Prólogo.

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París, Francia.

Suspiré después de sentir el agua tibia sobre el cuero cabelludo. Masajeé mi cabeza con delicadeza, aclarando la espuma que el champú había provocado. Salí de la regadera hecha de paredes de cristal y coloqué mis dos pies sobre la alfombra roja. Di un pequeño brinco tras haber quedado expuesta al cambio drástico de la temperatura. Enredé en una suave bata blanca sobre mi cuerpo antes de colocar otra toalla del mismo color, a modo de turbante sobre mi cabeza.

Envuelta en la impecable tela, caminé hasta el gran ventanal instalado en una de las paredes de mi suite. Observo las nubes esponjosas salpicando el intenso cielo azul. Cierro los ojos. Lograba distinguir los sonidos de los cláxones con claridad pese que me encontraba a doce pisos de distancia a la calle. No era fiel amante del ruido citadino, pero sí de esta ciudad.

París, la cuna de la moda.

El fin de semana pasado había sido mi cumpleaños número dieciséis, y gracias a mucha insistencia, mis padres me habían dado como regalo mi primer viaje sin ellos a otro país. Aunque en realidad no creo que viajar con dos hombres de escolta, sea un verdadero viaje a solas. Era hija única, y mis padres tendían a ser un poco protectores. Suelen repetirme que soy su bien más preciado. Un título que regularmente tiende a ser más una carga que un alago.

Regreso mi vista al interior de la habitación del hotel y camino hasta el reproductor de música. Cuando la música ahoga el sonido del tráfico, hurgo en mi maleta en búsqueda de mi crema corporal. Sentada en el sillón, me coloco el producto sobre las manos antes de distribuirlo sobre mi piel perlada. Tomo mi tiempo para cubrir cada parte de cuerpo, aprovechando para hacerme un pequeño masaje en las extremidades. Satisfecha, con la piel recién hidratada y oliendo a rosas, caminé hasta el closet en búsqueda de algo que ponerme. Desvié mi vista entre los cinco conjuntos que había traído. Había decido traer dos grandes maletas casi vacías. Mi plan era venir a París y pasar mis días yendo de compras. Planeaba regresar con las maletas repletas y con la necesidad de quizá comprar otro par, antes de abordar.

Decidí colocarme una falda de tul, una blusa sencilla de media manga color celeste y altos escarpines blancos de diez centímetros. Con el cabello cepillado y el rostro maquillado, coloqué un poco de mi perfume favorito antes de salir.

Caminé por los amplios pasillos del Carrousel du Louvre. Un peculiar centro comercial famoso por haber sido construido bajo tierra, así como por su cercanía a dos famosos museos
Deambulé con la mirada distraía sobre los aparadores, buscando algo que me llamara la atención.
Entré a una tienda Versace, quizá y encontraría el bolso adecuado para ese vestido color verde limón que tenía en casa.

Mis tacones sonaron en el lustroso piso. Caminé por los exhibidores, bamboleando mis bolsas de compras recientes. De pronto, sentí que golpeé o algo. Giré a ver a qué o quién le había dado. Era un chico. Me quedé sorprendida al verle, pero recuperé mi expresión neutral de inmediato. Sus penetrantes ojos oscuros se clavaron en los míos. Muy profundamente. Desvío la mirada y observo su traje de tres piezas color petróleo. Era un Armani, combinado con una camisa blanca y una corbata azul pálido. Regresé la vista a su rostro. Tenía el mentón cuadrado perfectamente rasurado y los labios carnosos, ligeramente separados. Tengo ante mí un joven guapísimo. Se veía de mi edad. En su rostro se dibujó una sonrisa galante.

-Disculpa- formulé en francés. El idioma que supuse hablaba.
-Está bien- responde en inglés. Las palabras brotan de su boca, pero no las oigo. Las veo. Me permito retroceder un poco para poder admirar todo su rostro. Es definitivamente un hombre impactante. No solo por lo tremendamente impresionante que se ve, sino porque su mirada me ha hecho quedarme en blanco. No retrocedo aun cuando la sonrisa se ensancha en su rostro. Se acomoda su oscuro cabello hacia atrás, en un gesto calculado y engreído. Detecto en su manera de comportarse algo muy distintivo de las personas con dinero-. Soy Song WooBin- extiende su mano.
Alargo la mía.
-_______ Rivera- respondo de vuelta. La sujeta y durante ese instante donde nuestras manos se juntan sintiendo corriente eléctrica recorrerme la punta de los dedos. No es la clase de electricidad que hace lanzar un grito ahogado y dar un salto hacia atrás de la impresión, pero claramente había algo. Algo que, en lugar de emanar hacia afuera, me atraviesa por dentro, y rebota por todo mi cuerpo, acelerando mis latidos. WooBin se queda quieto. ¿Él la habrá sentido también? ¿Será estática? Luego de unos cortos segundos, lleva mi mano a sus labios. Besa mis nudillos.
-Un gusto, señorita Rivera- su pequeña sorpresa también desapareció con rapidez. Soltó mi mano y acomodó el nudo de su corbata. Recorrió lentamente mi cuerpo con la mirada antes de centrarse en mis ojos-. Me encuentro solo por ahora. Mis amigos han decido quedarse en el hotel- Un pequeño hoyuelo se marcó en su rostro-.¿Te parecería que pasáramos la tarde juntos?
-No es correcto aceptar la invitación de personas desconocidas- mi observación lo hizo reír.
-Es una buena recomendación-. A juzgar por el tono de su voz. No parecía querer despedirse todavía -¿Cuántos años tiene, señorita Rivera?
-Dieciséis- desvió la mirada un bolso de mano que tenía enfrente. Lo tomo inspeccionándolo, tratando que no se note mi pasmo ante su presencia-. ¿Y usted, señor Song?
-Tenemos la misma edad- contestó. Veo por encima de su hombro a mis dos guardaespaldas observándonos. Aprieto la lengua con mis dientes. -¿Eres de aquí?- WooBin recuperó la conversación con jovialidad-. Yo soy coreano. Estoy de visita.
-Solo estoy de compras- señalo-. Es un viaje de cumpleaños.
Me observa con auténtico interés.
-¿En serio?- Sus penetrantes ojos negros se oscurecen todavía más-. Feliz cumpleaños.
-Gracias.
-Entonces, ¿vienes con alguien?
La pregunta me toma por sorpresa. Sin embargo, sabía que sería difícil que lo notara. Se me daba bien controlar mis expresiones faciales.
-No- respondo con una repentina honestidad, logrando impresionarme a mí misma. Siempre digo que estoy con alguien cuando se me pregunta, aun cuando no es cierto. Pero, no pude evitar mis palabras. Es como si estuviese bajo algún hechizo.
Asiente pensativamente.
-Creo que ya nos conocemos- sonríe-. ¿Ya podemos dar un paseo?

Uno en un millón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora