Richard

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El ambiente del circo era un caos, la incertidumbre y la duda invadía sobre toda la embarcación. El viaje en tren fue tranquilo, nos bajamos en la siguiente estación y el maestre consiguió transporte en barco para cruzar el mar.

La comitiva de trapecistas iba junta, el circo se separaba en pequeños grupos, la mano de obra, los esclavos, los animales y los miembros del circo.

El viaje en barco no fue igual de tranquilo que del tren, el barco era más pequeño y éramos demasiados, a muy pocos le gustaba la marea, cada mañana se escucha la orquesta sinfónica de algunos compañeros, vomitando al ritmo del choque de las olas, el océano sacaba lo peor de los hombres literalmente hablando.

La mayoría ya estaba acostumbrado a los mareos, los veteranos llevábamos mucho tiempo viajando de un lugar del mundo al otro.

Habían pasado quince días de viaje y apenas había consolidado el sueño un par de horas, cada noche no podía evitar pensar, perdía la vista en la oscuridad y caía en un  vacío, mis ojos se volvieron pesados, perdía el sentido del tiempo, pasaban horas  y el único consuelo de que no estar solo en la oscuridad eran los ronquidos de Valk y los gases nocturnos de Walder el gigante que anunciaban que un nuevo día había llegado.

Noche tras noche repetía la misma sinfonía, los ronquidos, los gases, el incesante sonido de una gotera, los pequeños movimientos de las ratas y yo pensando. Mis ojos no podían cerrarse, cada vez que creía que iba a quedarme dormido un sonido de lo desconocido me despertaba asustado, estaba empezando a volverme loco. Creí escuchar una armónica con un sonido melancólico pero podía ser otra más de mis alucinaciones.
Nos esperaban días de viaje hasta el siguiente puerto, poco a poco los días se hicieron rutinarios, viajar en barco nos limitaba, la convivencia era hostil pero el aburrimiento y la monotonía llego a todos los rincones de toda la tripulación. Se formaron lazos y grupos de juego, la bebida y las cartas era lo único que hacía que pasara el tiempo, solo se veía océano y más océano, algunos días avanzábamos considerablemente, el motor iba a toda máquina, esperábamos que el viaje no se alargara tanto pero daños en el motor nos obligó a usar vela y remos pero el viento no nos favorecía y la embarcación era demasiado grande y pesada, el remo solo agotaba a los hombres.

Semanas vagamos en medio del mar esperando mejores vientos y que pudieran reparar el motor pero se había sobrecalentado ya que era viejo y muy usado.

En el viaje a América tuvimos suerte, teníamos una de las embarcaciones más grandes y rápidas, no hubo tormentas y llegamos dos semanas antes de lo esperado, todos conocíamos los riesgos de cruzar en barco de un continente a otro, dependía mucho del barco y por mala suerte de nosotros los americanos no estaban tan actualizados en tecnología naval, nuestro bote la Serpiente Marina vagaba en medio de un océano esperando a otra embarcación a ser remolcados pero los días pasaron y no vimos señal de alguna. Esto hizo decaer el ambiente a uno más hostil.

Se agotaban las provisiones y éramos demasiados hombres en un solo barco, el maestre y el capitán no sufrieron de hambre ni sed, tenía su propia despensa pero tanto los miembros del circo como los hombres del capitán nos tocó racionar comida.

Podíamos intentar pescar sugerí pero los marineros parecieron pocos receptivos a mi idea y se burlaron de mi –solo pescaras un resfriado, en mitad del océano no hay peces, todos lo saben- exclamo uno de los marineros pero ciertamente después unos días lo averigüe después de estar días enteros esperando a que algo pescara, solo saque basura del mar y me resigne.

Ese intento de pescar mantuvo mi mente ocupada pero en las noches solo empeoro mi situación, cada noche era diferente e igual a la anterior en ciertos sentidos, con menos que hacer y más en que pensar era una autentica tortura, mi mente repetía cada segundo del accidente una y otra vez, tenía mil preocupaciones y la incógnita aun merodeaba mi mente. “¿quién corto la cuerda?” “¿Quién mato a Walder el pequeño?” “¿Por qué?” cada pensamiento era una pregunta distinta y todos llegaban a un callejón sin salida.

-No sabía si podía confiar en Valk, desde el accidente estuvo retraída, hacia parte de los gorriones voladores pero era muy reservada, tampoco la podía juzgar ya que era muy difícil confiar, especialmente en momentos como estos, ella no era la única aislada, Walder desde la muerte de su hermano fue poco a poco mostrando indicios de locura y aislamiento, estar varados en medio de la nada no ayudaba.

-¿Qué es eso? Había pensado tanto que perdí la noción del tiempo, los primeros rayos del sol se filtraban por pequeños agujeros que daban a la habitación, no era muy grande así que esas pequeñas luces rápidamente iluminaron todo, se apreciaba la pequeña mesa de noche de Valk hecha de una madera tan oscura como la noche pero tan resistente como el acero, la llevaba a todas partes con ella, nunca hablaba mucho de su origen, lo poco que sabíamos era su nacionalidad española pero el cómo termino en el circo era todo un misterio, tal vez he pasado mucho tiempo vagando en mi mente que he olvidado mirar a mi alrededor, tan preocupado por las personas que no veía los pequeños detalles de la vida, el reloj de bolsillo de Walder, la gargantilla, la flor que se encontraba en una esquina de la habitación brotando del suelo de madera y resplandecía tan hermosa como una dama con su galante vestido rojo.

Entre  más tiempo pasáramos varados más impredecible era la tripulación, ese día hubo las primeras peleas por los últimos trozos de carne y las ultimas botellas de alcohol porque no hay otra que mantenga más cuerdo a un hombre que ese manjar de dioses, una botella, una gota de dicha bebida era la mejor acompañante tanto en pésames, celebraciones, comidas, rupturas, muertes, se volvía parte de nosotros, recorría por nuestras venas, se regaba y caía lentamente por nuestras barbillas, el ardor en la garganta y el sentimiento cálido y frio que invadía nuestros cuerpos a la vez nos mantenía cuerdos mejor aún, vivos.

El capitán mantenía el orden, imponía un miedo igual que del maestre, pocos lo respetaban pero ese miedo mantenía a los hombres a raya de hacer cualquier imprudencia pero a pesar de eso, nadie iba a esperar lo que estaba por pasar.

Los gritos de los hombres llamando al capitán, el olor a sangre y putrefacción trajo viejos recuerdos, el mismo sentimiento me invadió, incredulidad, llevaba un par de horas colgado porque ya había ratas disfrutando de ese manjar, era un cuerpo delgado y alto pero tenía carne, una de las ratas le había destrozado la cara, comido los ojos y entraban por los orificios como si fueran túneles “no somos los únicos hambrientos” pensé , murmullos recorrieron rápidamente pero la voz del maestre los hizo callar a todos
–bájenlo rápido, pobre hombre no resistió la muerte de su hermano pero que destino tan vil y cobarde, lo compadezco en su muerte, Styr llévalo con Mag él sabrá qué hacer con el cuerpo- el viejo Styr solo respondió con una mirada de obediencia a las palabras del maestre, el resto quedamos tan atónitos, Valk vomito el desayuno por la borda.

De repente se hizo un silencio y se cruzaron miradas, todos teníamos la misma pregunta y  en el fondo dudábamos que se hubiera suicidado hasta que el silencio se rompió con una voz ronca como el sonido de una gaviota.

–Que desperdicio de comida cariño, sabes que no te darán otro desayuno ¿verdad? Yo opino que le saquemos la poca carne que tenga y cenemos hoy con un estofado de papas y cebolla, cocinero prepare las ollas yo mismo lo corto en pedazos- la opinión de Arthur solo causo más vómitos y mirada de desprecio por algunos pero no parecía tan loca la idea, no sabíamos cuánto tiempo estaríamos varados y la comida cada vez era más excasa pero el solo hecho de comerse a un compañero repugnaba.

-Me encantaría hacerlo pero por lastima no es lo más recomendable, las ratas ya lo pellizcaron bastante, sería peligroso y siendo franco  tendríamos muy poca carne con que trabajar pero si tanto deseas comértelo en la cena yo mismo lo llevo a la cocina y no a la enfermería tal vez así contagies un resfriado y mueras repentinamente- la voz elocuente de Mag, su sola presencia ahí era de extrañar, era un hombre de libros y medicina, era raro no encontrarlo en la biblioteca, su solo atuendo decia que era se habia dejado las pesas y se habia vuelto un hombre de libros, un ratón de biblioteca.

–Tan gracioso como siempre Mag, deberías ser payaso ¿eso fue lo que le paso a nuestro querido Walder?  ¿Lo envenenaste?- El ambiente se puso tenso, todos esperábamos una pelea, el olor, los gritos de los marineros y las miradas frías de ambos solo aumentaron la tensión hasta un punto que todo iba a estallar.

–Me pregunto qué tan idiota me crees para hacer eso además soy doctor no cocinero, si alguien lo enveneno debió ser el cocinero ciertamente ya no sé qué estoy comiendo últimamente, los últimos trozos de carne eran algo duros y con un sabor extraño, familiar a la carne de un roedor y no eres nadie para juzgar maldito, todos sabemos quién es champiñón y que hace aquí-

Todo ceso cuando se notó la presencia del maestre, los aterradores ojos verdes jade lo habían visto todo, no hubo necesario decir algo, solo la vida continúo y todos actuamos como si nada hubiera pasado, no se volvió a mencionar nada sobre el asunto.

El circo del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora