La siguiente historia transcurre en un tiempo no muy lejano, donde la humanidad ha optado por una digitalización en todos los aspectos de la vida, dando lugar a una sociedad impaciente y superficial que se olvidó de lo más importante: vivir.
Francesco, un joven sociólogo Italiano, se encontraba solo en un largo viaje en tren durante sus vacaciones en el extranjero. Mirando aburrido a los otros pasajeros en sus asientos, que dormían o revisaban sus celulares, notó que uno de ellos, algunos asientos más adelante que él, sostenía algo grande y cuadrado entre sus manos, que observaba atentamente a través de unos redondos lentes metálicos. Al principio pasó inadvertido entre otros de sus pensamientos, pero luego de un largo rato notó que la persona en cuestión no había apartado su vista del extraño objeto desde hacía ya varias horas, parecía abstraído, y fue entonces cuando comenzó a mirarlo con más detalle para saber de qué se trataba. Aunque el ángulo no lo favorecía pudo notar que se trataba de un anciano de probablemente de más de 70 años. Iba vestido con un saco marrón de aspecto pesado y en su cabeza, cubierta parcialmente por un bombín, solo se veían canas. Si, definitivamente más de 70 años pensó para sí. Entre sus delgadas manos sostenía ese extraño objeto que Francesco aún no lograba descifrar. No era un celular, eso estaba claro, pues era al menos tres veces más grande que uno, y su forma resultaba extraña; pensó que tal vez se trataba de alguna computadora portátil o algo parecido, pero no lo tenía claro. Decidió que se lo preguntaría cuando acabara el viaje.
Al llegar a destino, Francesco, haciendo uso de su logrado inglés, le preguntó curioso qué era lo que observaba durante el viaje, y el amable anciano le respondió que se trataba de un orbil.
Después de ese día, Francesco puso fin a sus vacaciones y se dedicó a investigar acerca de los órbiles. Luego de algunas semanas de búsqueda, encontró escasa información en algunas páginas web: descubrió que los órbiles eran una peculiar forma de almacenar información: como archivos digitales pero impresos físicamente, no lo entendió muy bien. En otra de las páginas se detallaba su estructura: se componían de muchas capas internas, que le daban ese particular aspecto grueso y pesado, lo que coincidía con lo que había visto durante su viaje.
Cada día descubría algo nuevo, como la tarde en la que descubrió que en los órbiles se almacenaban distintos tipos de información e imágenes, relacionados a conocimientos de muy variada índole...
Luego de algunas semanas comenzada su investigación, encontró un interesante artículo que respondió muchas de sus preguntas. El mismo decía: "Su utilización se limita a un pequeño porcentaje de la población, no por una cuestión elitista, sino por decisión individual y desconocimiento popular. Aunque pocos se acuerdan de ellos, en la gran mayoría de las regiones los órbiles siguen al alcance de todos los que lo deseen, reposando en estanterías dentro de edificios poco frecuentados llamados acetoilbibas. Con la llegada de la era digital, los órbiles quedaron catalogados como obsoletos." Francesco quedó sorprendido por lo leído y pensó que después de todo tal vez se trataba de algo mediocre, pero su curiosidad por lo que vió en el tren pudo más y siguió adelante. Su entusiasmo se reforzó al ver en el pie de la página algunas imágenes adjuntadas que mostraban el interior de un edificio cálidamente iluminado, con pasillos formados por estanterías de lustrosa madera en las que observó impactado interminables hileras de lo que parecían ser órbiles.
Para concluir la primera etapa de su estudio se decidió por comprar un pasaje de vuelta a Italia, hacia un pueblo que nunca había visitado para conocer una acetoilbib. Luego de dejar sus cosas en el hotel, se dirigió hasta la acetoilbib.
Era invierno y la tarde llegaba nublada y oscura, acompañada de un frío de bufanda. Cuando llegó al lugar de la dirección se sorprendió al encontrarse de pie frente a una edificación de piedra gris, cuyas suntuosas decoraciones talladas a mano admiró por un gélido momento. Un momento después descongeló su mirada y se dirigió rápidamente al interior a través de unas robustas puertas de madera entreabiertas.
Al entrar lo abrazaron un conjunto de sensaciones que él hubiera descrito como mágicas de no tratarse de una investigación científica: sintió en su rostro una agradable calidez, y sus pulmones se llenaron de un aroma indescriptiblemente acogedor. Cerca de la entrada una joven inspeccionaba un orbil sobre un mostrador de madera. Ella que al notar su presencia levantó su vista y se presentó.
Luego de que Francesco le explicara la razón de su visita, la joven lo condujo por pasillos de estanterías mientras le comentaba emocionada acerca de cómo leer órbiles. Francesco intentaba prestar atención pero se distraía continuamente al descubrir una nueva forma, tamaño o color que nunca hubiera imaginado que podrían tener. Se detuvieron al llegar a una estantería de madera como cualquier otra allí, desde donde la joven, luego de unos segundos de búsqueda, extrajo un orbil y se lo entregó a Francesco deseándole suerte.
Se sentó en un amplio sillón de tela roja, que estaba dispuesto alrededor de una sencilla chimenea de leña junto con otros y observó el orbil. La cubierta tenía una textura rugosa y el interior un aroma familiar, similar al que llenaba todo el ambiente. Lo abrió y comenzó a leerlo como había aprendido hacía unos instantes y se sorprendió al ver lo fácil que era. De pronto ese objeto que parecía extraño y distante se convirtió en sus manos, pasando a ser algo mucho más sencillo. Pensó que era incluso como leer texto en un celular o en la pantalla de una computadora que él conocía bien. Sin embargo había algo muy particular en este formato que lo diferenciaba, poniendo a esta por encima de cualquier otra experiencia literaria, y no pudo entender la causa.
Siguió leyendo, en un principio Francesco pensó que el orbil hablaba de la historia particular de alguien, pero la lectura se tornó más confusa durante los primeros minutos, porque el orbil hablaba de cosas que no existían, de un mundo imposible con seres ajenos a la realidad. Luego de unos instantes más de lectura se acercó nuevamente a la joven y esta, con una expresión divertida en el rostro, le explicó que los órbiles podían hablar de lo que fuera: fantasía, realidad, religión, y un largo etcétera... y que por ende pueden existir tanto órbiles que sirvan para aprender la historia de antiguas civilizaciones, como otros que sean útiles al momento de preparar postres caseros.
Con el pensamiento más claro Francesco se sentó nuevamente en el cómodo sillón cerca de la chimenea, dispuesto a aceptar lo que el orbil le quisiera contar, y leyó, leyó y leyó hasta terminar la última página.
Adjuntó a la conclusión de su estudio una descripción de sus experiencias personales: "A medida que pasaba las páginas notaba que, a diferencia de leer bañado por la luz cegadora de los celulares o las computadoras, el orbil me transmitía paz. Además me resultó sorprendentemente más agradable que estos otros métodos, pues el orbil que sostuve durante horas entre mis manos esa tarde, imitando involuntariamente al anciano del tren, logró transmitirme otro tipo de luz, un tipo de luz que las pantallas son incapaces de generar, y que alumbró no solo mi mente sino también mi corazón."
Había descubierto un tesoro "enterrado" a plena luz del día: el mundo olvidado de los Libros.
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El mundo olvidado de los Koob's
Short StoryEs un cuento breve situado en un futuro cercano en el que la tecnología reemplazó el papel, y la literatura quedó olvidada. Francesco, un sociólogo italiano, por una casualidad redescubre este mundo. Basado en "The Sacred RAC"