Apapáchame en Valpo

Pía

Pía sólo conciliaba el sueño sí mordía una almohada. Su abuela solía decir que eso atraía el mal de amores, sentía que  su nieta se escondía de los buenos augurios. Por eso la obligó a dormir en la hamaca blanca que guardaba las noches del tío abuelo que murió de cólera. La apresó entre los hilos gastados y le enseñó a rezar. No funciono. Pía amanecía con una almohada entre los dientes una y otra vez. Tenía siete años y sentía en los huesos todos los amores que habían transitado por esa casa. Ella no se escondía, pero tampoco podía explicar lo que la hacía temblar. 

Nunca supieron cuándo se detuvo. Se mudó a los trece años del pueblo, así comenzó su peregrinación por el mundo. Pensó que se quedaría en el mar, pero el sistema sismológico de su cuerpo la había llevado hasta el aeropuerto de la Ciudad de México; su vida cabía en una maleta azul, pero eso ya lo sabía. Aunque esta vez tenía miedo. Llevaba media hora contándole a una desconocida su plan.

- Sabes que no vivirás el verano este año de tu vida. - le espetó la mujer.  

- Lo anotaré a la lista. - joder, con lo que le gustaba el calor. No había pensando en eso.

- ¿Por qué te vas? 

- Para estudiar la maestría. - incluso a ella le disgusto la respuesta.

- Ese es el para qué, piensa en el por qué. - la voz de la mujer se volvió más grave, le recordó a su abuela. Estaba por responderle con alguna historia prefabricada cuando comenzó el abordaje, sólo tuvo tiempo de sonreírle, tal y como hubiera hecho a los siete años. 

Pía ni siquiera notó la lucha por los compartimentos del equipaje, ni los incesantes saludos de las sobrecargos. Apenas se sentó, se ajustó el cinturón de seguridad y sintió los temblores. Ya no podía bajarse, estaba por mudarse al hemisferio sur. Volaría hasta el aeropuerto de Tocumen y tendría cuarenta minutos para encontrar su conexión. No viviría el verano. No sabía por qué. Sintió muchas ganas de morder una almohada durante el despegue.