Jugador N° 3

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Jugador: Pepe Nosiglietti
Edad: 19 años
Crimen: Asesinato
  Me duele la cabeza. Otra vez. Pero ésta vez es distinto, completamente diferente. Yo lo siento así. Sé que es así.
  Levantarme no es lo que en algún momento era más fácil, más simple. Es terriblemente complicado incorporarse, cuando uno está rodeado de dudas, cansado. Y no sé por qué me siento tan sucio, fuera de mí mismo. Es extraño.
  Consigo que mi cuerpo se levante, y examino el lugar. No es muy ancho, pero sí muy largo, muy extenso. La oscuridad, salvo pequeños focos que emiten una luz blanquecina, que parecen temblar, como si supieran algo.
  Avanzo a ese laberinto. Hay un papel, pero no tengo ganas de leer qué es o qué dice. No me importa. Tengo tres caminos a seguir, y opto por el de mí derecha. Veo que hay una habitación, y antes, iluminado por uno de los focos, el cuchillo. Con el que, por ese maldito tropezón, maté a Miguel, por ir corriendo. Cerrando con dolor los ojos, mientras siento de nuevo ese grito ahogado, desgarrador, tomo esa arma blanca, pequeña pero letal.
  Con ansiedad, entro. Pero mí instinto me pide que cierre la puerta de metal que hay detrás de mí. Lo hago. Entonces, mientras inspecciono el lugar en el que me encuentro, escucho como golpean aquella puerta. Alarmado, agarro el cuchillo con más fuerza. Lo que antes fue un error, puede ser hoy mi salvación. Abro la puerta, y con rapidez tomo del cuello al asaltante y lo apuñalo en el hombro. Le arranco el bate de metal y le vuelvo a acuchillar en el pecho. Mientras, moribundo, jadea el herido, decido seguir. Armado, llego a otra habitación. Pero antes, sin razón alguna, tiro el cuchillo adentro. Y de la nada, tres péndulos con hachas gigantescas empiezan a ir y venir, con un ruido tan insoportable, que parece burlarse de los que pasaron por su piel. Me arrastro, mientras siento las puntas afiladas ir y venir, con ritmo macabro, todas a la vez. Logro pasar.
  Entro en una pieza más. Con el corazón latiendo a mil, me preparo mentalmente para lo que venga. Dos minutos pasan. Aún puedo sentir los péndulos allá atrás. Aparecen dos gigantes, musculosos. Uno, con un buen revólver. El otro, una palanca. Decidido, le lanzo la pequeña daga en la cabeza al del arma de fuego. Apunto mal, pero el filo se clava de lleno en el cuello. La sangre, como si lo esperase, empieza a manar. Al otro le empiezo a dar con el bate, mientras el tipo hace lo propio. Fuerzas no me faltan, puntería tampoco. Y a mí contrincante menos. Pero mis aciertos son más efectivos. Tras diez minutos de golpearnos, el hombre cae sin sentido. Yo, con sangre en la boca, abandono aquel lugar, ignorando la sangre por mí derramada. Salgo por la puerta, y me encuentro que estoy en plena calle. Me doy la vuelta, y ya no hay nada. Suelto mi arma y me voy. No sé a dónde, pero me voy.
Estado: Vivo.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2020 ⏰

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