Siete y media en punto, Enrique se sienta en medio de la salita y espera que empiecen a llegar los demás miembros, pasan los minutos y la ronda de sillas se va llenando cada vez más de personas, gente de mirada perdida y seño derrotado, ejemplificaciones del fracaso.
-Ya estamos todos ¿verdad?
-Sí- fue la respuesta general.Enrique sacó una libreta de su bolsillo y empezó a asentir.
-Veo nuevos rostros hoy, saben que estamos cerca de nuestro aniversario y tenemos programadas varias actividades para recaudar fondos, agradecería que orienten a los miembros nuevos sobre la agenda de este mes. Bien, empecemos contigo Carlos ¿cómo te ha ido esta semana?
Carlos, uno de los miembros más antiguos, era un hombre de mediana edad, deboto del alcohol desde su juventud. Luego de que la diabetes le quite a su madre empezó a adoptar la vida de cantina, hundiéndose cada vez más entre la miseria y las malas juntas. Solo después de un tormentuoso divorcio que le costó la tenencia de su hijo decidió buscar ayuda, fue así como llegó al grupo
-Bien-respondió Carlos con una leve mueca. -Ayer fue mi día de visita y llevé a Aldo al cine, nos hemos pasado la tarde juntos.
Enrique observaba a Carlos hablar, frase tras frase, mirando su reloj y esperando que el tiempo termine, sabía que en algún momento su carrera despegaría y podría tener un consultorio alfombrado y un cenicero de plata como siempre había querido. Sin embargo ahora le tocaba estar aquí, rodeado de borrachos inmundos.
-Muy bien, me alegra saber que están progresando-dijo Enrique con la visita clavada en su muñeca.
Empezó a decir el sermón de siempre antes de pasar con el siguiente miembro, en su mente solo estaba el terminar por fin las eternas sesiones de terapia grupal que tanto odiaba. El ambiente era caluroso y espeso, las ventanas de la habitación siempre permanecían cerradas debido a la precariedad de las mismas.
Dan las ocho y media y todos ya están ansiosos para volver a ser libres,fuera de esas paredes empezaba la verdadera y cruda terapia.
-Eso ha sido todo por hoy, señores-dijo Enrique levantando el volumen de la voz.
Poco a poco las personas comenzaban a irse, algunos en pequeños grupos y otros acompañados únicamente de su mal genio.
Carlos se levantó, se despidió y empezó a dirigirse a su casa, estaba exhausto, aún tenía que revisar algunos documentos del trabajo, avanzaba por la acera a paso rápido pensando en el siguiente día e imaginando que estaría haciendo su hijo en ese preciso instante, cruzó la pista y siguió recto hasta sentir ese bullicio tan familiar para él, empujó la puerta y entró al bar de siempre, pidió una cerveza y se sentó en la barra junto a otras personas, gente de mirada perdida y seño derrotado, ejemplificaciónes del fracaso.