Capítulo 10.

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[El lobo no entiende razones]

Ella había perdido la razón, estaba completamente loca si pensaba que solo me quedaría sentada en esa gran cama, mirándola mientras ella murmuraba cosas que no lograba comprender del todo y se daba vueltas de un lado a otro. María Cristina de verdad estaba completamente loca.

—Creo... — Solo alcancé a decir eso para que sus ojos se clavaran en mí, como un perro que voltea la atención a su amo y le mueve el rabo completamente feliz. — Yo... yo no te molestaré más. — Balbuceé. — Creo que iré a mi casa.

No esperé a que ella me respondiera de algún modo, solo caminé con la vista fija en la puerta a un costado de su cuerpo. Caminé casi con los ojos cerrados y con el corazón latiendo en mis oídos, pero como era de esperarse, mis deseos cuando estaba cerca de ella no se cumplían. Su brazo firme se atravesó entre mi cuerpo y la manija que significaba mi libertad.

—Se puede saber...— La voz gutural y algo fantasmal me hizo estremecer. — ¿Quién te dijo que podías salir?

—Déjame salir.

—No. — Rugió.

—Déjame salir. — Insistí en un intento idiota por aparentar firme. — ¿O pretendes dejarme todo el día mirándote la cara de idiota?

Sus ojos parecían quemarme, luego parecieron querer desnudarme, y finalmente parecieron querer matarme. Ella podía ser tan desesperantemente expresiva, que nada se quedaba dentro de si misma; sus ojos expresivos escudriñaban los míos de forma delibrada, y en efecto, parecía que iba a desenvolver mi alma de forma definitiva. Me ponía nerviosa, tanto que, sin querer, un antiguo habito volvió a hacer mella en mi actuar.

Sin querer, mi pulgar fue a parar a mi boca, comenzando a mordisquear la uña que me había costado tantas semanas hacer crecer.

En dos pasos, Makis estuvo casi por completo pegada a mí, tomando mi muñeca con la fuerza necesaria para controlar a voluntad mi brazo, y de paso, respirando mi propio aire.

—Ese es un mal hábito, querida. — Rezongó. — Creo que va a ser hora de enseñarte ciertas cosas.

Tragué duro. — Déjame ir. — Ella sonrió, justo en el momento en que sus dedos tomaron la corbata de mi uniforme y dejó mi rostro cerca de ella. — Makis. — Jadeé. — Por favor.

—¿Me estás rogando para que te suelte? — Casi ronroneó. — ¿O estás rogando para que te bese una vez más?

Apreté con fuerza mis dedos en sus hombros. — Yo... yo... yo...—No lo sabía, no sabía porque estaba rogando. — No sé.

Tiró con más fuerza de mi corbata. — Porque yo te puedo ayudar a averiguarlo. — Susurró en tono bajo, sensual. — Puede ser entretenido mientras lo averiguamos.

Una sonrisa lobezna y una mordida tenue me hizo temblar, remeciendo la poca cordura que podía mantener en ese punto. Makis me estaba volviendo loca, estaba desarmando todo lo que entendía por decencia y eso me asustaba, porque no sabía cómo demonios controlarlo.

—Detente. — Lancé en un chillido lastimero que apenas lograba identificarse como un dicho. — No... no... no puedes hacer eso.

—¿Por qué? — Retó. — ¿Es que acaso estoy calentando a la inocente Natalia Afanador? — Se estaba burlando de mí, y yo debería estar enojada por su atrevimiento, pero estaba ahí, suplicando porque mis piernas no se transformaran en gelatina. — Te estoy provocando deseos sucios, estoy haciendo mella entre tus piernas y no solo en ese lugar; te estoy haciendo desearme Natalia. — Sonrió con malicia. — Y sé que te puedo hacer caer al descontrol total.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora