Observé como la puerta del despacho del director se cerraba, perdiendo de vista a Sergio y Jackson, pegué mi oreja a la puerta para intentar escuchar.
- Este chico colocó en los altavoces una conversación que grabó a escondidas de una de sus compañeras- Sergio estaba furioso, quien diría que un hombre tan calmado como él podría llegar a molestarse tanto.
- Sergio solo son gamberradas, bromas de adolescentes- dijo el regordete director con total calma.
- No son bromas porque ella no se ríe, desde que llegué a esta escuela he notado el contínuo bullying que le hacen a la señorita Benson, y creí que este era un colegio que fomentaba el compañerismo y buenas conductas, no creo que el suicidio de una estudiante debido a hostigamiento sea buena imagen para el colegio.
- Vale, castigaré al chiquillo pero no deberías tomarte todo esto tan personal, este tipo de cosas pasan todos los días- dijo el director mientras acariciaba su bigote.
- ¡Eso es porque está enamorado de ella!- gritó el acusado- si hasta viven juntos que yo lo vi.
El bigote del director se torció hacia bajo haciendo que su rostro pareciera molesto.
- ¿Es eso cierto?- preguntó serio.
- Si- contestó Sergio nervioso.
- Jackson vete de aquí, tú y yo hablaremos luego.
El chico se levantó y abrió la puerta encontrando mi cara menos amistosa.
Antes de darle tiempo a mada mi puño ya estaba golpeando su nariz haciendo que sangrara.
- ¿Estás loca?- preguntó cubriéndose su nariz.
- Yo que tú iba corriendo a enfermería- hizo lo que le dije y volví a prestar atención a la conversación dentro del despacho.
- ¿Que tipo de relación tienes con esa niña?- preguntó el director acusante.
- Ninguna, solo profesor y alumna.
- ¿Entonces por qué vive contigo?- dio un puñetazo a la mesa haciendo que sus papeles saltaran.
- ¿Usted ha visto alguna vez como esa niña vivía? su abuela murió recientemente, sólo la estoy ayudando porque no puedo permitir que alguien viva en esas condiciones, haría lo mismo por cualquier estudiante en esta escuela, se llama caridad.
Aquellas palabras atravesaron la puerta llegando a mi corazón como un puñal, yo solo era su obra de caridad.
- Mire entiendo que pueda sentir lástima por ella, pero no puede quedarse en su casa mucho más tiempo, si la comisión de padres se enterasen de esto podrían echarlo, y hasta podría ir a la cárcel, ¿entiende lo que le digo?
- Perfectamente señor, deme algo de tiempo.
- Está bien, pero la próxima vez que se sienta caritativo, mande postales a los niños de África.
Sergio salió del despacho encontrándose mis ojos repletos de lágrimas.
- ¿Te siguieron molestando?- preguntó en un susurro.
- Tú eres peor que ellos- eché a correr para que no me viera llorar, llorar por él.
Lo estuve evitando el resto del día pero al llegar a casa no pude librarme de él.
- ¿Se puede saber que te pasa?- el Sergio furioso que daba tanto miedo volvía a salir a la luz.
- ¡Me pasa que para ti solo soy una obra de caridad, un cachorro pulgoso que recoges de la calle por lástima!- grité acompañada de lágrimas.
- Yo no pienso eso de ti y lo sabes- su voz comenzaba a subir de tono.
- Te escuché cuando se lo dijiste al director.
- ¡Tuve que hacerlo para que no me echaran de el colegio!
- ¡¿Entonces por qué me ayudas?! ¡¿Por qué eres tan bueno conmigo?! ¡¿por qué no me ignoras como hace el resto del mundo?!- su último argumento me desarmó por completo, y no porque gritase más alto que yo, sino porque era todo lo que quiera escuchar.
- ¡Porque te quiero!- dos palabras que hicieron que todo mi mundo se viniese abajo nuevamente, no pude contenerlo más y estallé en llanto.
Sergio volvió a colocarse sus gafas y me abrazó induendo mi cabeza en su pecho.
- Para mi no eres una obra de caridad, ni eres una alumna a la que le tengo lástima, eres una amiga a la que estaré dispuesto a ayudar en lo que sea- acariciaba mi pelo mientras yo apretaba los puños estrujando su ropa.
Si eso era todo lo que quería escuchar, ¿por qué dolía tanto? ¿por qué me sentía tan incompleta y estúpida?
Corrí a mi habitación y me encerré en ella, me senté junto a la ventana y apreté la almohada contra mi pecho, ahora entendía todo.
- Estúpida- me reclamaba a mi misma- ¿cómo has podido ser tan idiota? De todos los hombres en la tierra te tenías que enamorar de él, de tu profesor, del hombre que te dobla la edad, de tu ángel de la guarda al que le debes tanto que ni en dos vidas podrías pagarle, de tantas personas personas vienes y te enamoras del único que no puedes tener- escondí mis lágrimas en la almohada, así nadie sabría que estuve llorando por un imposible.
A la hora de la cena Sergio llamaba a mi puerta esperando que saliera.
Caminé arrastrando mi pijama por el suelo y abrí la puerta.
Ya no podía mirarlo de la misma forma, ahora estaba segura de que me había enamorado pero ¿cuándo,cómo? ¿Fue hoy cuando me protegió de los imbéciles de mi escuela? ¿O cuando me pidió venir a vivir con él para no estar sola? ¿O quizás, aquella noche, cuando me protegió al salir del club?
No sabía ni cuando ni como, pero si el porque, yo estaba hambrienta de cariño, antes era sólo un chica que se preocupaba por cuidar a su abuela, pero que nunca tuvo a nadie que la cuidase, y Sergio no paraba de cuidarme desde el día que lo conocí, así, ¿así cómo no enamorarme?
Le di la sonrisa más fingida de la historia para luego cenar juntos.
Después de cenar volví a mi habitación para intentar dormir pero no lo conseguí, no se si eran las mariposas en el estómago, o simplemente hambre, pero me impulsaron a salir de la habitación.
Caminé por el pasillo y vi la habitación de Sergio vacía, nunca la había visto por dentro.
La curiosidad me pudo y entré.
Vi una de sus camisas sobre su cama y sin pensármelo mucho inhalé su olor, tabaco y menta, a eso olía Sergio.
La puerta detrás mío se abrió de un tirón mostrando a un Sergio algo desaliñado, la camisa estaba desabrochada, el pelo revuelto y las gafas desacomodadas.
Oculté la camisa detrás de mi mientras él se acercaba, debido a la oscuridad no veía bien su rostros pero estaba casi convencida de que estaba llorando.
- ¿Sergio estás...- mi pregunta fue interrumpida la manera más dulce posible, sus labios impedían a los míos pronunciar palabra alguna, y nunca antes el silencio me había parecido tan encantador.