Prometo

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No sabe si están siendo un poco inconscientes, pero todo se le olvida cuando, a través de la ventana medio abierta, se cuela la brisa con olor a sal y tímidos rayos de sol que presagian un nuevo día caluroso.

Agradecen que la cama sea enorme y sus cuerpos no tengan que rozarse a menos que ellos quieran. Le cuesta mucho dormir últimamente y se ha dado por vencida a la hora de encontrar una postura en la que se encuentre cómoda.

Sin embargo, Luis lleva unos días durmiendo como un bebé, casi desde que se acuesta hasta que Alba es la que les despierta.

Aunque solo sea por no ver su ceño medio fruncido las horas que no está dormido, ese paréntesis en la costa brava ya merece la pena.

Al principio dudaron qué hacer con las vacaciones, si pasarlas en Madrid o viajar a visitar a la hermana de Luis que estaba viviendo en Alemania. Acabaron quedándose con un plan intermedio.

Por el momento, no habían vuelto a tener ningún susto ni motivo por el que alarmarse, aunque no querían alejarse demasiado de Madrid por si se pusiera de parto en las próximas semanas.

Así que la última semana de julio, cogieron el tren hasta Barcelona y tras pasar un par de días en casa de los padres de Aitana, usaron el coche de ella para desplazarse hasta Cadaqués donde, si todo seguía siendo estaba previsto, pasarían una semana.

A pesar de las insistencias de los padres de Aitana, siguieron con el plan original porque querían aprovechar ese suspiro en el tiempo para recargar fuerzas y soltar miedos antes de que su vida cambiara por completo.

El turquesa del mar se refleja en la mirada celeste de Alba, que no puede estar más encantada con esas vacaciones y la idea de vivir a escasos metros de la playa aunque sea temporalmente.

Aitana está intentando relajarse, aunque puede que sea a la que más le está costando por pasarse prácticamente 24 horas al día discriminando si cada sensación que recorre su cuerpo es normal o señal de que algo no va como debería.

Cierra los ojos respira despacio, sintiendo cómo sus pulmones cogen todo el aire que su barriga le permite. Puede notar la luz del sol incluso así y se centra en las risas que oye en lo lejos y la tranquilidad con la que las olas vienen y se van impasibles.

Oye pasos torpes cerca de ella y unas gotitas de agua le caen sobre sus piernas cruzadas.

Alba vuelve dando saltos después de más de una hora en el agua con su padre, que necesita algo de tregua, pero que daría cualquier órgano de su cuerpo porque la sonrisa de Alba luciera siempre tan radiante como en ese momento.

Luis toma asiento en la toalla junto a Aitana y Alba se pone de cuclillas frente a ella.

-¿Tienes calor?-pregunta antes de coger las gafas que le tiende su padre.

-Un poquito sí-afirma Aitana con una sonrisa intuyendo las intenciones de la pequeña.

Alba agita la mano haciendo las gotas de agua salada que aún la recorren caigan sobre el vientre abultado de Aitana, que agradece el frescor sobre su piel y sonría al tiempo que Luis deja un beso en su hombro feliz de ver la ilusión que demuestra su hija desdehace unas semanas ante el hecho de volver a convertirse en hermana mayor.

Es precisamente gracias a ella que, de vez en cuando, se olvidan del miedo y solo piensan en todas las ideas que propone la pequeña.

Es demasiado fácil fantasear con un futuro en el que puedan ser felices los cuatro en su propia burbuja.

-Se mueve-señala Alba al ver cómo el vientre de Aitana se deforma levemente e imita el gesto de acariciar su barriga como hace Aitana cada vez que nota un movimiento.

Canción Desesperada (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora