil, y le deseaba, así que empujé mi culo hacía él. Y me susurró al oído:

- ¿Tiene ganas de mas, mi putita? - Su voz sonaba seductora, sensual y me atrapaba, me empujaba a pedirle más.

- Sí, Señor - gemí.

- Pues arréglate y vamos a comer, me muero de hambre - dijo como si no hubiera ocurrido todo aquello.

Mi alma cayó al suelo y me sentí tan decepcionada, cuando pensaba que iba a hacer algo más, me dejaba con las ganas. Por un segundo, le detesté.

En el restaurante, yo seguía tan excitada como al salir de casa, sentía mi sexo mojado, y las braguitas también. Al llegar pedimos una mesa que estuviera un tanto apartada. Era un restaurante bastante modesto. El camarero nos dio la carta y mientras decidíamos que íbamos a comer, Abel empezó a decirme:

- Creo que es el momento de hablar de como va a ser nuestra relación Amo-Sumisa, ¿no crees?

Me entró un calor por todo el cuerpo y creo que hasta me puse roja.

PERDERME EN SUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora