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Nunca se piensa en perder a alguien, no es algo que uno desee con toda su alma, no es algo que anhelen, ¿cierto? Estamos viviendo nuestras vidas y no nos detenemos a pensar en que mañana esa persona podría ya no estar. Siempre pensé que era algo que me quebraría al instante, y me dejaría sin aliento, pero la primera vez que tuve contacto con la muerte aún estaba demasiado pequeña para comprender realmente qué era cerrar tus ojos y no despertar jamás. Recuerdo haberle escrito una carta y tontamente dejarla debajo de mi almohada aquella noche para que le llegara. En ella escribí que la quería mucho y esperaba que la cuidaran allá arriba, supongo que lo normal para una infante.
Probablemente todos pasamos por una infancia difícil, lleno de enojo y mucho dolor, situaciones que ningún niño debería vivir, pero lo hace, y aprendemos a ser de cierta forma para no salir lastimados cuando hemos crecido. Aunque también hay buenos momentos, recuerdos felices que hacen tu corazón latir al son y te provocan una sonrisa.
Desafortudamente tuve un segundo con la muerte, ya era mayor, estaba en la preparatoria. Lo perdimos por una enfermedad, pero alcancé a despedirme. Estuvimos hasta su último aliento y recordé cuando me daba dinero para ir a comprar mis dulces a la tienda de la esquina, y la forma en que me regañaba porque era demasiado gruñón la mayor parte del tiempo, pero siempre estaba al pendiente de nosotros a su manera. Recuerdo cuando nos llevó en su camioneta y al llegar a esa pequeña casa nos pusimos a jugar en un pequeño estanque que había en el patio. Se fue, pero no me permití llorar desconsoladamente, me sentía con la obligación de mantenerme fuerte y al margen, y mi pecho dolió amargamente por días. Fue ahí cuando descubrí que uno no se rompe realmente en ese momento sino después, cuando los días pasan y te das cuenta que no está. La primera vez que regresé de la escuela después de su fallecimiento mi corazón se estrujó porque siempre lo saludaba al llegar, pero ya no estaba. Nunca más. Sin embargo, salimos adelante. Hablamos de él por meses, de lo que solía hacer y comer, y las lágrimas se convirtieron en sonrisas nostálgicas. Todos fuimos fuerte por belita.
Los días mejoraron, no puedo decir que de un instante a otro, sino de forma gradual. Las personas a mi alrededor crecieron y yo también, me sentí orgullosa porque después de tanto tiempo cargando mucho dolor hasta que mi espalda comenzó a doler desaparecieron debido a la terapia, y la situación con ella había mejorado mucho desde el año pasado. Discutíamos, pero era normal al tener opiniones diferentes, ¿no es así? Además, ella debía mantenerme en línea. Su manera de mostrar cariño era haciendo nuestras comidas favoritas y comprando mi pastel favorito cuando cumplía años.
La vi llorar en silencio cuando la situación era critica, pero jamás se quejó. Se levantaba todos los días con todos esos asuntos en su cabeza, y aún así ella reía, reía conmigo y de las bromas que le hacía mientras jugábamos con nuestra mascota. La irritaba en ocasiones, la mayor parte del tiempo le preguntaba si me quería. «¿Cómo no te voy a querer?», era su respuesta más usual. «¿Verdad que tu hija está bonita?», le preguntaba riendo, y ella respondía que sí, pero me mandaba a bañar.
Todo ocurrió tan rápido, aunque una parte de mí era consciente de que la posibilidad. Jamás se está completamente preparado para una situación así. Después de días, llamaron del hospital, qué triste que nadie pudo estar ahí. Debido a la pandemia los familiares tenían que comunicarse a través de mensajes y llamadas. Aquel día estaba lloviendo, supongo que el destino lo sabía. Escuché un silencio que jamás voy a olvidar, y después los sollozos de mi hermano al terminar la llamada. Dudé en salir de mi habitación, aunque al final lo hice, y ahí lo supe. Ella se había ido.
Aunque lloré ese día, todavía mi pecho se sentía cálido, pero la sensación de estarse rompiendo lentamente era lo peor. Los días no han sido buenos, las noches son demasiado largas y aún no puedo dormir. Su recuerdo está en cada rincón de la casa, ella le daba vida a esas cuatro paredes. Ahora, hay un silencio permanente en mi corazón, una herida que aunque cierre con el tiempo siempre voy a recordar. Viví veinte años con ella, pero siempre estará conmigo eternamente (o lo que pueda vivir de ahora en adelante).
De repente me reprocho, quizás debí disfrutar aquella última comida que hizo. Fui uno de mis platos favoritos. Quizás, ella lo sabía... Lo intuía. La hubiese abrazado más, besado más, decirle que la amaba más veces de las que lo hice, sonreírle más... Pero ya no puedo. Me sigue pareciendo un sueño, parezco que vivo los días sintiéndome flotar en una nube.
Con el paso de los días solo siento que me hundo un poco más en el dolor, así que me estoy dejando envolver lo suficiente para llorar todo lo que tenga que llorar hasta que mi corazón se calme, y pueda apagar el fuego que todavía sigue vivo, porque sigo pensando que ella volverá, llegará a la puerta y me dirá que ya me levante porque es tarde.
La extraño tanto. La vida se está tornando difusa y más complicada. Afortunadamente, la familia está apoyando, pero yo la quiero a ella. Sé que es imposible, y debo soltar esta idea, pero no por ahora.
El sentimiento de soledad me aborda la mayor parte del tiempo, pero estoy haciendo lo que puedo por desprenderme poco a poco a la idea de que ya no volverá. Quisiera poder preguntarte por última vez «¿qué vamos a comer hoy?», el silencio de la respuesta duele aún más.
Mamá, ¿cómo estás? Espero que estés bien donde sea que hayas ido. No te preocupes, saldremos adelante, es una promesa. Quiero hacerte sentir orgullosa, sé que tú creías completamente en mí. Mamá, te amo mucho. Por favor, cuídate, ¿sí? Y cuídanos. La vida está siendo dura sin ti. Por favor, acompáñame en estas noches de duelo. Sé que debo dejarte descansar, prometo hacerlo en cuanto pueda moverme de ese sitio, ¿de acuerdo? Te necesito tanto, pero así sucedieron las cosas. Mamá, abrígate bien si te da frío, de todas formas espero que mi amor te llegue hasta donde estás para confortarte con un abrazo cálido.
Gracias, mamá. Infinitamente.
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«Junio»
Short StorySolo soy yo, como un ser humano, contando mi historia para comenzar a sanar mi corazón.