Capítulo 1 (Borrador)

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Profesor Dallies

(Siento que ya leíste esta historia, ¿Será que aún sigues buscando a tu ser amado?)

El profesor Dallies Browns era un hombre de apariencia servicial, con una sonrisa que iluminaba cualquier habitación y un carisma que atraía amistades como un imán. Torpe en las relaciones amorosas, era devoto de su esposa y cariñoso en todas las formas posibles. Sin embargo, detrás de su semblante amigable, ocultaba un secreto que lo devoraba.

Cuando las reuniones familiares o los comentarios casuales de su esposa lo tocaban en lo más profundo, algo extraño sucedía: sus ojos irradiaban un brillo rojo inhumano, casi imperceptible, pero lo bastante perturbador para quienes lograban notarlo. Esa luz nunca venía sola; siempre traía consigo un cambio en su conducta. Su tono se volvía más corto, sus movimientos más desordenados, y su habitual simpatía se desmoronaba en impulsos peligrosamente agresivos. Solo, en la soledad de su despacho, volvía a ser el astuto y metódico científico que tantos admiraban. Pasaba largas noches rodeado de cables, aparatos eléctricos y anotaciones caóticas. Entraba limpio y salía sucio, exhausto, pero con un brillo en los ojos que era mitad satisfacción y mitad locura. Cada día que pasaba lo acercaba más a un límite invisible, y aunque meditaba sobre cómo explicar sus acciones a su esposa, sabía que las palabras serían insuficientes.

Dallies no estaba solo en su mundo. Su compañero y socio, el infame Mr. Jhonny Blackwood, era conocido en cada rincón del planeta. Donde Dallies era optimismo y amabilidad, Blackwood era sarcasmo y pragmatismo. Su relación era una paradoja: los dos compartían proyectos que podían cambiar al mundo, pero su personalidad chocaba en cada esquina.

Una noche, mientras discutían en la habitación de Lisa Marie, la hija adolescente del profesor, la conversación tomó un giro oscuro. La habitación, llena de detalles coquetos y decoraciones brillantes, contrastaba con la puerta del dragón que dominaba una de las paredes. Tallada en bronce oscuro, la puerta parecía sacada de una leyenda oriental: su superficie estaba desgastada, y los ojos del dragón parecían seguirte a donde fueras.

Blackwood levantó una ceja, su expresión un cóctel de incredulidad y diversión.

—¿Qué diablos hace esto aquí, profesor? —preguntó con un tono sarcástico, como si hablara con un niño atrapado en una travesura.

Dallies, que rara vez perdía la sonrisa, se tensó.

—Es solo una puerta, Jhonny —respondió, intentando sonar despreocupado.

Blackwood se acercó lentamente, sus dedos acariciando la superficie rugosa del dragón.

—Ah, claro, solo una puerta. Como la "puerta" que casi nos cuesta la carrera en el Área 51, ¿Recuerdas? Porque yo sí. Y déjame adivinar: ¿También es "solo casualidad" que esta puerta tenga el símbolo que Harrisburg nos advirtió que no tocáramos ni con un palo?

Dallies desvió la mirada, pero su mandíbula apretada lo delataba.

—Estoy manejándolo, Jhonny.

—¡Oh, estás manejándolo! Claro, porque eres famoso por tomar decisiones perfectamente racionales cuando tus ojos no están brillando como focos rojos.

El profesor lo miró con dureza, pero Blackwood no se inmutó.

—Escucha, amigo —continuó, ahora más serio, pero con el sarcasmo aún afilado—, Harrisburg nos dio una orden clara: investigar, pero no cruzar límites. Y esto, querido profesor, es un maldito límite.

Dallies suspiró, agotado por la discusión.

—¿Y qué sugieres que haga? ¿Abandonar todo lo que hemos logrado? ¿Dejar que el pasado de Rossy y su padre quede sin respuesta?

Blackwood se quedó en silencio por un momento, sus ojos entrecerrados mientras consideraba las palabras de su socio. Finalmente, soltó un suspiro teatral.

—Oh, claro, vamos a jugar a los héroes. Eso siempre termina genial en las películas. Pero te lo advierto, Browns: si esto se sale de control, no me busques para recoger los pedazos.

Esa noche, mientras Blackwood abandonaba la casa, Dallies volvió a su despacho con una expresión sombría. Sacó un viejo maletín de cuero y lo abrió con cuidado. Dentro había una serie de fotografías desgastadas, cada una mostrando a bebés con anomalías inquietantes. Las fotos eran esenciales para su investigación, pero faltaba una. El profesor frunció el ceño, su mente trabajando rápidamente para recordar dónde pudo haberla dejado. Esa foto era más que una pista: era un arma contra Blackwood, quien, pese a su sarcasmo y desapego, tenía más que perder en el proyecto de lo que admitía.

Al fondo del despacho, la puerta del dragón parecía observarlo, silenciosa, esperando.

The Dove Society: Los Mutantes Del Nuevo Mundo © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora