Después de leer la carta de Daniel me enfermé gravemente. Una fiebre de cuarenta
grados me tuvo postrado en la cama durante días. Tuve que tomar medicamentos, y
después una tos persistente me recordaba a todas horas que seguía enfermo.
Esa noche lo único que alcancé a escribirle a Daniel fue:
Gracias por tu sinceridad, Daniel. Dame unos días para recuperarme yme pondré en contacto contigo.
Yo me había preparado para el tema de por qué yo, el menos talentoso de los tres,había logrado hacer una obra y publicarla. Un tema por el cual no pensaba sentirmeculpable, pues eran mi obstinación y mi disciplina las que al final se habían impuesto.Al menos así lo veía yo. Y en esa supuesta preparación estaba agazapado el tema delego del artista: yo, yo, yo. Qué engreído, qué petulante, qué arrogante. Me habíallevado una buena lección, me la tenía bien merecida. Lo que había hecho Daniel erapinchar el globo y yo me había desinflado hasta el punto de terminar en camasudoroso, insomne, con los ojos rojos, escupiendo flemas y mocos a todas horas: laalimaña humana por fin había salido a la luz, el insecto, la cosa repugnante que era enverdad. Pero yo sabía tragarme bien mis derrotas. Ya estaba crecidito como para nosaber cómo enfrentarme a mí mismo.Durante esos días afiebrados me atormentaba la idea de si habíamos usado conCarmen condón o no. Y no pude recordarlo con exactitud. Yo siempre fui muyresponsable en ese punto, incluso quisquilloso, pues ya el tema del sida se empezabaa apoderar de los medios de comunicación y de los panfletos médicos. Por eso meparecía raro semejante descuido. Pero sí, la posibilidad cabía, pues la fascinación queCarmen me había producido era tal, que no era raro que en algún momento de deseodesenfrenado yo hubiera hecho a un lado la idea del embarazo o del posible contagiode una enfermedad de transmisión sexual.Con los años el tema de la paternidad se me había vuelto un tema detestable, unasituación que yo rechazaba de manera vehemente, y por lo tanto estabacompletamente seguro de no haberme descuidado en mis relaciones sexuales jamás.También el hecho de tener conocidos muertos de sida acrecentaba esos cuidados.Pero en esos primeros años era tan joven, tan impetuoso, tan apasionado, que esaposibilidad, que diez años después no se hubiera presentado, cabía hasta el punto deque los resultados saltaban a la vista: yo había tenido un hijo sin saberlo, un niño quese parecía a mí o a mi padre o a mis abuelas, un pequeño que se había muerto a lamisma edad en que yo casi me muero también. Quizás el tema del hijo se me habíaconvertido en una obsesión precisamente porque, en algún lugar recóndito de micerebro, una parte de mí intuía a Alonso. Hacía a un lado la idea de un hijo porque miinconsciente me decía a gritos que tenía uno y me horrorizaba tener que enfrentar esaverdad. Incluso había terminado varias relaciones sentimentales porque ellas querían hacer una familia o tener un hijo conmigo y yo no aceptaba esas propuestas. En fin,todos los días mi cabeza daba vueltas, urdía hipótesis, establecía relaciones y lasdeshacía al día siguiente. Estuve a punto de volverme loco.Finalmente llegué a la conclusión de que no podía cambiar el pasado. Era inútilatormentarme por hechos que no habían estado al alcance de mi voluntad. Las cosashabían sucedido así no porque yo lo quisiera, sino por un transcurrir propio que nodependía de mí ni de nadie. Carmen había tomado la decisión de no comunicarme suembarazo, de irse del país y de tener ese hijo lejos de mí. ¿Qué podía hacer yo alrespecto, ahora, muchos años después, con ella y con Alonso muertos? Si yo hubierasabido de la existencia de ese hijo, todo sería distinto, y los balances, y los ajustes decuentas conmigo mismo serían mucho más severos. Pero no, yo no sabía nada y noera justo tampoco echarme al hombro ahora cargas y recriminaciones salidas de todojuicio racional. Ahora, claro, por un lado estaban estos buenos propósitos, y por el otro miinconsciente educado en la culpa se encargaba de traicionarme y de castigarme sincesar. Como no di razones de vida durante varias semanas, Daniel volvió a escribirmeunas líneas:
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EL DIARIO DEL FIN DEL MUNDO
AcakDOS AMANTES DE CARMEN ANDREU NOS HABLAN DE SU ADICCIÓN A LAS DROGAS, DE SU ESTADÍA EN UNA SECTA RELIGIOSA, DE SU NOMADISMO COMO FOTÓGRAFA DE PAISAJES DESÉRTICOS, DE SUS SECRETOS TRABAJOS COMO MODELO DE PELÍCULAS PORNO. LUEGO EL LECTOR ES CONDUCIDO A...